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La segregación ¿inevitable? que espera a Telefónica
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Alberto Artero

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La segregación ¿inevitable? que espera a Telefónica

Hoy me voy a meter en un  jardín del que no sé muy bien cómo salir. Alguno dirá que se trata de otro corta y pega

Hoy me voy a meter en un  jardín del que no sé muy bien cómo salir. Alguno dirá que se trata de otro corta y pega más de McCoy, crítica que acepto como todas las demás. Entenderán que no la comparta. En Valor Añadido mi opinión es una más, siendo mucho más importante el debate que, al calor de la misma, se suscita. Siempre lo he entendido así. Y así espero que  siga siendo en el futuro. De ahí que no me importe aterrizar en temas de los que tengo el mismo nivel de conocimiento que el público en general… o incluso menos. La ilustración colectiva que mana de los comentarios de los lectores suplirá con creces mis deficiencias como es habitual. Dicho esto, entremos en materia.

Las compañías de telefonía móvil esperan que las descargas de aplicaciones sean su principal fuente de ingresos en los mercados desarrollados de aquí a tres años”, Financial Times el 22 de agosto de 2010. Una afirmación, basada en una encuesta de la Economist Intelligence Unit, ante la cuál era imposible permanecer indiferente. Por varios motivos. En primer lugar por las magnitudes de las que estamos hablando. No hay que olvidar que sólo Telefónica facturó en el año 2009 56.700 millones de euros. De ellos, aproximadamente 22.000 procedían del negocio móvil en España, Reino Unido y demás países europeos en los que se encuentra presente, economías maduras. Pues bien, frente a este dato las estimaciones de las firmas de análisis especializadas hablan de unas ventas de aplicaciones globales de poco más de 12.000 ($15.650) millones de euros en 2013 (desde 1.500 en 2009). Un crecimiento exponencial pero insuficiente a todas luces como alternativa. Y más teniendo en cuenta que los operadores dominantes apenas facturan en la actualidad por este concepto.

Tal discrepancia entre la aparente percepción de la industria y esa realidad numérica, de la que por supuesto no es ajena al sector, no deja de ser una manifestación más de la incertidumbre estratégica que preside sus negocios y que sigue contemplando Internet -ese “lugar de interconexión social” como la define Jeff Jarvis este fin de semana en El País- más como una amenaza que como una oportunidad que va mucho más allá de la mera venta masiva de líneas fijas o móviles, distinción por cierto cada vez más difusa. En tanto se decide,  Skype cuenta ya con más de 400 millones de usuarios y abrió un nicho de mercado al que ahora se quiere incorporar Google. Una tecnología disruptiva que amenaza con poner en cero el coste de las comunicaciones de datos y voz para el usuario. El boom de las aplicaciones, por su parte, pone en riesgo la neutralidad de la Red en un doble sentido: bien porque consista en dar prioridad a aquellos que paguen porque el carrier dé preferencia a su contenido frente al de otros o bien porque nazca a resultas de la conversión del propio operador dueño de la infraestructura en proveedor preeminente de contenido. Tanto monta, monta tanto.

Si verdaderamente esta última realidad se concreta, y los incumbents acaban compitiendo con  los Apples, Googles y compañía, cobrará más sentido que nunca la idea de la separación, como ocurre en otros sectores como el eléctrico o el gasístico, entre infraestructura y negocio, entre autopista y conductores. El carácter fundamental para la vida cotidiana de la nación de su red de telecomunicaciones justificaría un régimen similar al que ahora disfrutan Red Eléctrica o Enagás, tanto regulatorio como en los mercados de capitales. Un proceso de segregación que, si nos atenemos al alarmista panorama presentado por Julio Linares a finales de agosto sobre las inevitables consecuencias para las compañías del statu quo vigente, actuaría en beneficio de las Telefónicas de turno que se quitarían un lastre de encima. Por el contrario, el modelo económico de los proveedores de contenido –que incluiría en igualdad de condiciones a las telcos tradicionales- se vería alterado por la aparición de un inesperado coste de distribución que podría cuestionar la viabilidad de algunos de ellos, siendo su compensación un territorio no tan inhóspito a explorar lleno de escalabilidad, retos publicitarios, nuevos precios de venta o servicios Premium a explotar. No hay que olvidar que sólo se generaría en caso que hubiera demanda final.

Lo dicho, no hay rosa sin espinas y me da que hoy no salgo bien de ésta. Pero no miren el dedo. He tratado de señalar la luna, con mayor o menor acierto. Fíjense en ella. Se abre el debate. ¿Qué opinan?

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Hoy me voy a meter en un  jardín del que no sé muy bien cómo salir. Alguno dirá que se trata de otro corta y pega más de McCoy, crítica que acepto como todas las demás. Entenderán que no la comparta. En Valor Añadido mi opinión es una más, siendo mucho más importante el debate que, al calor de la misma, se suscita. Siempre lo he entendido así. Y así espero que  siga siendo en el futuro. De ahí que no me importe aterrizar en temas de los que tengo el mismo nivel de conocimiento que el público en general… o incluso menos. La ilustración colectiva que mana de los comentarios de los lectores suplirá con creces mis deficiencias como es habitual. Dicho esto, entremos en materia.

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