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La mentira sostenible: el carbón aún es el rey
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Alberto Artero

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La mentira sostenible: el carbón aún es el rey

En materia energética, buena parte del discurso de los gobiernos de las economías desarrolladas se centra en el concepto de sostenibilidad. Abundan los planes, a cada

Foto: Un trabajador quema madera para hacer carbón vegetal. (EFE)
Un trabajador quema madera para hacer carbón vegetal. (EFE)

En materia energética, buena parte del discurso de los Gobiernos de las economías desarrolladas se centra en el concepto de sostenibilidad. Abundan los planes, a cada cual más ambicioso, para impulsar las fuentes renovables frente a los combustibles fósiles. Se ha convertido en un mantra global que suscita no pocos recelos entre los operadores tradicionales. Da igual. Este discurso es, en demasiadas ocasiones, el único elemento que conecta a los políticos con lo que debería ser su misión principal: dejar un mundo mejor que el que se encontraron, un anhelo que la aritmética electoral se ha encargado sistemáticamente de liquidar.

Sin embargo, la realidad es bien distinta. Según hemos conocido recientemente de la mano del Statistical Review of World Energy de BP, el uso de carbón como materia prima para producir electricidad se ha situado en el nivel más alto desde 1970, al acaparar un 30,1% del total (OilPrice, “What Green revolution? Coal use highest in 44 years”, 18-06-2014). Ni la hidroeléctrica, sujeta a los vaivenes climáticos; ni la estable nuclear, con sus injustificados temores de seguridad y residuos; ni el abundante gas, convencional o pizarra; ni el petróleo a chorros que facilitan las nuevas técnicas de explotación; ni el sol, el viento y demás conceptos zapateriles: el carbón está llamado a ser el rey. Aunque el liderazgo aún descansa en manos del crudo, utilizado en un 32,9% de los casos, las proyecciones de la Agencia Internacional de la Energía anticipan elrelevo en el primer escalón del podio para 2017 salvo un cambio radical que no se vislumbra. En cualquier caso, contamina que... ya veremos si queda algo.

Su consumo creció en 2013 un 3%, siendo la fuente de aprovisionamiento de la industria que en mayor grado lo hizo, por encima del resto aunque por debajo de su media del 3,9% de la última década. La utilización para fines energéticos se incrementa a un ritmo de 1.200 millones de toneladas/año, el equivalente a la demanda de Estados Unidos y Rusia juntos. China es el primer comprador, al suponer un 50% del total. Su abundancia alrededor del planeta, que facilita su acopio por parte de unos generadores que ven de esta forma reducido su coste logístico, y la presión en precios que ha vivido en tiempos recientes, han ayudado a que se consolide como la mejor alternativa en buena parte de los países en vías de desarrollo. Precisamente los llamados a tirar del carro mundial en el futuro.

Una realidad que pone en tela de juicio los esfuerzos individuales por parte de algunas naciones para atajar un problema que tiene un marcado carácter colectivo. En la medida en que no todos cumplen con el compromiso de sustituir los suministros más contaminantes por otros que no lo sean, no sólo se hace vano el sacrificio de los primeros sino que, adding insult to injury, se agrava el diferencial en coste de generación de electricidad entre estados, toda vez que el desarrollo de alternativas lleva aparejados importantes costes de infraestructuras o instalaciones, cuando no de subsidios que aseguren su viabilidad. Un factor clave, en un entorno de competencia global, a la hora de captar inversiones.

44 años más tarde estamos donde estábamos, pero peor, si compramos el argumento de que buena parte de los fenómenos climáticos más extremos tienen su origen en la excesiva acumulación de CO2 en la atmósfera (The New York Times, “Taking effective action against the unstoppable”, 24-06-2014). Sobre la flatulencia incontenible de la creciente masa de ganado vacuno no se puede actuar, siendo como es una de las principales causas del problema. Pero sí sobre la contaminante quema de esta materia prima. El papel de China, un 67,5% de generación térmica le contempla, mínimo desde 2008, se antoja clave. Como para casi todo. La presión que tiene para crecer a niveles que aseguren su cohesión social invita a pensar que no veremos grandes cambios en su política energética, por más que haya declarado la guerra a la contaminación.

El mundo necesita más que nunca un gesto decidido en ese sentido, pero, al calor de los datos, el empeño se antoja en vano a día de hoy.

En materia energética, buena parte del discurso de los Gobiernos de las economías desarrolladas se centra en el concepto de sostenibilidad. Abundan los planes, a cada cual más ambicioso, para impulsar las fuentes renovables frente a los combustibles fósiles. Se ha convertido en un mantra global que suscita no pocos recelos entre los operadores tradicionales. Da igual. Este discurso es, en demasiadas ocasiones, el único elemento que conecta a los políticos con lo que debería ser su misión principal: dejar un mundo mejor que el que se encontraron, un anhelo que la aritmética electoral se ha encargado sistemáticamente de liquidar.

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