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Isidoro Álvarez, adiós al guardián de las esencias
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Alberto Artero

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Isidoro Álvarez, adiós al guardián de las esencias

No ha fallecido Isidoro Álvarez. Ha muerto El Corte Inglés. Toda la organización. No en vano, se había convertido en el guardián de las esencias del Grupo

Foto: Isidoro Álvarez (EFE)
Isidoro Álvarez (EFE)

No ha fallecido Isidoro Álvarez. Ha muerto El Corte Inglés. Toda la organización. No en vano, el presidente se había convertido en el principal guardián de las esencias del Grupo, en el último mohicano. Errores estratégicos aparte, en su resistencia numantina por preservar los valores esenciales de la compañía se justifica buena parte de la zozobra operativa y financiera más reciente de quien fuera el icono de la distribución comercial en España. Con el octogenario desaparece el romanticismo, la mirada hacia el pasado, la fidelidad a un modo de hacer las cosas, y se abre un incierto horizonte de futuro marcado por la necesidad objetiva de rentabilidad de la empresa a la que entregó más de sesenta años de su vida. Descanse en paz.

Sus cinco lustros como primer ejecutivo de la sociedad -bodas de plata que cumplió el pasado 27 de agosto- dejan un legado de luces y sombras. Es innegable el éxito de sus primeros años de gestión, con operaciones tan ambiciosas como la adquisición de Galerías Preciados en 1995. Fue una etapa de crecimiento exponencial en la que multiplicó las ubicaciones por el conjunto del territorio nacional. El viento parecía soplar de cola. Sin embargo, desde prácticamente su nombramiento, se larvava silente una doble crisis: la del formato tradicional de gran almacén, al verticalizarse la oferta y reducirse los precios fruto de la irrupción de los Zaras, Decathones o Mercadonas de turno; y la general del país, debido al abrupto final de la burbuja inmobiliaria y su impacto sobre empleo, renta disponible y consumo.

Si había que reducir plantilla, que fuera de manera ordenada y casi natural. Si nuestro país no se podía permitir que su empresa fallara al ecosistema, no iba a ser él quien lo hiciera 'motu proprio'

Cuando estalla esta última en toda su crudeza, El Corte Inglés se encontraba con un evidente exceso de capacidad, una marca percibida como cara y poco atractiva para el público joven, unos competidores sectoriales extraordinariamente bien posicionados y unos atributos diferenciales que habían dejado de serlo con la única excepción de su capacidad de financiación al consumo. Frente a esta realidad, la alternativa más evidente para su Consejo de Administración era la que dicta el manual: un masivo ajuste de negocio y balance con su correspondiente dosis de cierres, ventas de inmuebles, despidos y reducción de deuda. Fácil, limpio y rápido.

Salvo para Isidoro Álvarez.

No entraba dentro de su manera de gestionar la empresa. Primaba su concepción familiar del negocio, por una parte, y su vocación de servicio a España, por otra. Si había que reducir plantilla, que fuera de manera ordenada y casi natural, forzando la salida de los menos comprometidos con su idea del proyecto. Si nuestro país no se podía permitir que El Corte Inglés fallara al ecosistema, no iba a ser él quien lo hiciera motu proprio. De ahí que en las últimas Memorias de la compañía pusiera especial énfasis en destacar de elementos tales como el número de proveedores nacionales (que se cuentan por decenas de miles), la cifra de empleados con contrato fijo (con identificación de sus antigüedades y, por ende, de un pasivo laboral que da miedo), el volumen de su contribución a las arcas del Estado en forma de impuestos directos e indirectos y de su aportación a la riqueza nacional.

Había llegado la hora y, también, su hora. Tomar por los cuernos el toro de la realidad operativa del negocio, en manos de su sobrino Dimas, exigía dejar a un lado la condescendencia que había presidido su mandato

La muerte le ha llegado en un momento en el que, probablemente, era consciente de que principios para él irrenunciables debían pasar a un segundo plano si de cumplir con el proyecto y con la patria se trataba. Había llegado la hora y, también, su hora. Tomar por los cuernos el toro de la realidad operativa del negocio, en manos de su sobrino Dimas, exigía dejar a un lado la condescendencia que había presidido el conjunto de su mandato. Frente a la pasión, la dictadura de la razón; el peso de la responsabilidad. Reconocer con la llegada de Manuel Pizarro que la bolsa era un horizonte razonable para el Grupo que lideraba, con todo lo que eso implica en términos no sólo de transparencia sino de gestión de cara al mercado, suponía una declaración de intenciones futuras. Alea jacta est, la suerte estaba echada. Una etapa distinta a la por él soñada llamaba a la puerta. 

No la verá.

No ha fallecido Isidoro Álvarez. Ha muerto El Corte Inglés en cuanto a una manera de funcionar que no encuentra ya custodio en el seno de la firma. Al menos en apariencia. Toda la organización se verá afectada. No estamos ante un mero cambio de personas, sino frente a un verdadero choque cultural que la distribuidora afronta con evidentes fortalezas y no pocas amenazas. Sería, sin embargo, un error renunciar por completo a algunas de las características que marcaron la labor de su ex presidente: la discreción, el trabajo denodado, la honestidad a su legado y la vocación de servicio a la sociedad. Sin ellas, cualquier éxito será mediocre; cualquier triunfo, una derrota. No nos priven de lo que fue, simplemente por la urgencia de concretar lo que será. España entera se resentirá. Es lo que tienen los iconos.

No ha fallecido Isidoro Álvarez. Ha muerto El Corte Inglés. Toda la organización. No en vano, el presidente se había convertido en el principal guardián de las esencias del Grupo, en el último mohicano. Errores estratégicos aparte, en su resistencia numantina por preservar los valores esenciales de la compañía se justifica buena parte de la zozobra operativa y financiera más reciente de quien fuera el icono de la distribución comercial en España. Con el octogenario desaparece el romanticismo, la mirada hacia el pasado, la fidelidad a un modo de hacer las cosas, y se abre un incierto horizonte de futuro marcado por la necesidad objetiva de rentabilidad de la empresa a la que entregó más de sesenta años de su vida. Descanse en paz.

Rentabilidad Manuel Pizarro Dimas Gimeno