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El extraño caso de Dulcesol, el interproveedor que sobrevivió a Mercadona
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Alberto Artero

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El extraño caso de Dulcesol, el interproveedor que sobrevivió a Mercadona

Es hora de poner en valor lo que tenemos, negocios establecidos desde hace décadas, que contribuyen a los ecosistemas locales a través de planes de inversión y creación de empleo

Foto: Planta de Dulcesol en Gandía. (EFE)
Planta de Dulcesol en Gandía. (EFE)

Tiene este país una asignatura pendiente con su empresariado. No estamos hablando de esos directivos de grandes compañías que se arrogan sin pudicia tal condición, pese a que buena parte de los ingresos de sus empresas los determina el BOE. Tampoco de los efervescentes emprendedores tecnológicos que solo piensan en dar el pase a sus sociedades en cuanto se presente la ocasión, abducidos como están por la cultura del pelotazo.

No.

Nos referimos a negocios establecidos desde hace décadas, cuya actividad ha trascendido a sus fundadores y que contribuyen a los ecosistemas locales a través de planes de inversión, creación de empleo y financiación de proyectos de interés general. Firmas bien gestionadas, que se han visto obligadas a reinventarse con éxito una y otra vez, y que ahora miran con agradecimiento un pasado duro gracias al cual han consolidado un futuro prometedor.

Pocas empresas habrán tenido las narices de decirle que no a Mercadona como hizo Dulcesol cuando esta le pidió exclusividad como interproveedor

En mi reciente viaje a Valencia, comunidad autónoma que es mucho más de lo que han dejado tras de sí sus políticos, he podido visitar varias de ellas. Ha sido un ejercicio extraordinariamente revelador. La región cuenta con decenas de compañías punteras, saneadas y bien gestionadas, apenas conocidas para un público incapaz de comprender en su totalidad su verdadera dimensión. De entre las que me recibieron, destacaría Dulcesol.

¿Por qué?, se preguntarán.

Pues porque pienso que pocas empresas habrán tenido las narices de decirle que no a Mercadona cuando esta le pidió exclusividad como interproveedor, renunciando a cerca de la mitad de sus ingresos en un momento en el que la crisis ya asomaba la patita de manera acelerada en España (2008), y haber conseguido apenas siete años después facturar un 40% más que entonces tras desarrollar una estrategia de posicionamiento doméstico y de expansión internacional que tardó muy poco en dar sus frutos.

Es hora de poner en valor lo que tenemos antes de que sea demasiado tarde. De lo contrario, la ‘nueva política de izquierdas’ se verá reforzada

De hecho, el conjunto del grupo factura a día de hoy cerca de 300 millones de euros, mueve 140.000 toneladas cada ejercicio, emplea a 2.100 personas, invierte anualmente decenas de millones de euros tanto en la modernización de instalaciones y líneas de producción como en I+D+i (ya en 2010, suprimió las grasas hidrogenadas de todos sus productos), reinvierte todos los beneficios, mantiene una amplia posición de tesorería y carece de deuda en balance.

Actualmente, es el líder por volumen en el sector de bollería y pastelería industrial nacional. Fabrica para la gran mayoría de las marcas blancas nacionales y, también, para buena parte de sus competidores. En ‘un negocio de céntimos’, como me lo definió su CEO, Rafael Juan, la única manera de sobrevivir es a través de la diferenciación y la eficiencia.

Sin duda, la firma nacida en Villalonga y con sede en Gandía lo ha conseguido.

Le ha costado 60 años.

Tomen nota los aventureros.

Se trata de una joyita que si pasa desapercibida es precisamente por estar dirigida por gente que sabe que el éxito suele llegar siempre ‘casualmente’ mientras trabaja sin descanso; que pone una pasión tal en lo que hace que cabe distracción alguna, y que es consciente de que la gloria vana y efímera suele seguir a la vanagloria, como ha sufrido en sus carnes cada vez que se ha apartado de ese camino. Por eso y, también, por qué no, por esa suerte de pudor que hay en nuestro país a potenciar lo que realmente tiene mérito y nos enorgullece, dominados como estamos por la cultura del mínimo esfuerzo y de los derechos sin obligaciones.

Es hora de poner en valor lo que tenemos antes de que sea demasiado tarde. De lo contrario, la ‘nueva política de izquierdas’ se verá reforzada en su idea de que la riqueza no se hace, nace como por generación espontánea y es de justicia repartirla aunque sea ahogando -por pura indolencia intelectual- sus fuentes primigenias.

Tarea de todos.

Sirva esta entrada de hoy como primer granito de arena.

Que tengan muy feliz semana.

Tiene este país una asignatura pendiente con su empresariado. No estamos hablando de esos directivos de grandes compañías que se arrogan sin pudicia tal condición, pese a que buena parte de los ingresos de sus empresas los determina el BOE. Tampoco de los efervescentes emprendedores tecnológicos que solo piensan en dar el pase a sus sociedades en cuanto se presente la ocasión, abducidos como están por la cultura del pelotazo.

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