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Los otros Mercadona y la economía del bien común
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Alberto Artero

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Los otros Mercadona y la economía del bien común

Existe una gran diferencia entre ganar dinero para ti mismo y crear riqueza para los demás

Foto: Juan Roig presenta los resultados de Mercadona de 2015. (EFE)
Juan Roig presenta los resultados de Mercadona de 2015. (EFE)

Si algo caracterizó la presentación de resultados récord de Mercadona de la semana pasada fue el énfasis que puso su presidente, Juan Roig, en la contribución de la compañía a la sociedad, un argumento más propio de firmas que no tienen otra cosa que contar que de una que se sale del mapa.

El mensaje no pudo ser más claro: el bienestar colectivo debe primar sobre el mero éxito económico, esto es: pura economía del bien común, tan de moda en estos días.

Así, habló de la contribución de su empresa a las arcas públicas vía impuestos, tasas y contribuciones; de cómo ayuda a la creación de empleo y a su estabilidad, fomentando el trabajo fijo; del reparto de una parte de sus beneficios entre los trabajadores, porcentaje recogido incluso en su convenio colectivo desde 2000; de su apuesta por la industria española, directa o a través de los interproveedores, y así sucesivamente.

No en vano, el lema de su intervención, tomado de un ejecutivo de Tata, fue ‘Existe una gran diferencia entre ganar dinero para ti mismo y crear riqueza para los demás’.

Más allá de la filia o fobia que se pudiera tener al personaje o a su modelo corporativo, este discurso es una bocanada de aire fresco entre el cortoplacismo imperante.

Pero no es la única. Existen muchos más casos, aunque carezcan de la notoriedad pública que acompaña cualquier actuación del líder de la distribución minorista en España.

Miren, el miércoles pasado sin ir más lejos, Blanca Hernández e Ivan Martín me invitaron a moderar una mesa redonda en el marco del primer Día de los Inversores de Magallanes Value Investors, la gestora de fondos ‘value’ que han creado. Se trataba de que los asistentes pudieran poner cara y ojos a los propietarios, y a la vez ejecutivos, de las principales cotizadas en las que participan.

Acudieron los presidentes de Barón de Ley, Vidrala e Iberpapel.

Coincidieron en la necesidad de una visión estratégica que fuera más allá de las servidumbres inmediatas de los mercados financieros

Pues bien, si algo se coligió del coloquio fue, precisamente, la alineación de intereses de los tres con el discurso del valenciano con el que arrancábamos este 'post'.

Sin bajar al detalle -el tiempo no daba para mucho-, coincidieron en la necesidad de una visión estratégica que fuera más allá de las servidumbres inmediatas de los mercados financieros, en la apuesta por los valores diferenciales a largo plazo capaces de construir una cultura corporativa, en la importancia de que propiedad y gestión vayan de la mano para evitar locuras, en la reinversión de beneficios en el propio negocio como señal de confianza en él, en la preeminencia de la caja frente al dato contable o en no quedarse parados y caer en la complacencia y la aversión al riesgo.

Realmente fue un placer poder estar ahí en medio y ver que todavía quedan empresarios y no sólo ‘emprendedores’, entendidos peyorativamente en el peor sentido del término como aquellos que buscan un pelotazo de corto plazo, o esos directivos-aferrados-a-la-silla que se arrogan ilegítimamente el papel de dueños, se creen que la compañía es suya y hacen de su capa un sayo aprovechando la fragmentación accionarial, en muchos casos, más en propio beneficio que de terceros.

Me vino a la cabeza un tema abandonado en la vorágine de sociedad en que nos ha tocado vivir: el sentido de trascendencia

De vuelta a casa, y como reflexión previa al Retiro de Emaús que he vuelto a hacer este fin de semana -encuentro brutal con uno mismo y, por ende, con Dios; 'must' para creyentes o no creyentes-, me vino a la cabeza un tema abandonado en la vorágine de sociedad en que nos ha tocado vivir: el sentido de trascendencia. No tanto en la acepción cristiana de creencia en una vida después de esta, que en mi caso también aplica, sino en la que hace referencia el deseo de dejar huella, de contribuir a la construcción de un mundo mejor del heredado, con acciones cuyos efectos positivos van mucho más allá, en tiempo y lugar, de quienes las promueven.

Algo que está también en los genes de todas esas 'personas que cambian el mundo' apadrinadas por Ashoka.

Vivimos una época convulsa en la que el pernicioso efecto de lo inmediato aniquila esta clase de pensamientos, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, hasta el punto de que se ha aceptado como buena, sin reparar suficientemente en la profundidad de la afirmación, que "esta generación va a ser la primera en décadas que va a vivir peor que la de sus padres". Una situación a la que se ha llegado, precisamente, por obviar las consecuencias últimas de determinadas decisiones.

Les voy a decir una cosa. Eso, at the end of the day, no es sino el principio del fin.

Hora de despertar.

Nos jugamos demasiado en ello.

Si algo caracterizó la presentación de resultados récord de Mercadona de la semana pasada fue el énfasis que puso su presidente, Juan Roig, en la contribución de la compañía a la sociedad, un argumento más propio de firmas que no tienen otra cosa que contar que de una que se sale del mapa.

Juan Roig