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La democracia está en declive en todas partes. EEUU tampoco es inmune
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La democracia está en declive en todas partes. EEUU tampoco es inmune

Una de las tendencias mundiales más preocupantes es el auge de los sistemas iliberales, cada vez menos inclusivos. El estado de la libertad de prensa es un buen indicador

Foto: Periodistas y fotógrafos protestan contra el encarcelamiento del fotoperiodista Abou Zeid "Shawkan" en El Cairo, en febrero de 2015. (Reuters)
Periodistas y fotógrafos protestan contra el encarcelamiento del fotoperiodista Abou Zeid "Shawkan" en El Cairo, en febrero de 2015. (Reuters)

Hace unas semanas, la Unidad de Inteligencia de The Economist publicó la 10ª edición de su Índice de Democracia, un ranking completo de países que presta atención a 60 indicadores en cinco categorías, que van desde los procesos electorales hasta las libertades civiles. Por segundo año consecutivo, EEUU ha fracasado a la hora de conseguir la etiqueta superior de “democracia plena” y aparece agrupada en el segundo escalafón, “democracia con problemas”.

Sería fácil enfocarse en el estado de la democracia estadounidense bajo el presidente Trump, pero el aspecto más preocupante es que la deriva de EEUU es parte de una tendencia global. En el informe de este año, las puntuaciones caen para más de la mitad de los países del mundo. Lo que el profesor de la Universidad de Stanford Larry Diamond describió hace diez años como “una recesión democrática” no muestra signos de detenerse. Tal vez como mejor se ve la naturaleza de esta recesión sea en el estado de la libertad de prensa en todo el mundo.

Tomemos Kenia, hasta hace muy poco considerada una historia esperanzadora de progreso democrático. El mes pasado, el presidente Uhuru Kenyatta dio instrucciones a las principales estaciones de televisión del país de que no cubriesen un evento de la oposición, y cuando se negaron, los sacó de antena. Después, el Gobierno ignoró una sentencia judicial ordenando que a las estaciones se les permitiese volver a emitir.

Foto: Imagen de una marcha contra la armas desde la sede de la Asociación Nacional del Rifle, en Virginia, hasta Washington. (Reuters)

Las violaciones de la libertad de prensa en Kenia son triviales comparadas con las de Turquía, que es la nueva mayor cárcel de periodistas del mundo, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Déjenme subrayar ese hecho. El Gobierno que ha encarcelado a más periodistas que ningún otro país del mundo ha sido elegido democráticamente. Hasta hace poco, se atacaba a los medios de forma que al menos tenían un barniz de supuesto respeto a la legalidad, como la emisión de una enorme multa fiscal contra una organización crítica. Pero eso cambió tras el fallido intento de golpe de estado en 2016. Un año después, un informe de Naciones Unidas señaló que al menos 177 medios de prensa han sido lisa y llanamente clausurados.

Sería posible descartar estas historias como un efecto inevitable de las sociedades en desarrollo. Pero ¿cómo interpretar el giro de los acontecimientos en Hungría y Polonia, dos países que abrazaron de corazón la democracia tras la caída de la Unión Soviética? En Hungría, la Administración de Viktor Orban ha usado una serie de tácticas inteligentes para acallar a la prensa libre. El Gobierno ha tomado el control de forma efectiva de los medios de prensa públicos, presionado a los otros e instalando a leales al partido en puestos claves. Ha bañado a los medios amistosos con fondos publicitarios y recortado drásticamente los de plataformas críticas. Después de que el Gobierno de Orban prive de financiación, hostigue e intimide a los medios independientes, oligarcas amistosos compran las empresas periodísticas, asegurándose así una cobertura favorable. Muchas de esas mismas tácticas están siendo empleadas ahora en Polonia, que hasta hace poco había sido un caso de anuncio por sus estelares reformas políticas y económicas tras la caída del comunismo.

placeholder El presidente Donald Trump sonríe durante una entrevista con reporteros de Reuters en la Casa Blanca, el 17 de enero de 2018. (Reuters)
El presidente Donald Trump sonríe durante una entrevista con reporteros de Reuters en la Casa Blanca, el 17 de enero de 2018. (Reuters)

Incluso en democracias largamente establecidas como Israel o la India, estamos viendo esfuerzos sistemáticos para reducir el espacio y el poder de los medios independientes críticos con el Gobierno. En Israel, las alegaciones criminales contra el primer ministro Benjamin Netanyahu, que él niega, incluyen sus tratos con barones de la prensa para apuntalar una cobertura favorable. Además, los esfuerzos de Netanyahu para mantener débiles los medios públicos han provocado la condena incluso de políticos de derecha. En la India, el Gobierno de Narendra Modi ha lanzado un caso de fraude y blanqueo de dinero bastante cuestionable contra NDTV, una televisión poderosa y crítica persistente de algunas de sus políticas. Recientemente, un periodista que expuso una vergonzosa vulnerabilidad en una base de datos del Gobierno fue detenido por la policía en lugar de ser aplaudido como alguien que avisa de un problema.

Hace más de veinte años, en un ensayo en Foreign Affairs, advertí de que el principal problema que afectaba al mundo era la “democracia iliberal”: Gobiernos electos que sistemáticamente abusan de su poder y restringen las libertades. Allí expresé mi preocupación de que EEUU pudiese seguir ese camino. La mayoría de la gente descartó el peligro porque la democracia estadounidense, decían, era robusta, con instituciones fuertes que podían capear cualquier temporal. La libertad de prensa, después de todo, está garantizada por la Primera Enmienda. Pero miren Polonia y Hungría, que no solo tienen sus propias instituciones fuertes sino que viven bajo el paraguas de las instituciones de la Unión Europea, que tienen protecciones constitucionales explícitas para la libertad de prensa.

Foto: El exjefe de estrategia de la Casa Blanca, Stephen Bannon, durante una reunión entre Trump y líderes del Congreso. (Reuters)

En apenas un año en el cargo, Trump ya ha provocado daños. Además de denigrar a los medios críticos y alabar a los amistosos, ha amenazado con reforzar las leyes sobre libelos, quitarles las licencias de emisión a algunas cadenas y auditar al propietario de un diario en particular. Su Administración ha bloqueado la fusión de una organización informativa que él considera partidista, mientras facilitaba la fusión de otra que hacía una cobertura más favorable sobre él.

“Una institución”, escribió Ralph Waldo Emerson, “es la sombra alargada de un hombre”. Las instituciones son un conjunto de reglas y normas acordadas por seres humanos. Si los líderes las atacan, denigran y abusan de ellas, serán debilitadas, y eso, al final, debilitará el carácter y la calidad de la democracia. El sistema estadounidense es más fuerte que la mayoría, pero no es inmune a estas fuerzas de declive democrático.

Hace unas semanas, la Unidad de Inteligencia de The Economist publicó la 10ª edición de su Índice de Democracia, un ranking completo de países que presta atención a 60 indicadores en cinco categorías, que van desde los procesos electorales hasta las libertades civiles. Por segundo año consecutivo, EEUU ha fracasado a la hora de conseguir la etiqueta superior de “democracia plena” y aparece agrupada en el segundo escalafón, “democracia con problemas”.

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