El GPS global
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Aviso a Facebook, Google y otros gigantes: vuestro reinado tiene los días contados
El escándalo de Cambridge Analytica demuestra la necesidad de repensar el oligopolio de las grandes empresas tecnológicas. El cambio vendrá de Oriente u Occidente, pero llegará de forma inevitable
Podemos acabar viendo 2017 como el último momento de fe y optimismo sin freno en la industria tecnológica. Las revelaciones sobre el uso de información de Facebook por parte de Cambridge Analytica -que extrajo información personal de más de 50 millones de usuarios- se producen en un momento en el que la gente ya estaba considerando formas adecuadas de moderar al puñado de compañías tecnológicas que dominan no sólo la economía estadounidense sino, cada vez más, también la vida.
Mientras la revolución de la información despegaba en los años 90, nos dejamos atrapar por la excitación de la época, junto con la novedad de los productos y su poder transformador. Fuimos deslumbrados por la riqueza creada por jovencitos de 25 años, que se convirtieron en multimillonarios instantáneos: la venganza final de los 'nerds'. Y en medio de todo esto, mientras EEUU vivía la transición hacia una economía digital, olvidamos preguntar: ¿Cuál es el papel del Gobierno aquí?
La imagen de las compañías tecnológicas brotando de mercados libres sin restricciones nunca fue totalmente exacta. La economía digital de hoy se basa en tres grandes tecnologías: el chip informático, internet y el GPS. Las tres deben su existencia en gran medida al Gobierno federal. Las dos últimas fueron, por supuesto, desarrolladas de la nada, poseídas y gestionadas por el Gobierno hasta que fueron abiertas al sector privado. La mayoría de la gente no se da cuenta de que el GPS -el sistema de posición global de satélites y centros de control que es tan crucial para la economía moderna- es, incluso hoy, propiedad del Gobierno de EEUU y operado por la Fuerza Aérea.
Y aún así, a medida que estas tecnologías revolucionarias creaban nuevas industrias, destruían otras y remodelaban las comunidades y las ciudades, simplemente asumimos que así era el mundo y que nada se podía hacer para modificarlo. Eso habría sido una interferencia de estilo socialista en el libre mercado.
Pero el resultado no ha sido algo que un libertario celebraría. Ahora tenemos una economía tecnológica dominada por apenas un pequeño número de compañías gigantescas que, de forma efectiva, crean una barrera a la entrada de recién llegados. En Silicon Valley, nuevas start-ups ni siquiera fingen que se convertirán en empresas independientes. Su plan de negocios es ser adquiridas por Google, Facebook, Amazon, Microsoft o Apple. La situación parece más un oligopolio que un mercado libre. De hecho, a lo largo de la gran era tecnológica, el número de nuevas start-ups comerciales ha ido en declive.
La otra consecuencia notable ha sido al erosión de la privacidad, subrayada por el escándalo de Cambridge Analytica/Facebook. Dado que las empresas tecnológicas lidian ahora con miles de millones de consumidores, cada individuo es una motita, un diminuto punto de datos. Y dado que para la mayoría de las firmas tecnológicas el consumidor individual es también un producto, cuya información se vende a otros por un margen de beneficio, él o ella queda doblemente privado/a de poder. Los gigantes tecnológicos seguramente responderían que han democratizado la información, creado productos de un poder y potencial extraordinarios, y transformado la vida para mejor. Todo eso es cierto. También lo hicieron innovaciones anteriores como el teléfono, el automóvil, los antibióticos y la electricidad. Pero precisamente debido al poder y el impacto transformador de esos productos, se hizo necesario que el Gobierno jugase algún papel en la protección de los individuos y en las restricciones a los nuevos ganadores de la economía.
El cambio probablemente vendrá de dos direcciones. Una acción reguladora en Occidente dará más control a los individuos. La Unión Europea ha establecido reglas, que entrarán en vigor el 25 de mayo, que hará mucho más fácil que la gente conozca cómo se usan sus datos y limite ese uso. Es probable que EEUU lo siga pronto.
La segunda dirección es incluso más intrigante y viene de Oriente. Hasta fecha reciente, tal y como me dijo el empresario indio Nandan Nilekani, había solo un puñado de plataformas digitales con más de mil millones de usuarios, todas gestionadas por empresas en EEUU y China, como Google, Facebook y Tencent. Pero ahora India tiene su propia plataforma digital de mil millones de personas: el extraordinario sistema biométrico “Aadhaar”, que incluye casi todos los residentes de esta nación de 1.300 millones (y cuya creación supervisó Nilekani). Es la única de estas plataformas masivas que es de propiedad pública. Eso significa que no necesita ganar dinero con los datos de sus usuarios. Es posible imaginar que en India, se volverá normal pensar en esos datos como una propiedad personal que los individuos pueden mantener o alquilar o vender como deseen en un mercado libre muy abierto y democrático. India podría convertirse perfectamente en el innovador global de los derechos de datos de los individuos.
Añadan la innovación en tecnología 'blockchain', y probablemente veremos incluso más desafíos a los actuales 'guardianes de internet' en un futuro próximo.
Tanto si es en Oriente u Occidente, de abajo arriba o a la inversa, se avecina un cambio que transformará el mundo de la tecnología. Manejado adecuadamente, puede producir mercados más libres y un mayor empoderamiento individual.
Podemos acabar viendo 2017 como el último momento de fe y optimismo sin freno en la industria tecnológica. Las revelaciones sobre el uso de información de Facebook por parte de Cambridge Analytica -que extrajo información personal de más de 50 millones de usuarios- se producen en un momento en el que la gente ya estaba considerando formas adecuadas de moderar al puñado de compañías tecnológicas que dominan no sólo la economía estadounidense sino, cada vez más, también la vida.