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Las mejores partes del libro del exdirector del FBI no tienen nada que ver con Trump

Una de las lecciones de las memorias de James Comey es que por fortuna EEUU posee un cuerpo de abogados y juristas capaces de resistirse a los desmanes de sus líderes políticos

Foto: Partidarios del presidente Trump protestan contra la presentación de las memorias de James Comey en Nueva York, el 18 de abril de 2018. (Reuters)
Partidarios del presidente Trump protestan contra la presentación de las memorias de James Comey en Nueva York, el 18 de abril de 2018. (Reuters)

Las partes más destacables de las memorias del ex director del FBI James B. Comey no van sobre el presidente Trump. Ya conocíamos la mayoría de las revelaciones interesantes, y parte del resto son cotilleos y comentarios coloridos. Pero en su discusión de la Administración de George W. Bush, Comey revela muchas más cosas y arroja luz sobre algo crucial y esperanzador sobre EEUU: el papel de los abogados y nuestra cultura legal.

Muchas de las batallas que la Administración Trump está teniendo con el llamado 'estado profundo' son reediciones de los años de Bush. Como cuenta Comey en detalle, tras el 11-S la Administración Bush puso en marcha un programa de vigilancia llamado “Viento Estelar”, que los abogados del Departamento de Justicia decidieron, en revisión, que era ilegal. Comey, quien en marzo de 2004 era Vicefiscal General (y ocupaba el puesto de su jefe, John D. Ashcroft, que estaba enfermo), rechazó renovar el programa.

El jefe de personal de la Casa Blanca, Andrew H. Card Jr, y el consejero legal del Gobierno Alberto R. Gonzales decidieron dirigirse a la habitación del hospital de Ashcroft para presionarle para que firmase los documentos de reautorización, contra las objeciones de Comey. Al enterarse de eso, Comey corrió al hospital y le pidió al entonces director del FBI Robert Mueller que le diese apoyo moral. Resultó que Ashcroft no necesitaba ningún aguijonazo: mandó a paseo a Card y Gonzales. Mueller, que llegó unos minutos tarde, le dijo al encamado fiscal general, que técnicamente era su jefe: “En la vida de cada hombre, llega un momento en el que Dios le pone a prueba. Usted la ha pasado esta noche”. Comey escribe que estuvo a punto de llorar de emoción. “La ley había prevalecido”.

Foto: El fiscal especial Robert Mueller tras informar al Senado de la investigación sobre la trama rusa. (Reuters)

El Round 2 tuvo que ver con la tortura. La Administración Bush quería declarar que sus “técnicas mejoradas de interrogatorio” eran legales. Comey creía que no lo eran, igual que el consejero superior en el Departamento de Justicia, Jack Goldsmith. Así que Comey las rechazó todo lo que pudo.

En todos esos casos, la presión de la Casa Blanca era intensa, incluyendo una asombrosa conversación que Comey describe entre él y Bush. “Yo digo que la ley es para la rama ejecutiva”, explicó Bush a quien era su subordinado gubernamental. “Lo hace, señor. Pero sólo yo puedo decir qué es lo que el Departamento de Justicia puede certificar como legal. Y aquí no podemos. Hemos hecho lo que hemos podido, pero como dijo Martín Lutero, 'Aquí me quedo, y no otra cosa puedo hacer'”.

placeholder James Comey jura ante un Comité de Inteligencia del Senado sobre la presunta injerencia rusa en las elecciones estadounidenses, en Washington, el 8 de junio de 2017. (Reuters)
James Comey jura ante un Comité de Inteligencia del Senado sobre la presunta injerencia rusa en las elecciones estadounidenses, en Washington, el 8 de junio de 2017. (Reuters)

Lo chocante de estos episodios no es solo que Comey y Mueller fuesen subordinados que debían su empleo a Bush, sino que eran republicanos. Pero ambos han puesto una y otra vez sus obligaciones ante la ley y el país por encima de su lealtad personal y la política partidista.

Este comportamiento puede ser producto de su carácter personal, pero también está cincelado por su formación legal. Esta historia no va realmente sobre Mueller y Comey, sino sobre los abogados en varias instituciones públicas que creen que es crucial para el país que el Gobierno opere dentro de la legalidad, incluso si el presidente desea otra cosa. Recuerden lo que sucedió cuando Trump quería despedir a Mueller en junio: el consejero de la Casa Blanca Donald McGah aparentemente amenazó con dimitir como protesta.

Justo antes de dejar la Administración Bush, Comey dio un discurso en la Agencia Nacional de Seguridad en el que dijo: “Es el trabajo de un buen abogado decir 'sí'. Igual que es el trabajo de un buen abogado decir 'no'. 'No' es mucho, mucho más duro. Se debe decir 'no' en mitad de una tormenta de crisis, con voces alzadas por todas partes, con vidas pendientes de un hilo. 'No' supone a menudo el final de una carrera”.

Foto: El exdirector del FBI James Comey. (Efe)

Una de las críticas a menudo repetidas hacia EEUU es que tiene demasiados abogados. Tal vez, pero una de sus grandes fortalezas es su cultura legal. Tal y como he escrito anteriormente, Alexis de Tocqueville temía que sin una clase de aristócratas patrióticos y desinteresados, EEUU podía ser presa de demagogos y populistas. Pero le consolaba el hecho de que, como escribió, la aristocracia estadounidense puede encontrarse “en la barra o en el banquillo”. Tocqueville se dio cuenta de que los abogados, con su sentido de deber cívico, creaban una “forma de responsabilidad pública que ayudaría a preservar las bendiciones de la democracia sin permitir sus vicios ilimitados”.

Las memorias de Comey revelan que, de hecho, EEUU tiene un 'estado profundo'. Uno formado por abogados y leyes. Y deberíamos estar profundamente agradecidos por ello.

Las partes más destacables de las memorias del ex director del FBI James B. Comey no van sobre el presidente Trump. Ya conocíamos la mayoría de las revelaciones interesantes, y parte del resto son cotilleos y comentarios coloridos. Pero en su discusión de la Administración de George W. Bush, Comey revela muchas más cosas y arroja luz sobre algo crucial y esperanzador sobre EEUU: el papel de los abogados y nuestra cultura legal.

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