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¿Era inevitable el camino de Rusia hacia el autoritarismo de hoy?

Hubo un momento en el que tal vez EEUU podría haber ayudado a convertir el gigante herido en una democracia, pero incluso entonces había ya poderosas fuerzas trabajando en contra de ello

Foto: El presidente ruso Vladímir Putin, el ministro de defensa Serguéi Shoigu y el comandante de la armada Vladímir Korolev en el edificio del Almirantazgo en San Petersburgo, el 30 de julio de 2017. (Reuters)
El presidente ruso Vladímir Putin, el ministro de defensa Serguéi Shoigu y el comandante de la armada Vladímir Korolev en el edificio del Almirantazgo en San Petersburgo, el 30 de julio de 2017. (Reuters)

La conferencia de prensa de Donald Trump el lunes pasado en Helsinki fue la comparecencia más vergonzosa por parte de un presidente estadounidense que uno recuerde. Y sus esfuerzos a posteriori para salir del aprieto con excusas le hizo parecer aún más absurdo. Pero esta desastrosa y humillante actuación oscurece el otro factor en la narrativa de Trump sobre Rusia. Recientemente tuiteó: “Nuestra relación con Rusia NUNCA ha sido peor gracias a muchos años de tontería y estupidez estadounidense”. Esta idea está ahora firmemente asentada en la mente de Trump y condiciona su visión de Rusia y de Putin. Y es un asunto que hay que tomarse en serio.

La idea de que Washington “perdió” Rusia ha estado circulando por ahí desde mediados de los años 90. Lo sé porque fui una de las personas que así lo argumentó. En un artículo del New York Times Magazine de 1998, expuse que “la transformación de Rusia era esencial para cualquier transformación del mundo de la posguerra fría. Igual que con Alemania y Japón en 1945, un acuerdo de paz duradero requiere que Moscú sea integrado en el mundo occidental. De otro modo una gran potencia con problemas políticos y económicos (…) seguirá resentida y vengativa respecto al orden mundial de esa posguerra fría”.

Eso nunca ocurrió, he escrito, porque Washington no fue lo suficientemente ambicioso en la ayuda que ofreció. Ni entendió lo suficiente las preocupaciones de seguridad de Rusia, por ejemplo en los Balcanes, donde EEUU lanzó intervenciones militares que pasaron como un rodillo sobre las sensibilidades rusas.

Foto: Ciclistas se reflejan en una ventana del 'Putin bar', en Novi Sad, Serbia, el 10 de octubre de 2014 (Reuters).
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Sigo pensando que los presidentes George H.W. Bush y Bill Clinton dejaron pasar la oportunidad de intentar un reseteo total de relaciones con Rusia. Pero también ha quedado claro que había muchas razones poderosas por las que las relaciones entre Rusia y EEUU estaban destinadas a degradarse.

Rusia a principios de los 90 estaba en un período de inusual debilidad. Había perdido no solo su esfera de influencia de la era soviética, sino también su imperio zarista de 300 años de antigüedad. Su economía estaba en caída libre, su sociedad estaba en estado de colapso. En ese contexto, vio cómo EEUU expandía la OTAN, intervenía contra los aliados de Rusia en los Balcanes y criticaba sus esfuerzos por impedir la secesión de Chechenia.

placeholder Fuerzas gubernamentales sacan el cadáver de un rebelde checheno de un tanque en llamas en Grozni, en noviembre de 1994. (Reuters)
Fuerzas gubernamentales sacan el cadáver de un rebelde checheno de un tanque en llamas en Grozni, en noviembre de 1994. (Reuters)

Desde la posición de ventaja de Estados Unidos, cimentar la seguridad de los países recién liberados de Europa del Este era una cuestión urgente. A Washington le preocupaba que la guerra en Yugoslavia desestabilizase Europa y produjese una pesadilla humanitaria. Y Estados Unidos no podía aprobar las brutales guerras de Rusia en Chechenia, en las que murieron decenas de miles de civiles y gran parte de la región fue destruida. Estados Unidos y Rusia estaban simplemente en lados opuestos en estas cuestiones.

Además, a finales de los 90, Rusia se estaba alejando de un camino democrático. Incluso bajo el presidente Boris Yeltsin, el puenteo de las instituciones democráticas y el gobierno por decreto presidencial se volvió frecuente. Las fuerzas democráticas en el país siempre fueron débiles. El académico Daniel Treisman ha demostrado que a mediados de los 90, el número combinado de todos los reformistas democráticos en las elecciones de la Duma nunca superaron el 20 por ciento de los escaños. Por el contrario, las fuerzas de “oposición extrema” -los comunistas, los hipernacionalistas- obtuvieron una media del 35 por ciento. Y cuando Putin llegó al poder, el movimiento hacia una democracia iliberal y después a un autoritarismo abierto se volvió imparable. Putin nunca ha tenido que enfrentarse a una oposición liberal importante.

Una Rusia autoritaria tenía incluso más motivos de fricción con Estados Unidos. Entró en pánico con las “revoluciones de colores”, en las que países como Georgia y Ucrania se volvieron más democráticos. Vio con consternación el establecimiento de la democracia en Irak. Esas fuerzas, por el contrario, eran aplaudidas por los EEUU. Y para Putin, la “agenda de la libertad” del presidente George W. Bush podía parecer algo diseñado para tumbar su régimen.

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Quizá de forma más crucial, a mediados de la década del 2000 el aumento pronunciado de los precios del petróleo había culminado en la duplicación del producto interior bruto per cápita de Rusia, y el efectivo entraba a raudales en las arcas del Kremlin. Una Rusia recién enriquecida empezó a mirar a la región con un ojo mucho más asertivo y ambicioso. Y Putin, sentado en la 'vertical del poder' que había creado, empezó un esfuerzo de gran calado para restaurar la influencia rusa y erosionar a Occidente y sus valores democráticos. Lo que ha venido después -las intervenciones en Georgia y Ucrania, la alianza con el presidente Bashar Al Assad en Siria, los ciberataques contra los países occidentales- ha sido todo parte de esa estrategia.

Así que sí, Occidente puede haber perdido una oportunidad para transformar Rusia a principios de los 90. Nunca sabremos si habría tenido éxito. Pero lo que sabemos es que había fuerzas mucho más oscuras creciendo en Rusia desde el principio, que esas fuerzas tomaron el país hace casi dos décadas y que Rusia ha elegido convertirse en el principal adversario de Estados Unidos y el orden mundial creado por EEUU.

La conferencia de prensa de Donald Trump el lunes pasado en Helsinki fue la comparecencia más vergonzosa por parte de un presidente estadounidense que uno recuerde. Y sus esfuerzos a posteriori para salir del aprieto con excusas le hizo parecer aún más absurdo. Pero esta desastrosa y humillante actuación oscurece el otro factor en la narrativa de Trump sobre Rusia. Recientemente tuiteó: “Nuestra relación con Rusia NUNCA ha sido peor gracias a muchos años de tontería y estupidez estadounidense”. Esta idea está ahora firmemente asentada en la mente de Trump y condiciona su visión de Rusia y de Putin. Y es un asunto que hay que tomarse en serio.

Vladimir Putin