El GPS global
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La fantasía escandinava de Bernie Sanders
Traer a EEUU los sistemas económicos de Dinamarca, Suecia y Noruega significaría abrazar un mercado de trabajo más flexible, y un marco regulatorio más liviano
El senador Bernie Sanders dice que sus propuestas “no son radicales”, señalando una y otra vez a los países en del norte de Europa como Dinamarca, Suecia y Noruega como ejemplos del tipo de sistema económico que quiere traer a Estados Unidos. La imagen que él invoca es la de una cálida e imprecisa socialdemocracia en la que a las economías de mercado se las mantiene bajo una estricta correa a través de la regulación, a los ricos se les imponen grandes impuestos y la red de seguridad social es generosa. Esto es, sin embargo, una descripción poco precisa y muy engañosa de estos países noreuropeos en la actualidad.
Miremos por ejemplo a los millonarios. Sanders ha sido claro al respecto: “Los millonarios no deberían existir”. Pero Suecia y Noruega tienen más millonarios per cápita que Estados Unidos -Suecia casi el doble. No solo eso, estos millonarios pueden heredar su riqueza a sus hijos sin impuestos. Los impuestos a las herencias en Suecia y Noruega son cero, y en Dinamarca del 15%. Estados Unidos, en cambio, aplica las cuartas mayores tasas estatales en el mundo industrializado, al 40%.
La visión de Sanders de los países escandinavos, como mucho de su ideología, parece estar atascada en las décadas de los 60 y 70, un periodo en el que estos países eran de hecho pioneros en la creación de una economía de mercado social. En Suecia, el gasto del Gobierno como porcentaje del producto interior bruto se dobló de 1960 a 1980, yendo de aproximadamente el 30% al 60%. Pero como señala el analista sueco Johan Norberg, este experimento en un socialismo democrático estilo Sanders estancó la economía sueca. Entre 1970 y 1995, apunta, Suecia no creó ni un solo puesto de trabajo en el sector privado. En 1991, un primer ministro pro libre mercado, Carl Bildt, inició una serie de reformas para reactivar la economía. Para mediados de los 2000, Suecia había disminuido el tamaño de su gobierno en un tercio, y emergió de su largo bache económico.
Versiones de este problema y de estas reformas del mercado tuvieron lugar en toda Europa del norte, creando lo que hoy día se llama el modelo “flexicurity”, que combina unos mercados laborales flexibles con una fuerte y generosa red de seguridad. Recuerdo mi encuentro con el primer ministro danés, Poul Nyrup Rasmussen, que llevó a cabo muchas de las reformas en Dinamarca en los 90. Empatizó que la primera parte del modelo era clave: asegurar que los empleadores tienen flexibilidad para contratar y despedir trabajadores fácilmente, sin regulación o litigación excesiva.
Además, insistió, países como Dinamarca tenían que mantenerse extremadamente abiertos, sin levantar ninguna barrera al libre comercio, para ganar acceso a mercados en el extranjero y mantener a sus compañías locales competitivas. Mirando a Europa del norte hoy día, es fácil encontrar muchas políticas ‘amigas del mercado’ como vales educacionales, deductibles sanitarios y copagos, y cargas administrativas ligeras. Ninguno de estos países, por ejemplo, tiene un salario mínimo.
Es cierto que estos países tienen una red de seguridad social muy generosa y que, para poder financiarla, tienen altos impuestos. Lo que normalmente no se señala, sin embargo, es que para poder recaudar suficientes ingresos, estos impuestos caen desproporcionadamente sobre las clases baja, media y media-alta. Dinamarca tiene una de las más mayores tasas impositivas en la OECD, 55,9%, pero el ratio es aplicado sobre cualquiera que cobre 1.3 veces el ingreso medio nacional. En estados Unidos, esto significaría que cualquier ingreso mayor de 65.000 dólares tendría un impuesto al 55,9%. De hecho, el mayor impuesto en Estados Unidos, al 43,7%, se aplica a ingresos 9,3 veces la media nacional, lo que significa que solo aquellos con ingresos superiores a aproximadamente 500.000 pagarían esa tasa.
El mayor golpe a las clases bajas y medias en Europa del norte viene porque, como todo el mundo, pagan un impuesto al consumo nacional (impuesto sobre el valor añadido) de cerca del 25%. Estos países recaudan más del 20% de sus impuestos de este modo. En Estados Unidos, los impuestos sobre la venta es de 6,6% y supone solo el 8% de los ingresos en impuestos.
Una estadística final: un informe de la OECD de 2008 averiguó que el 10% superior de Estados Unidos pagan un 45% del porcentaje total de ingresos recaudatorios del Estado, mientras que el 10% en Dinamarca paga el 26% y en Suecia el 27%. Entre los países desarrollados, la media es 32%. El punto básico merece ser destacado, porque la izquierda estadounidense parece largamente ignorante al respecto, y que se hace cada vez más cierto en la última década: Estados Unidos tiene un sistema impositivo significativamente más progresivo que Europa, y su 10% superior paga una muy superior porcentaje de los impuestos del país que sus homólogos europeos.
En otras palabras, traer los sistemas económicos de Dinamarca, Suecia y Noruega a Estados Unidos significaría abrazar un mercado de trabajo más flexible, marco regulatorio más liviano y un compromiso más profundo con el librecomercio. Esto significaría un paquete más generoso de beneficios sociales - que serían pagados por impuestos en las clases medias y bajas. Si Sanders abrazara todo esto, eso sí que sería radical.
El senador Bernie Sanders dice que sus propuestas “no son radicales”, señalando una y otra vez a los países en del norte de Europa como Dinamarca, Suecia y Noruega como ejemplos del tipo de sistema económico que quiere traer a Estados Unidos. La imagen que él invoca es la de una cálida e imprecisa socialdemocracia en la que a las economías de mercado se las mantiene bajo una estricta correa a través de la regulación, a los ricos se les imponen grandes impuestos y la red de seguridad social es generosa. Esto es, sin embargo, una descripción poco precisa y muy engañosa de estos países noreuropeos en la actualidad.