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¿Es una secta? ¿Es una banda? Es Mungiki: los dueños del inframundo de Kenia
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María Ferreira

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¿Es una secta? ¿Es una banda? Es Mungiki: los dueños del inframundo de Kenia

El Mungiki, una secta criminal, cuyos signos identitarios son los machetes y los cuerpos desmembrados que las autoridades locales prefieren no identificar

Foto: Un partidario de la coalición National Super Alliance (NASA) antes de enfrentarse a miembros de la secta Mungiki (EFE)
Un partidario de la coalición National Super Alliance (NASA) antes de enfrentarse a miembros de la secta Mungiki (EFE)

"Pero la mierda sigue siendo mierda, aunque cambie de nombre". Ngugi wa Thiong’o

Un matatu -uno de esos minibuses definitorios del este de África- se detiene en una parada de un camino polvoriento entre Makuyu y Kamahuha, dos poblados en pleno centro de Kenia.

Al abrirse las puertas aparecen dos hombres altos y delgados. Uno de ellos, Kamau, lleva dos tatuajes en su brazo izquierdo: ‘Jesus is my saviour’ y un conejito de Playboy. Era alguien importante dentro de la secta de los Mungiki; su privilegio consistía en que había más posibilidades de que él matara a que le matasen. El otro hombre pasó a ser un muerto más de esta historia pocos minutos después, pero fue quien ayudó a descargar los cadáveres que viajaban a bordo del matatu ante la mirada curiosa de un grupo de niños.

Foto: Construcción de una autopista entre Nairobi y Mombasa por una empresa china. (EFE)

Kamau, con la voz empapada en alcohol, grita a los pequeños: “¡A quien se atreva a tocar a los muertos le doy 100 chelines!” Los niños corren a la vez y tocan los cuerpos manchados de sangre y polvo, después miran a Kamau y extienden sus manitas hacia él. Los hombres se ríen, se suben al matatu y arrancan. Un niño grita: ¡No es justo!

No. Y a Ngai, dios Kikuyu, no le gustan las injusticias.

"A mi compañero le maté yo porque en aquellos días de violencia postelectoral era lo que hacíamos, nos matábamos los unos a los otros en el momento en el que se presentaba la desconfianza", confiesa Kamau, exmiembro del Mungiki. "Y es muy fácil desconfiar cuando vives borracho. El castigo por sus crímenes fue la muerte, el mío fue continuar con vida".

placeholder En 2017, simpatizantes de la coalición opositora Súper Alianza Nacional (NASA) y su candidato presidencial Raila Odinga, se preparan para combatir con los llamados 'mungiki', miembros de una secta ilegal que extorsiona e impone su dominio en ciertas áreas de Kenia (EFE)
En 2017, simpatizantes de la coalición opositora Súper Alianza Nacional (NASA) y su candidato presidencial Raila Odinga, se preparan para combatir con los llamados 'mungiki', miembros de una secta ilegal que extorsiona e impone su dominio en ciertas áreas de Kenia (EFE)

Cuando se habla de la violencia que estalló en Kenia después del anuncio de los resultados electorales de 2007, se habla de las cientos de miles de personas que fueron asesinadas o desplazadas por motivos étnicos. Pero se tiende a ignorar los detalles. El más importante quizá fue que aquellos que blandían machetes, que quemaban casas, que violaban mujeres y niños, lo hacían movidos por una fuerza irracional incontrolable. No eran dueños de su propia violencia.

Analistas de todo el mundo siguen tratando de desentrañar todos los elementos que se conjugaron para convertir ciertos lugares de Kenia en mataderos humanos. Hubo que buscar un culpable, un detonante, y lo encontraron en el Mungiki, una secta cuyos orígenes datan de la década de 1980, inspirada en el Mau Mau y compuesta por los kikuyu, el grupo étnico mayoritario en Kenia. Se trata de una organización secreta estructurada en diferentes niveles, van desde los criminales de las zonas rurales a aquellos que pertenecen a la élite: gobierno, iglesia y cuerpo judicial.

El Mau Mau, a pesar de ser utilizado como símbolo de unidad nacional, nunca luchó por la independencia de Kenia porque el país era una construcción colonial. Luchaban por la independencia de su tribu y la consiguieron con Jomo Kenyatta, kikuyu, como su primer presidente. “Un presidente que se identifica con su tribu no puede ser justo con el resto de las 42 tribus que poblaban el territorio trazado por los ingleses”, explica M. Onyango, historiadora por la Universidad de Nairobi.

Foto: El embajador keniano ante la ONU, Martin Kimani. (Naciones Unidas/Loey Felipe)

Los kikuyu, antes de la introducción del cristianismo, poseían una religión en la que la supremacía iba fuertemente unida a una suerte de linaje divino. El Mungiki nació de un juramento por el que las comunidades se comprometían a luchar por el gobierno de Kenyatta, apoyándose en los ancestros y sus pasados gloriosos, sus profetas y leyendas sublimes que apoyaban la superioridad espiritual y el liderazgo étnico.

Tanto el Mau Mau como el Mungiki nacen en tierra de dioses, héroes y de los personajes de las novelas de Ngugi wa Thiong'o.

“Para entender la política de Kenia uno no puede limitarse a los datos registrados por el colonialismo”, se lamenta M. Onyango. “Si uno quiere entender Kenia tiene que mancharse las manos y prestar atención a las historias de los ancianos y los locos. Tiene que ir a los bosques. Tiene que salir de Nairobi y de la pseudo academia blanca que todo lo sabe y todo lo arruina".

Los problemas siempre comienzan lejos de los despachos de Upper Hill y Westlands, en la capital. Los conflictos crecían en torno al acceso al agua, a los pastos, a la educación, a la desigualdad del desarrollo de infraestructuras tan evidente en las diferentes provincias. Los líderes kikuyu se apoyaron en los Mungiki para hacer el trabajo sucio y controlar la supremacía local, fue así como la secta fue convirtiéndose en la secta terrorista y asesina que ejerce el control en muchos lugares de Kenia. Por ejemplo, el consorcio de transportes está -de forma no oficial- manejado por el Mungiki, cuyos signos identitarios son los machetes y los cuerpos desmembrados que las autoridades prefieren no identificar.

placeholder Un simpatizante de la coalición opositora Súper Alianza Nacional (NASA) es agredido con un machete por un miembro de los llamados 'mungiki' (EFE)
Un simpatizante de la coalición opositora Súper Alianza Nacional (NASA) es agredido con un machete por un miembro de los llamados 'mungiki' (EFE)

“De niños crecimos escuchando historias sobre los juramentos secretos de los Mau Mau”, cuenta Kamau desde el refugio del que apenas sale por miedo a ser asesinado. Cuando dejó el Mungiki comenzó una lucha para crear conciencia sobre el alcance de los crímenes de la secta. “Dicen que los Mau Mau bebían sangre y comían carne humana, por eso asimilaron fácilmente los rituales cristianos a su universo místico”, bromea. “De mi juramento recuerdo el miedo, el mal olor del lugar y el daño; me hicieron dar vueltas alrededor de una especie de altar en el que se había iniciado el mismísimo Dedan Kimathi, héroe en todas las leyendas kikuyu, mientras me azotaban con cuerdas. Estaba desnudo y debía jurar que si revelaba algún día los secretos del juramento o del Mungiki caería muerto, tuve que prometer que sería capaz de matar a mis padres o a mis hijos si la secta así me lo ordenaba. Después me obligaron a beber la sangre del cadáver de una cabra que llevaba muerta el tiempo suficiente para que la sangre estuviera coagulada. Les dio igual; tuve que beber de esa sangre a medio pudrir y me obligaron a no lavarme la boca o el cuerpo en siete días".

Después de la violencia postelectoral de 2007, las investigaciones llevadas a cabo por instituciones occidentales y la evidencia que vinculaba directamente a la esfera política con el Mungiki y sus matanzas indiscriminadas, provocaron que la secta se considerara como un grupo criminal proscrito en manos de bandidos analfabetos del centro de Kenia. “Yo trabajaba directamente con quien fue el líder del Mungiki, Maina Njenga”, cuenta Kamau. “A él le metieron en prisión, avisándole previamente y convenciéndole de que era solo una medida para protegerle, que cuando saliera estaría limpio y podría unirse al poder de forma oficial y ‘democrática’. A mí me detuvieron dos policías, me dieron una paliza y me torturaron. Me castraron en el medio de un camino. Me dejaron desangrándome pensando que había muerto. No morí, pero supe que la vida se había acabado para mí. No he dejado de tratar de contar lo que sé sobre la secta, pero siempre me encuentro con el silencio institucional. Ni siquiera los medios se atreven a mencionar al Mungiki y cuando lo hacen le quitan importancia, como si ya no existieran".

Es 2022 y hay jóvenes que siguen uniéndose al Mungiki convencidos de que su misión será liberar a Kenia del neocolonialismo y devolver al pueblo kikuyu el control del país. La realidad carece de ese pseudo heroísmo; los chicos acaban siendo víctimas de una mafia que opera principalmente en la industria del transporte. Se convierten en esclavos; son explotados en matatus o autobuses y obligados a recorrer cientos de kilómetros al día por menos de dos euros. “Mantened los ojos abiertos” les dicen los líderes, dándoles como propina la ilusión de ser una suerte de espías o de informadores. Pero solo son muertos de hambre con vocación de héroes.

El colonialismo sigue presente en Kenia, adoptando tintes buenistas. El imperialismo se disfraza de “defensa” y la globalización es un lobo disfrazado de cordero cuyas víctimas son las lenguas locales, las identidades minoritarias y todos aquellos elementos que difieren o no sirven al status quo. Hay quien trata de explicar la existencia del Mungiki como reacción a la pérdida de la identidad, como protección de las tradiciones aún presentes en las comunidades rurales del centro de Kenia, entre las que se encuentran la mutilación genital femenina y la poligamia.

Foto: Concentración en contra de la mutilación genital femenina. (EFE) Opinión
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“El renacimiento cultural kikuyu va de la mano de la literatura, las tradiciones orales y la conciencia política anticolonial que busca el cambio mediante la creatividad y no mediante la destrucción”, defiende Andy. K, escritor y dramaturgo kikuyu. “Hoy en día el Mungiki es solo una mafia, ya no queda nada carismático en ellos”.

La mayoría de los kikuyus son víctimas de la utilización de su tribu para justificar la violencia, y denuncian que los políticos sigan poniendo el foco en las etnias en vez de ponerlo en los derechos humanos. Sin embargo, la defensa cultural étnica es privilegio de la clase media-alta mientras que la clase baja sólo puede asociarse a los grupos rurales de sus poblados. Para elegir la reivindicación pacífica la paz ha de ser accesible. Pero a los políticos les interesa que el Mungiki siga existiendo como organización terrorista de la que beneficiarse, y por ello siguen manteniéndola en la sombra.

“Los políticos no forman parte del Mungiki involucrándose en sus rituales con vísceras de animales”, explica Kamau. "Se involucran de formas sutiles para causar el caos, difundir noticias falsas sobre candidatos de los partidos de la oposición o para controlar territorios clave mediante el terror. Necesitan criminales en aquellas tierras cuyos recursos quieren controlar a cambio de dinero o protección contra la justicia".

No hay nada mágico o ancestral en la simbiosis entre la clase política y los criminales. La relación nunca es directa, siempre cuentan con intermediarios cuyo perfil siempre coincide: son fáciles de comprar y fáciles de matar.

Eterna violencia

A dos meses de las elecciones generales de 2022, el panorama político en Kenia se encuentra en un punto álgido. La afiliación étnica sigue moviendo el país e influye fuertemente en los patrones de votación. Los líderes locales han empezado a alertar de enfrentamientos, especialmente entre las comunidades kikuyu y kalenjin, que responden a la manipulación política en torno a conflictos estructurales (tierras, acceso al agua y otros recursos económicos). La policía sólo actúa contra el Mungiki con el consentimiento de los políticos, y este consentimiento depende de la necesidad del momento; a veces caos, a veces paz.

“Las elecciones en Kenia consisten en elegir al criminal más fácil de manipular por Occidente”, asegura M.Onyango. “Vemos los titulares grandiosos anunciando candidatos blanqueados, la presencia de mujeres que ayudan a satisfacer el ideal de igualdad para evitar posibles sanciones, se habla de democracia, de futuro prometedor para una Kenia unida, pero al mismo tiempo tenemos al antiguo líder de los Mungiki como candidato al senado de Laikipia, una de las provincias de Kenia".

Maina Njenga. Ex-líder Mungiki. Profeta de miles de personas que siguen viendo en él la tierra prometida. “Cuentan que desde niño profetizó la guerra étnica. Su familia siempre sospechó que Maina estaba enfermo, pero nunca encontraron una cura, así que acabaron recurriendo a un musulmán somalí que trató de sanarle recitando versos del Corán. Maina entendió que los demonios no respetaban diferencias de religión o fronteras, y adoptó la influencia islámica que le llevó a desarrollar su idea de califato-kikuyu”, relata Kamau.

“Maina hablaba de djinns, de genios islámicos, hablaba de sí mismo como si fuera un califa, de la yihad y explicaba que el Corán anunciaba las profecías kikuyu”, añade. “Predicaba el odio a los 'infieles' que eran las otras tribus, quemó casas, mató y violó y acabó en prisión. Le encerraron para poder limpiarlo y ponerle en el poder una vez cumpliera condena. Le encerraron para salvar la imagen del gobierno. Y ahora le tenéis dando entrevistas en la televisión asegurando que una lucha conlleva bajas, justificando la violencia de forma velada. Al mismo tiempo, las personas que luchamos por la verdad, somos golpeadas y castigadas. Mírame a mí; amenazado por dejar la secta. Ambos matamos a decenas de personas con nuestras propias manos. Ahora él es un líder y yo un traidor. Ese es el problema de Kenia, que condena la verdad y premia al criminal". Kamau recuerda a los niños a los que engañó para tocar los cadáveres. “Este es mi castigo”, susurra. “Los dioses son justos, pero la justicia divina solo alcanza a los débiles".

Quedan dos meses para las elecciones en Kenia y los analistas hablan de sistemas para mitigar la violencia a nivel local. El problema es que la paz no depende de mecanismos diseñados desde fuera, sino del interés político. La realidad de Kenia es simple: si la violencia sirve al interés de quien mueve los hilos, correrá la sangre. Los medios evitan mencionar la existencia del Mungiki, pero serán ellos quienes actúen si reciben la orden de sembrar el caos. Entonces pasaremos cinco años preguntándonos cómo pudimos haberlo evitado, cuando la realidad es que es prácticamente imposible librarse de un destino diseñado por políticos-profetas y sus séquitos criminales.

"Pero la mierda sigue siendo mierda, aunque cambie de nombre". Ngugi wa Thiong’o

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