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China tiene un problema: los millones de 'emperadores infantiles' ahora son adultos
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Susana Arroyo

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China tiene un problema: los millones de 'emperadores infantiles' ahora son adultos

Tras el anuncio del fin de la política del hijo único en 2015, ¿qué ha sido de los afectados por el “síndrome del pequeño emperador”?

Foto: Una clase de ballet en la ciudad de Wuhan. (Reuters)
Una clase de ballet en la ciudad de Wuhan. (Reuters)

“¿Cuántos hermanos tienes?” fue una de las primeras preguntas que aprendí a ahorrarme tras mudarme a China. En la nación del hijo único, la respuesta parecía predecible.

Lo que tardé más tiempo en aprender fue que aquellos jóvenes sin hermanos con los que me codeaba —nacidos en los 36 años que duró la política del hijo único en China— no eran seres comunes. Pertenecían a una categoría muy especial: los “pequeños emperadores”. Esa es la etiqueta generacional para esos hijos herederos únicos de todo el amor y atención reconcentrada de sus devotas familias y, sin embargo, condenados a la maldición de alcanzar la treintena en un mar de expectativas imposibles de cumplir.

Tras el anuncio del fin de la política del hijo único en 2015, ¿qué ha sido de los afectados por el “síndrome del pequeño emperador”?

Foto: Cola para acceder al avión Madrid-Xian. (Susana Arroyo) Opinión

Consecuencias inesperadas

Películas recientes como 'Hasta siempre, hijo mío' o Balloon del tibetano Pema Tseden están poniendo sobre la mesa cómo la sociedad china encara su pasado reciente respecto a la Política de Planificación Familiar. Esta se implementó desde 1979 para frenar el auge de la población, pero también trataba de paliar la pobreza y de que los escasos recursos familiares se centraran en menos hijos, con más posibilidades de ascenso social. Los costes de este camino, sobre todo en los primeros años (aborto selectivo, sanciones y multas, implante de un DIU a la madre tras el primer parto, familias que perdieron a su único hijo cuando ya no estaban en edad de tener más descendencia…), son testimonio de inconmensurables sacrificios personales.

Ahora bien, el nombre de “política del hijo único” lleva a pensar que todas las medidas se aplicaron homogéneamente, cuando lo cierto es que fue un fenómeno sobre todo urbano y regido por un sistema cambiante, donde cupieron excepciones para tener más hijos por factores como el lugar de residencia, la profesión, la etnia y, con el tiempo, el que alguno de los padres fuera hijo único.

placeholder Una escuela en Sichuan (EFE)
Una escuela en Sichuan (EFE)

La abolición de esta política se anunció en 2015, cuando la actividad económica ya había convertido al país en el titán que conocemos hoy. Para entonces, la política había contribuido a crear unos cien millones de hogares con un solo hijo, así como un inesperado fenómeno colateral que llevaba años trayendo de cabeza a padres y analistas sociales: ¿estábamos ante la primera nación de hijos únicos o ante la primera generación de pequeños déspotas domésticos?

La nación con millones de emperadores infantiles

Insisto: no hablo aquí de hijos únicos convencionales, nacidos en sociedades con diversidad de familias. Estamos hablando de hijos únicos en comunidades de hijos únicos. Estamos hablando de familias urbanas donde padres y abuelos que disfrutaban por primera vez de acomodo económico, podían conceder a sus pequeños aquellos bienes de los que ellos se habían visto privados. Puesto que tantos miembros de la familia solo podían mimar a un único vástago, ¿era tan raro que los pequeños emperadores se vieran cargados de regalos costosísimos? ¿O que las familias invirtieran en caros tutores personales de inglés, violín o piano? ¿O que se endeudaran por conseguir plazas en las más prestigiosas escuelas? Ahora imaginemos que este grado de adoración se repite de hogar en hogar, hasta conformar una red de millones de familias, cada una compitiendo con otras por dar lo mejor a su “emperador”.

Fascinados por el fenómeno de los pequeños emperadores, la sociedad china e incontables analistas sociales se lanzaron a discutir sobre la supuesta psicología de estos mimados hijos únicos. Por un lado, sobre si eran el culmen del egoísmo, o incapaces de gestionar su propia vida, o negados para socializar, o incluso si eran obesos irredentos. Por otro, sobre si sufrían estrés al verse cargados con las esperanzas familiares de ser los hijos perfectos, los estudiantes más brillantes y los trabajadores mejor pagados, justificando así todos esos esfuerzos invertidos por la familia.

Fascinados por el fenómeno de los pequeños emperadores, la sociedad china se lanzó a discutir sobre la psicología de estos mimados hijos únicos

Y es que, si el amor reconcentrado pueden ser infinito, también lo es el nivel de expectativas. En una sociedad masificada donde la competitividad por entrar en las mejores escuelas y universidades es extrema, la lucha por obtener las mejores notas y despuntar se convirtió en el día a día de muchos agotados hijos únicos. En España tendemos a pensar en el acceso a la universidad como el punto final de la pacífica infancia y el comienzo del esfuerzo adulto; sin embargo, la mayoría de mis alumnos habla del cierre de su primera juventud y entrada en la universidad como del evento más liberador de sus vidas: el fin de jornadas maratonianas de clases extra, de horas de deberes hasta entrada la noche, de jornadas semanales de 70 horas de estudio.

Las malas noticias son que, incluso tras alcanzar la madurez, las responsabilidades de los pequeños emperadores siguen aumentando. En una sociedad donde la cohabitación de varias generaciones en una misma casa es todavía común y los servicios de asistencia para ancianos escasean, muchos emperadores destronados entran en el mercado laboral abrumados por la responsabilidad económica de sostener a dos padres y cuatro abuelos. Una pirámide invertida (o modelo familiar 4-2-1) que también coarta las posibilidades de muchos hijos únicos de mudarse a trabajar al extranjero o seguir profesiones artísticas poco estables, ya que son el único sustento para los suyos.

La nación de los muchos ancianos

Ahora que muchos de aquellos pequeños emperadores son adultos y han demostrado ser ciudadanos tan perfectamente responsables como cualquier otro, el pánico social sobre el temperamento de los hijos únicos se ha ido atemperando. En la actualidad, con la relajación de la planificación familiar, los nuevos debates agoreros prefieren ir a cebarse en el fenómeno justamente inverso: la sobreabundancia de ancianos.

Escribo estas líneas en un domingo soleado; normalmente, acudiría a un parque a leer disfrutando del silencio en un banco. En China, he renunciado. En un fin de semana cualquiera, ya sea bajo el calor del verano o los rigores del invierno, cuesta encontrar un solo metro cuadrado de parque público que no se vea atronado por multitudinarios corros de ancianos que entonan cánticos de antaño micrófono en mano, orquestas de jubilados que tocan instrumentos tradicionales, corros de ancianas bailarinas que ejecutan elaboradísimas coreografías con trajes a juego, ancianos que practican taichí en grupo, mayores cargados de jaulas de grillos charlando sobre su afición, etcétera.

La visión de una tercera edad tan activa es, por supuesto, idílica. Pero también tiene un lado perturbador: delata el fuerte envejecimiento de la sociedad china. Según previsiones del gobierno, en 2050 un tercio de su población será anciana. Y en ciudades como Shanghái, donde esas cifras son ya un hecho, se dan casos de mayores de 60 años que sufren accidentes laborales mientras cuidan a mayores de 80. Si todo ello se suma a que en 2019 China alcanzó mínimos históricos de nacimientos, parece que no salen las cuentas para sostener una economía basada hasta ahora en la mano de obra abundante y barata.

“Un segundo hijo es una contribución a la patria”

Tras relajar las restricciones sobre la natalidad, no solo no se produjo ningún desbordamiento de partos en China, sino todo lo contrario. Resultó que muchos chinos urbanos prefieren no tener más de un hijo, y por las mismas razones que todo el mundo: porque es caro, porque es agotador, porque entra en conflicto con las ambiciones laborales de las mujeres, porque la gente en las ciudades se casa cada vez más tarde y se divorcia cada vez más temprano.

Las campañas para animar a los jóvenes urbanos a tener un segundo hijo no se han hecho esperar: “En la epidemia hay que quedarse en casa. Ya se pueden tener dos hijos. Un segundo hijo es una contribución a la patria” exhortaba el cartel de un departamento de planificación familiar durante la pandemia. Aunque China sigue teniendo una de las edades mínimas para casarse más altas del mundo (22 para los chicos y 20 para las chicas), se están acelerando medidas para promover el aumento de la población: relajar los restos de la política de planificación familiar, decretar periodos de “recapacitación” de un mes para que las parejas que quieren divorciarse puedan empezar a gestionar los trámites, o conceder subvenciones.

placeholder “El segundo hijo es una contribución a la patria“
“El segundo hijo es una contribución a la patria“

En resumen, hoy en día la China urbana es una nación de hijos únicos por voluntad propia. Los números de parejas con un hijo o ninguno siguen creciendo, pero no ya por imposición legal, sino por el aumento de la calidad y sobre todo de los costes de la vida. Como en todos los países en desarrollo, el tejido familiar tradicional muta hoy más por necesidades puramente materiales que por ninguna campaña de planificación estatal.

Al final, por muchos debates y expectativas que hayan podido generar, los pequeños emperadores de antaño se debaten con los mismos problemas que enfrentamos las familias urbanas en todas partes: tener más hijos se ha convertido en un privilegio económico.

“¿Cuántos hermanos tienes?” fue una de las primeras preguntas que aprendí a ahorrarme tras mudarme a China. En la nación del hijo único, la respuesta parecía predecible.

Xi Jinping