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Austria, un país de bajas pasiones: dos de cada diez niños son objeto de abuso sexual
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez. Berlín

Austria, un país de bajas pasiones: dos de cada diez niños son objeto de abuso sexual

Nadie parece arrepentirse de nada. Ni el padre perverso y tirano, que aterrorizó a toda su familia durante años, ni tampoco las autoridades. Tal vez, probablemente,

Nadie parece arrepentirse de nada. Ni el padre perverso y tirano, que aterrorizó a toda su familia durante años, ni tampoco las autoridades. Tal vez, probablemente, hubo errores, pero nadie parece dispuesto a asumirlos por el momento... Austria, una sociedad rica y autocomplaciente, es de nuevo protagonista de un drama humano terrible que, unido al de Natascha Kampusch, va a dañar sin duda su imagen exterior. Lo ocurrido en la pequeña localidad de Amstetten pone de manifiesto esa otra realidad de un país donde el morbo, las bajas pasiones y la crueldad también tienen un peso específico.

En la patria de Sigmund Freud y de Thomas Bernhard se huye del psicoanálisis colectivo. La consigna es conjugar el verbo “wegschauen”, mirar al otro lado, en un país además donde pesa mucho el catolicismo y las estructuras patriarcales. Amstetten es un buen ejemplo de ello. Una localidad de 25.000 habitantes, idílica, pequeña, burguesa, donde las autoridades -el cura, el alcalde, el maestro- son muy respetados. En la región de la Baja Austria el tiempo parece haberse quedado en suspenso y la figura del gobernador es equivalente a la del señor feudal. Los vecinos intentan pasar desapercibidos y no llamar la atención. Un ambiente ideal para un psicópata como Josef Frizl, antiguo ingeniero electrónico, propietario de su edificio de dos plantas, cuyo sótano era tabú incluso para los miembros de su propia familia.

La prensa austríaca de hoy se plantea muchos interrogantes aún sin respuesta. Por qué la policía creyó desde el principio la versión del padre, según la cual la muchacha había sido captada por una secta. Una niña que, tras ser violada por vez primera a los once años, había intentado huir de casa dos veces, a los catorce y a los dieciséis años. Por qué nadie se cuestionó cómo es que aparecían de pronto, en la puerta de la familia, como en los cuentos, niños abandonados por su madre con una carta de ella pidiendo que no la siguieran la pista. Por qué nadie estudió con detenimiento la grafía de esas cartas que el padre verdugo obligaba a escribir a su prisionera entre palizas y amenazas. La policía creyó las mentiras del padre verdugo año tras año, y él incluso pasaba de vez en cuando por la comisaría para preguntar si había novedades.

En el caso de Natascha Kampusch -liberada en el verano del 2006 tras ocho años de cautiverio-, la policía reconoció errores graves en su obligación de buscar a la niña secuestrada. Ahora la policía guarda un sospechoso silencio. Y los vecinos callan. En el diario austríaco Der Standard, se denuncia hoy una falta grave de coraje civil, un escándalo de enormes dimensiones en un país donde cada año hay 5.000 denuncias de abusos sexuales a menores. La realidad es, con toda seguridad, mucho peor. Expertos citados por Der Standard aventuran que dos de cada diez niños en Austria han sido ya objeto de abuso sexual, muy a menudo en su propia familia.

La crueldad forma parte de la cultura popular en Austria. En 1986 la canción más popular fue Jeanny, de Falco. Contaba la historia de un secuestro: “Vienen a buscarte, no te encontrarán, nadie te encontrará. Estás conmigo”. En 1984, Elisabeth llevaba ya dos años en el zulo que le había construido su padre en Amstetten

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