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Europa: todo para el pueblo, pero sin el pueblo
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez. Berlín

Europa: todo para el pueblo, pero sin el pueblo

¿Es la construcción europea un proceso democrático? ¿Puede ser un proceso democrático, es decir, refrendado por los ciudadanos en consultas populares? La respuesta, antes y ahora,

¿Es la construcción europea un proceso democrático? ¿Puede ser un proceso democrático, es decir, refrendado por los ciudadanos en consultas populares? La respuesta, antes y ahora, parece ser NO... Porque cuando los ciudadanos son preguntados, la contestación suele ser negativa, como se ha visto ya no sólo en Irlanda, sino hace tres años en Francia y en Holanda. Consecuencia: ¿ni un referéndum más? Pues no, todo lo contrario. Es decir, más y mejor información, menos élites europeas encerradas en sus torres de marfil, más contacto con el mundo real y las preocupaciones de la gente y más movimientos e iniciativas ciudadanas en la UE, precisamente para hacer Europa más democrática y más próxima a los ciudadanos, que es justamente lo que afirmaban-sin comprometerse a cumplirlo- el Tratado de Lisboa y la extinta Constitución Europea.

Es también la tesis que defiende el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas, quien ha reprochado a los jefes de Estado y Gobierno de la Unión haber agotado su palabrería sobre la integración europea. Hace falta, dice Habermas, hacer de Europa un tema central en la vida de 500 millones de europeos, y saber qué Europa quieren: si una auténtica Unión, donde las decisiones importantes se toman desde Bruselas y donde los intereses nacionales de cada uno de los 27 miembros pasan a un segundo plano, o bien una Europa que sea simplemente una zona de libre cambio, donde cada país sigue haciendo lo que le place en materia exterior, en temas energéticos o en asuntos de inmigración. Es decir, lo que desean los británicos y algunos de los nuevos socios.

Esa consulta popular, es decir, un referéndum a nivel europeo, se debería celebrar, según Habermas, coincidiendo con la celebración de las elecciones al Parlamento Europeo, previstas para junio de 2009. Unas elecciones, por cierto, que podrían ser un fiasco, un auténtico triunfo del abstencionismo si se vuelven a plantear como unos comicios en clave nacional con los eternos rifirrafes PP-PSOE y considerando la Eurocámara como un retiro de lujo. Cosa que ciertamente es y ha sido para muchos.

Suspenso en “explicar Europa”

Pero para que ese referéndum que plantea Habermas tuviera éxito tendrían que cambiar muchas cosas y una especialmente. La política de comunicación de Bruselas y sobre Bruselas.

Es verdad que la gente no entiende la mayoría de las cosas relativas a la Unión Europea y que en España somos europeístas pero básicamente por el bolsillo. Pero es verdad también que esa ignorancia se debe a que nadie, ni Bruselas ni los gobiernos, ha hecho de verdad una labor pedagógica sobre la trascendencia y las consecuencias de vivir en una Unión de 27 países, sobre sus ventajas y sus inconvenientes, que también los hay. Los ciudadanos mezclan y confunden cuestiones de política interna con temas comunitarios porque los propios políticos utilizan Europa a su antojo. Cuando interesa, Bruselas es la culpable de ciertas políticas-la ley del retorno de inmigrantes, la semana de 60 horas laborables. Cuando viene bien, Europa es el espejo en el que se reflejan los líderes ansiosos de ver refrendados sus puntos de vista o sus opiniones personales.

Y esa necesidad de pedagogía, de enseñar que significa la Unión Europea se ha hecho mucho más necesaria a medida que la Unión crecía y se dotaba de nuevos instrumentos. Muchas personas no sabrían responder por qué fue necesaria la Constitución Europea; por qué es ingobernable un gobierno europeo -la Comisión Europea- en el que hay 27 ministros -o comisarios- cada uno defendiendo no sólo pero también los intereses de sus países de origen; por qué no se puede seguir avanzando en asuntos importantes -como la política exterior, temas de justicia, inmigración, cuestiones sociales- si cada decisión debe ser adoptada por unanimidad. Hay miles de preguntas sin respuestas claras que podrían formular los ciudadanos a poco que se les diera voz y oportunidad. A los jefes de Estado y de Gobierno europeos hay que darles un suspenso en la asignatura de “explicar Europa”. Y una matrícula en ineficacia a las instituciones comunitarias en la misma materia.

Británicos, polacos y checos, próximos quebraderos de cabeza

Pero seguro que en la cumbre de hoy en Bruselas no se van a escuchar muchos mea culpa colectivos. Porque se trata de continuar adelante,con o sin los ciudadanos. Preferiblemente sin. Sólo que el camino no va a ser de rosas.

Primero: no se puede ignorar tan ostensiblemente el voto de una mayoría de irlandeses. Sobre todo, porque, como ha dicho el primer ministro de Luxemburgo Jean Claude Juncker ,no es de recibo ningunear a los países pequeños diciéndoles que su voto vale menos que el de Francia o Alemania. Segundo: si continúa, como se pretende, el proceso de ratificaciones, los escollos siguientes están ya programados: Gran Bretaña y la República Checa y Polonia. Gordon Brown tiene que imponerse aún a la oposición de los conservadores y de la prensa popular de su país, quienes no quieren que se ratifique el Lisboa. Y ya se sabe que la posición de Brown es todo menos fuerte en estos momentos.

Ese mismo rechazo se reproduce en el castillo de Praga, donde tiene su despacho el supereuroescéptico presidente Vaclav Klaus. Este ha saludado el No británico como “una victoria de la democracia y de la razón sobre los proyectos artificiales y elitistas y sobre la burocracia europea”. Pero esto no es todo. El Senado checo, en el que domina el partido euroescéptico ODS, ha solicitado al Tribunal Constitucional que se pronuncie sobre si algunas de las reformas incluídas en el Tratado de Lisboa, como las figuras del Presidente de la UE o la figura del Ministro de AAEE europeo-aunque no se llame así-, no limitan la soberanía del estado checo. No se sabe cuánto pueden tardar en pronunciarse los jueces, pero ya se sabe que lo suyo no suele ser en tiempo turbo.

Para más inri, la República Checa asume la presidencia de la UE el 1 de enero del 2009, es decir, en la fecha precisa en la que debería entrar en vigor el Tratado de Lisboa. El presidente Klaus puede negarse a firmar las leyes aprobadas por el parlamento de su país, con lo cual puede ocurrir algo parecido a lo que está pasando en estos momentos en Varsovia. El presidente polaco, Lech Kazinsky, sigue sin firmar el Tratado de Lisboa que ha sido ya ratificado por el Sejm, la Dieta parlamentaria y puede que se tome su tiempo.

P.S. He leído en algunos artículos relativos al No irlandés una cita incompleta de Bertold Brecht que creo oportuno incluir aquí en su integridad. Se trata de un poema titulado La Solución,escrito con motivo del levantamiento de los obreros de Berlin Este el 17 de junio de 1953 hace hoy 55 años y dos días.

Después del levantamiento del 17 de junio
El secretario de la Unión de Escritores
Distribuyó hojas de papel en la avenida Stalin
En las que se podía leer que el pueblo
Había perdido la confianza del gobierno
Y que sólo con una duplicación del trabajo
Podría recobrarla.
¿No sería más fácil disolver al pueblo
Y elegir uno nuevo?

Aplíquese, si procede, a los irlandeses.. dirán algunos en Bruselas.

¿Es la construcción europea un proceso democrático? ¿Puede ser un proceso democrático, es decir, refrendado por los ciudadanos en consultas populares? La respuesta, antes y ahora, parece ser NO... Porque cuando los ciudadanos son preguntados, la contestación suele ser negativa, como se ha visto ya no sólo en Irlanda, sino hace tres años en Francia y en Holanda. Consecuencia: ¿ni un referéndum más? Pues no, todo lo contrario. Es decir, más y mejor información, menos élites europeas encerradas en sus torres de marfil, más contacto con el mundo real y las preocupaciones de la gente y más movimientos e iniciativas ciudadanas en la UE, precisamente para hacer Europa más democrática y más próxima a los ciudadanos, que es justamente lo que afirmaban-sin comprometerse a cumplirlo- el Tratado de Lisboa y la extinta Constitución Europea.

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