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El honor familiar que asesina a las mujeres musulmanas
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez. Berlín

El honor familiar que asesina a las mujeres musulmanas

23 puñaladas. Ni una más ni una menos. Con un cuchillo de diez centímetros de largo. Morsal Obeidi, 16 años de edad, murió en Hamburgo el

23 puñaladas. Ni una más ni una menos. Con un cuchillo de diez centímetros de largo. Morsal Obeidi, 16 años de edad, murió en Hamburgo el pasado 15 de mayo a manos de su hermano Ahmad,  24 años, porque ofendía el honor de su familia y no respetaba las tradiciones islámicas. Se pintaba, llevaba ropa ajustada y minifaldas, fumaba, iba a discotecas… como cualquiera de sus amigas alemanas. El problema es que Morsal era afgana. Su padre, un piloto militar que pidió asilo político en Alemania en 1992, es un hombre violento. Pegaba a sus hijos y de una manera especial a la chica. Las cicatrices de su cuerpo atestiguaban esos maltratos, no sólo del padre, sino también de su hermano, un delincuente que empezó a descarriarse a los 13 años, con una inteligencia por debajo de la media y con un largo historial en los registros policiales de la ciudad hanseática.

 

En los últimos dos años Morsal había acudido en múltiples ocasiones a pedir ayuda a las autoridades, e incluso, había estado internada en algún centro de acogida para mujeres maltratadas. Pero al final siempre regresaba con su familia, incapaz de romper definitivamente con sus futuros verdugos. Esta semana ha empezado el juicio por homicidio contra su hermano en la Audiencia Provincial de Hamburgo. La fiscalía pide cadena perpetua porque hubo no sólo premeditación, sino engaño al atraerla a un lugar oscuro, cercano a la estación de tren para acuchillarla sin testigos. La defensa considera que se trató de un acto impulsivo de un hermano preocupado por el honor de la familia; una familia en la que las palizas eran constantes.

Crímenes en nombre de la tradición islámica

Al menos cincuenta mujeres musulmanas han sido asesinadas en Alemania en los últimos diez años por haber supuestamente atacado u ofendido el honor de sus familias. A una joven kosovar de 16 años su padre la estranguló por haber ido a una discoteca en la ciudad de Tübingen. Otra joven en Ingolstadt fue asesinada por haber abandonado a su marido, con quien le obligaron a casarse a los 16 años después de haber sufrido durante años maltratos físicos y psíquicos. Muchas otras, simplemente, por renunciar a ir cubiertas, por haber perdido la virginidad o por pretender estudiar y ser independientes. Estos asesinatos se están llevando a cabo aquí en Alemania, donde viven en paralelo al menos dos sociedades: la turco-musulmana y la laica. Y donde desde hace tres años está vigente un pacto de integración destinado a combinar dos conceptos no siempre compatibles: la tolerancia y el respeto a/entre las religiones y el Islam, en concreto, y los derechos humanos para todos, incluidas las mujeres musulmanas en un estado de derecho. Los esfuerzos para maridar ambos mundos no están siendo siempre premiados con el éxito, y entre las mujeres musulmanas progresistas ya ha surgido una iniciativa que plantea simplemente acabar con una tolerancia multicultural que está permitiendo este tipo de asesinatos, que no son sino crímenes en nombre de la tradición.

 

Este colectivo insiste en que el millón aproximadamente de mujeres musulmanas residentes en Alemania son víctimas potenciales de esta forma de delincuencia que se desarrolla en familia, es decir, en un círculo muy íntimo, pero que no por ello deja de ser un delito capital. Los jueces se enfrentan siempre al abordar el tema con las referencias culturales del colectivo musulmán, que, a pesar de vivir aquí, o quizá tal vez por ello, se aferra aún con más fuerza a las tradiciones y costumbres de sus ancestros. La última sentencia significativa para otro asesinato de honor aquí en Berlín, fue de 9 años y 3 meses de cárcel para el hermano de una mujer turca, Hatin Sürücü, que se había separado de su marido y vivía con su hijito ‘a la occidental’. No le podían caer más de diez años porque en el momento del homicidio el asesino era menor de edad. ¿Serviría de algo un endurecimiento de las penas? Probablemente sí, pero está claro que es una carrera no sólo contra el tiempo, sino contra las viejas usanzas islámicas.

                                            

23 puñaladas. Ni una más ni una menos. Con un cuchillo de diez centímetros de largo. Morsal Obeidi, 16 años de edad, murió en Hamburgo el pasado 15 de mayo a manos de su hermano Ahmad,  24 años, porque ofendía el honor de su familia y no respetaba las tradiciones islámicas. Se pintaba, llevaba ropa ajustada y minifaldas, fumaba, iba a discotecas… como cualquiera de sus amigas alemanas. El problema es que Morsal era afgana. Su padre, un piloto militar que pidió asilo político en Alemania en 1992, es un hombre violento. Pegaba a sus hijos y de una manera especial a la chica. Las cicatrices de su cuerpo atestiguaban esos maltratos, no sólo del padre, sino también de su hermano, un delincuente que empezó a descarriarse a los 13 años, con una inteligencia por debajo de la media y con un largo historial en los registros policiales de la ciudad hanseática.