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El psicodrama del Brexit: cuando la nostalgia se convierte en arma política
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Celia Maza (La Isla)

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El psicodrama del Brexit: cuando la nostalgia se convierte en arma política

Los británicos nunca llegaron a sentirse del todo cómodos en el club comunitario. Pero tampoco se sabe cuál es la alternativa

Foto: Michel Barnier, Jean-Claude Juncker y Theresa May, en una imagen de archivo del pasado 20 de febrero de 2019. (EFE)
Michel Barnier, Jean-Claude Juncker y Theresa May, en una imagen de archivo del pasado 20 de febrero de 2019. (EFE)

“Lo que me asusta de la nostalgia es que se ha convertido en un arma política. Los políticos han creado la nostalgia para una Inglaterra que nunca existió. Y a la que venden como algo a lo que podemos regresar”, explicaba el recién desaparecido John le Carré en una entrevista con la BBC el año pasado. El novelista británico, cuyo nombre real era David Cornwell, fue el espía que narró la Guerra Fría. Siempre fue sumamente crítico con el Brexit. ¿Es la nostalgia la que nos ha traído hasta aquí?

Este 31 de diciembre, se ejecutará finalmente a efectos prácticos la desconexión del Reino Unido con la UE. Tras años escribiendo a diario de esto, créanme cuando les digo que hoy todo se me hace extraño. Como aquella mañana del 24 de junio de 2016. Tenía aún las palabras —y sobre todo el tono de voz— del mítico periodista David Dimbleby grabadas: “Señores, estamos fuera”.

Había interiorizado tanto aquello de que “la relación entre el Reino Unido y la UE no era de amor, pero tampoco era tan mala como para terminar en divorcio” que había terminado por creérmelo. Quería creérmelo. En mi cabeza, de alguna manera, el Brexit había sido arrinconado como una posibilidad remota. Pero no fue así: 51,9% de los votos frente al 48,1%. Por una diferencia de 1.269.501 papeletas (o lo que es lo mismo, el 1,9% de los votos), se decidió poner fin a más de cuatro décadas de tormentosa relación con el bloque.

Foto: Boris Johnson. (Reuters)

¿Qué hubiera ocurrido si la crisis de 2008 no hubiera condenado al Reino Unido a una era de austeridad que llevó a muchos ciudadanos a utilizar el referéndum como voto castigo al Gobierno? ¿Qué hubiera pasado si el populista-oportunista Boris Johnson hubiera decidido hacer campaña por la permanencia en la UE? ¿Y si la oposición laborista hubiera tenido a otro líder distinto al radical (y euroescéptico) Jeremy Corbyn?

La piedra angular de todo sistema de gestión de riesgos es el llamado 'modelo del queso suizo'. Fue creado en 1990 por el inglés James T. Reason, tras estudiar las causas de varios desastres. Si cortamos el queso, es arduamente complejo que alguno de los agujeros coincida en todas y cada una de las lonchas. Pero eso no significa que sea imposible. Y es lo que ha ocurrido con el Brexit. Una singular concatenación de factores nos ha traído hasta aquí.

Boris Johnson. (Reuters)

Aunque, francamente, desde el momento en que David Cameron protagonizó un tremendo error de cálculo político se redujeron las posibilidades de evitar la catástrofe. Porque todo fue un error de cálculo político alimentado, entre otros, por una consulta de independencia escocesa en 2014, que el entonces primer ministro ganó de manera muy ajustada.

La tierra prometida

Los ciudadanos no pedían un plebiscito sobre la permanencia en la UE. Fue el Partido Conservador quien llevó su eterna disputa a la calle. A lo largo de la historia, la cuestión europea ha costado su puesto hasta a seis mandatarios 'tories'. Johnson, sin embargo, espera que la desconexión le devuelva su reinado. Con la popularidad por los suelos por su más que cuestionada gestión ante la pandemia, el inquilino de Downing Street se muestra ahora cual mesías liderando una 'global Britain' que los euroescépticos presentan como si fuera una tierra prometida.

Foto: EC.

El Reino Unido ha entrado ya en recesión y va camino de acumular un déficit histórico en tiempos de paz del 19% del PIB británico. Pero eso no importa. Para los 'brexiters', su mayor tesoro ahora es haber recuperado la soberanía. Y no son conscientes de que para cualquier pacto futuro, sea con quien sea, y aunque se trate tan solo de mínimos, hay que realizar concesiones.

La soberanía pura no solo no existe sino que es además peligrosa, porque te deja aislado. Como ha pasado ahora. Porque por mucho que se hable de que finalmente el acuerdo comercial y de cooperación con Bruselas salvó en el último minuto el abismo, el Reino Unido queda ahora fuera del mercado único y la unión aduanera. Y esto es lo mismo que hablar de Brexit duro.

Reino Unido no tenía un papel preponderante en los Estados Unidos de Europa de Churchill

Cierto es que los británicos nunca llegaron a sentirse del todo cómodos en el club comunitario. Muchos consideran que el famoso discurso que Winston Churchill ofreció en 1946 en la Universidad de Zúrich, donde habló de la necesidad de construir unos “Estados Unidos de Europa”, fue el primer paso hacia la integración durante la posguerra. Pero lo cierto es que veía más al Reino Unido como observador que como integrador de ese proceso.

Europa se consideraba una herencia del imperio. Como grandes vencedores en su lucha contra el nazismo, Londres quería ayudar a que el Viejo Continente se desarrollara, pero supervisando todo desde fuera.

Tras no uno, sino hasta dos vetos del general francés Charles de Gaulle, el ingreso llegó finalmente en 1973. Pero desde el primer momento, todo fueron excepcionalidades. Desde el cheque británico de Thatcher hasta la exclusión de la zona euro. El Reino Unido siempre gozó de un estatus especial. Y el resto de Estados miembros comulgaban con aquello. Tampoco se puede minimizar el beneficio que aportaba la presencia de los británicos en el proyecto europeo. Londres ofrecía el vínculo con los Estados Unidos, una visión distinta del proceso y un contrapeso a Francia.

Foto: que-pasa-con-gibraltar-problema-irresuelto-brexit

Con todo, las concesiones que Bruselas llegó a ofrecer a Cameron en su intento de evitar el divorcio se pueden considerar incluso humillantes. A veces, se nos olvidan aquellas negociaciones previas a la histórica consulta del 23 de junio de 2016. La Comisión Europea llegó a plantear un 'freno de emergencia' para detener la entrada de migrantes —suspendiendo los beneficios sociales, incluso a los que tuvieran derecho los ciudadanos de la UE— si acreditaba que el Reino Unido no soportaba la presión migratoria. En definitiva, una bofetada con guante blanco a la libertad de movimiento, piedra angular del mercado único. Pero, aun así, Westminster no lo compró.

Los 'tories' estaban ya muy nerviosos con el auge del UKIP. Con su discurso antiinmigración, un por aquel entonces desconocido Nigel Farage iba ganando cada vez más terreno. Fueron los británicos —en particular, Tony Blair— los que más insistieron en integrar a los países del Este en la UE. Pero luego resultó que les molestaba su inmigración. Ironías de este complejo proceso.

Foto: Una imagen de la City de Londres. (Reuters)

“Recuperar el control de las fronteras” se convirtió en el gran emblema de la causa euroescéptica. Farage se negó a disculparse tras presentar un gigantesco póster donde se mostraba una larga cola de refugiados cruzando la frontera entre Croacia y Eslovenia. El político fue acusado de adoptar “tácticas de propaganda al estilo nazi” para ayudar al triunfo del Brexit. Junto a la valla publicitaria figuraba el siguiente mensaje: “La UE nos ha fallado a todos”.

Los 'brexiters' comenzaron a manipular un discurso en que, en medio de la era de austeridad impuesta por el Ejecutivo tras la crisis de 2008, acusaban a los inmigrantes de robar los trabajos a los británicos y colapsar la sanidad pública, manifestaciones que se demostró no eran ciertas.

placeholder David Cameron. (EFE)
David Cameron. (EFE)

Coincidió además que en 2015 Alemania registró un récord de 1,1 millones de refugiados de Oriente Medio, África Occidental y Asia Meridional. Muchos británicos votaron por el Brexit con el convencimiento de que podrían reducir la inmigración de estos países, sin ser conscientes de que el debate solo se ceñía a los países europeos del bloque. Pusieron fin a la libertad de movimiento. Claro que la puerta funcionaba en ambos sentidos. Los comunitarios no podrán ya entrar libremente en el Reino Unido, pero los británicos tampoco podrán viajar libremente por los 27 países de la UE.

Tras conocerse la victoria del Brexit, Cameron anunció su dimisión y se metió por última vez en el Número 10 tarareando (literalmente). Theresa May cogió el testigo y activó el artículo 50 del Tratado de Lisboa, cuando ni siquiera sabía definir qué significaba todo aquello: “Brexit means Brexit”.

Foto: Barnier junto a su número dos, la española Clara Martínez Alberola. (EFE)

“¿Cuál es la alternativa a Europa? Si somos honestos, debemos decir que no hay ninguna”, escribía en su diario en enero de 1963 el primer ministro británico conservador Harold Macmillan, varios días después de que el general Charles de Gaulle vetara por primera vez la entrada del Reino Unido a la entonces Comunidad Económica Europea.

¿Cuál es la alternativa? No tengo aún respuesta para ello. Por lo tanto, me despido como lo hizo en Nochebuena la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, citando al poeta TS Eliot: “Lo que llamamos principio es a menudo el final. Y terminar es comenzar”.

“Lo que me asusta de la nostalgia es que se ha convertido en un arma política. Los políticos han creado la nostalgia para una Inglaterra que nunca existió. Y a la que venden como algo a lo que podemos regresar”, explicaba el recién desaparecido John le Carré en una entrevista con la BBC el año pasado. El novelista británico, cuyo nombre real era David Cornwell, fue el espía que narró la Guerra Fría. Siempre fue sumamente crítico con el Brexit. ¿Es la nostalgia la que nos ha traído hasta aquí?

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