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Johnson y el efecto Churchill: ¿va a volver?
El ex primer ministro británico siempre ha mirado a Winston Churchill como su héroe. Ahora, ¿seguirá su trayectoria política y se volverá a presentar para gobernar el país?
Dicen que va a volver. Que está convencido de que los laboristas ganarán las próximas elecciones y que será entonces cuando sus filas le imploren su vuelta, admitiendo que su 'destronamiento' fue un error. Sus fieles —alguno le queda aún— hablan del “factor Churchill” para referirse a un dramático regreso. Pero quizás ese fuese el gran problema de Boris Johnson. Endiosó a un héroe sin ser capaz de ver sus sombras e intentó replicarlo para terminar de la misma manera: confundido, torturado, pequeño tras superar su apogeo.
Siempre hay que remontarse a los principios. Y los de Boris se enmarcan en una familia desmoronada por las infidelidades de un padre y las ausencias prolongadas de una madre que sufría problemas mentales. Ella —Charlotte Fawcett— era un genio. A sus 20 años, la facultad de Oxford le ofreció trabajo. Pero Stanley Johnson, otro brillante estudiante de 22 años, se cruzó en su camino y lo dejó todo —incluido su compromiso matrimonial— para seguirle a los Estados Unidos, donde él contaba con una beca en la Universidad de Columbia. Fue allí donde nació Boris, en Nueva York. Un día, cuando su madre volvió a casa tras un ingreso de ocho meses, el pequeño Boris ya le contó que quería ser "el rey del mundo". Si no pudiese ser amado, sería al menos poderoso, ilegible, invencible, de alguna manera, a salvo de las penas de la vida.
Y fue entonces cuando se encerró en Churchill, para nunca ya salir. Con unos progenitores ausentes, se aferró a un héroe, el último rey de la Gran Bretaña. Memorizó las leyendas, imaginándose a sí mismos pilotando Spitfires sobre el verde de Sussex, mientras los famosos discursos del político resonaban en su cabeza.
“Los hombres famosos suelen ser el producto de una infancia infeliz”, escribió el propio Churchill. Este último sufrió su propia versión de abandono y angustia. Los suicidios de su familia incluyeron a un cuñado, un expadrastro, al amante de una hija, una exnuera, un yerno y una hija.
La infelicidad evocó en ambos las mismas ambiciones: la decisión consciente de ser un héroe clásico, con toda la crueldad y frialdad que resulta de tal elección. La insensibilidad fue fermentada por cualidades de autoburla. La vanidad, excusada por el sentido del humor.
A menudo, ambos se comparan con bebés. Neville Chamberlain creía que Churchill, para dolor de sus colegas, era un “niño descarriado”. El 'Financial Times' definió a Johnson como un “político hombre-niño”, siempre al borde de que sus ambiciones fueran devoradas por sus propios apetitos brutos. Mitad omnipotentes, mitad indefensos. Niños pequeños, demasiado grandes.
En el quincuagésimo aniversario de la muerte de Churchill en 2014, el tributo de Johnson hacia su héroe alcanzó una nueva etapa con una biografía que fue un éxito de ventas. Pero el factor Churchill nunca se trató realmente de Winston. En realidad era Boris mirándose a un espejo.
La escritura, para ambos, siempre fue una forma de dramatizar y publicitarse a sí mismos. "Más que un señor de la guerra, Churchill fue el mejor orador, el mejor escritor, el mejor bromista, el más valiente, el más audaz y el más original", escribía Boris sin otro propósito que enumerar todas las cualidades con la que quería que la gente le describiera a él mismo. “La deslealtad de Churchill hacia los colegas del partido fue magnífica”. Como la de Boris. "En hábitos, Churchill superficialmente se parecía a una figura de Bertie Wooster". Como Boris. “Churchill era el primer ministro inevitable. Hacia 1940 solo había un hombre para ese momento”. Lo mismo que se creyó Boris con el Brexit.
Al emular el optimismo, patriotismo y esperanza de Churchill, pensó que ejecutando la salida del Reino Unido de la UE podría ocupar su lugar en los libros de historia. Una vez que se mudó finalmente a Downing Street, su mundo interior de fantasía parecía por fin congruente con la realidad. Fantaseaba con tener sus propios monumentos. O al menos esto es lo que decía Dominic Cummings, al que ya tampoco puede uno tomarle en serio, porque su obsesión con derrocar a su exjefe le ha hecho perder el rumbo. Las obsesiones nunca fueron buenas.
En definitiva, Boris llegó a creerse invencible. Pero no lo era. Como tampoco lo fue Churchill. Tras ganar a los nazis en la II Guerra Mundial, el pueblo no le recompensó con una victoria en las urnas. Los trabajadores, tras sostener el esfuerzo bélico, deseaban ser recompensados con pleno empleo y un estado del bienestar. Y, mientras la izquierda supo conectar con esta inquietud, Churchill comparaba a los progresistas con la Gestapo. Y fue así como salió por primera vez de Downing Street. A diferencia de Boris, que ha sido destronado por sus propias filas antes siquiera que el electorado emitiera un juicio.
Durante los años siguientes a la posguerra, el laborismo trabajó en el desarrollo de los servicios sociales. Pero la clase media se cansó del racionamiento, la inflación y la austeridad. Y fue entonces cuando volvieron los 'tories'. Fue entonces cuando volvió Churchill.
Si la ambición rubia quiere seguir sus pasos, tendría que ser consciente de cómo fue su segundo mandato en 1951: tan solo el ocaso de la leyenda. El gran estadista se convirtió en un hombre anciano que se aferraba desesperadamente al poder sin admitir que su tiempo había pasado. Los problemas de salud —quedó paralizado de la mitad de su cuerpo— le obligaron a presentar finalmente la renuncia a los 81 años.
Esta es la parte de la historia que Boris prefiere no recordar. “Creo que realmente no sabía lo que quería”, llegó a escribir sobre su gran héroe… Y, por lo tanto, sobre sí mismo. Quizá lo que ambos querían eran solo elogios. "Y tal comportamiento en tiempos de paz [según señalaba el propio Johnson] puede ser desastroso".
Dicen que va a volver. Que está convencido de que los laboristas ganarán las próximas elecciones y que será entonces cuando sus filas le imploren su vuelta, admitiendo que su 'destronamiento' fue un error. Sus fieles —alguno le queda aún— hablan del “factor Churchill” para referirse a un dramático regreso. Pero quizás ese fuese el gran problema de Boris Johnson. Endiosó a un héroe sin ser capaz de ver sus sombras e intentó replicarlo para terminar de la misma manera: confundido, torturado, pequeño tras superar su apogeo.