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Imperialismo ‘made in China’
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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Imperialismo ‘made in China’

Habla a voces por su teléfono móvil y escupe sin parar por la ventanilla. Con un ultratecnológico transistor en el que repite una y otra vez

Habla a voces por su teléfono móvil y escupe sin parar por la ventanilla. Con un ultratecnológico transistor en el que repite una y otra vez la misma canción, destroza los nervios de sus compañeros de viaje. Es un empresario chino y nadie se atreve a responder a su arrogancia en un autobús que recorre las polvorientas carreteras del norte de Laos, a sólo diez kilómetros de la frontera con China.

En este país, como en otras zonas del Sudeste asiático, la influencia de la gran potencia china se cobra terreno a un ritmo vertiginoso. Los países del entorno ven cómo los empresarios venidos del gigante asiático se hacen con contratas millonarios, envían turistas a divertirse a sus playas, mientras delegaciones de Pekín recorren de punta a punta la geografía con la prestancia de una potencia imperial recién nacida.

Según los últimos datos, la inversión china en Laos creció entre un 40 y un 60% en el último año. En su mayoría son contratas para explotar recursos naturales o deslocalizar producción industrial. Las condiciones, explican las organizaciones internacionales que trabajan en la zona, no son del todo justas y tienen el sello de la imposición. Por ejemplo, el norte del país esta llenándose de plantaciones de caucho explotadas por consorcios chinos que pagan cinco dólares al año por hectárea de tierra, cuando el precio real (el que se paga por ejemplo en Vietnam) es de 50 dólares. El contrato, además, se firma por 30 años. Algo similar ocurre en Vietnam con los cultivos de piña.

Aunque los laosianos no articulan queja en público, muchos de los extranjeros que trabajan en la zona hablan de "comportamiento imperial" o incluso "colonial" en las relaciones de China con su modesto vecino. Y, ciertamente, algunos síntomas saltan a la vista. Así, a pesar de que la región donde nos encontramos se llama Lao Namtha, los propietarios de una pensión regentada por chinos prefieren referirse a ella como ‘South Huntan’ (Huntan del Sur), como si se tratase un segmento más de su país.

Carreteras tercermundistas

En los últimos dos años Laos ha firmado también contratos con Pekín para mejorar las carreteras del país, que siguen siendo peores que la de cualquier carretera comarcal europea y en la mitad de sus tramos ni siquiera cuentan con asfalto. Las únicas vías medio decentes son, curiosamente, las que abren un pasillo comercial que permite bajar las mercancías chinas al sur de Asia por una nueva y ventajosa ruta.

El nuevo ‘imperialismo’ chino no es privativo de Laos, ni siquiera del Sudeste asiático (se da también en África y Latinoamérica), pero el caso de esta nación rural y subdesarrollada es paradigmático. La vieja nomenklatura de su gobierno comunista, que durante años ha sido un títere de Vietnam, sigue mirando con recelo a Pekín. Los políticos más jóvenes, sin embargo, creen que el futuro está en aliarse con China, en echarse en brazos del Imperio.

Tras sufrir el colonialismo francés y recibir el mayor bombardeo de la historia durante la guerra de Vietnam, a los cerca de 4 millones de laosianos, incluidos varios grupos étnicos que aún conservan un modelo social tribal, les espera un nuevo azote extranjero. La amenaza está más cerca que nunca: en la frontera con China.

Habla a voces por su teléfono móvil y escupe sin parar por la ventanilla. Con un ultratecnológico transistor en el que repite una y otra vez la misma canción, destroza los nervios de sus compañeros de viaje. Es un empresario chino y nadie se atreve a responder a su arrogancia en un autobús que recorre las polvorientas carreteras del norte de Laos, a sólo diez kilómetros de la frontera con China.