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Ángel Villarino

Historias de Asia

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Alta velocidad china de California a Sao Paulo

Roger Williams, antiguo presidente de la Amtrak, la compañía de ferrocarril estadounidense, resumía así la situación: “Los trenes no son más que una diminuta gota en

Foto: Alta velocidad china de California a Sao Paulo
Alta velocidad china de California a Sao Paulo

Roger Williams, antiguo presidente de la Amtrak, la compañía de ferrocarril estadounidense, resumía así la situación: “Los trenes no son más que una diminuta gota en el cubo del transporte americano”. La cita tiene más de 20 años, pero la foto no ha cambiado: a pesar de que el tren es uno de sus mitos fundacionales, Estados Unidos sostiene hoy por hoy una de las líneas férreas más penosas del mundo industrializado: lenta, cara, vieja, subvencionada… Por poner un ejemplo, el calificativo de “alta velocidad” se lo dan a una sola ruta, cuyos méritos son más que dudosos. El “Acela Express” une Boston, Nueva York, Washington y Filadelfia a una velocidad media de 109 kilómetros por hora, una ridiculez si lo comparamos, por ejemplo, con el TGV francés, que circula a 277 km/hora. La pionera liberalización del mercado aéreo, las largas distancias, la presión de la industria automovilística y otros motivos políticos y estructurales se han utilizado para explicar el retraso. Por si hay alguien con particular interés en el asunto, les propongo este viejo artículo, que carga las tintas contra la nacionalización y la mala gestión del sector público.

 

Sea como fuere, el de los trenes es uno de los “atrasos americanos” que prometió remediar Obama. Con la lírica de siempre lo declamó el 16 de abril de 2009: “Imagínense viajando entre ciudades a más de 100 millas por hora, caminando unos metros hasta el transporte público y terminando el viaje a pocos metros de su destino. Imagínense un gran proyecto para reconstruir América”, dijo. Se refería a los trenes de alta velocidad, una manera de viajar que a juicio de muchos es más segura, sostenible, ecológica y menos dependiente del petróleo que los automóviles y aviones. A lo que vamos: Estados Unidos prepara inversiones millonarias para las que su industria ferrovial parece no está preparada. De modo que habrá que comprar fuera. ¿Pero a quién? Aquí es donde entra en juego China. El gigante comunista ha construido ya más de 6.500 kilómetros de alta velocidad, una buena parte de ellos con el dinero destinado a combatir la crisis. La cifra, dicen los chinos, crecerá hasta los 25.000 kilómetros antes de 2020 para unir todas las grandes y medianas ciudades del país, que son muchas.

De Guadalajara a Pekín en alta velocidad

El Ministerio de Transportes anunció este mes que apuesta por exportar a EEUU la tecnología de su línea de trenes “Armonía”, que superan los 350 kilómetros por hora. Cuando hablan de ello, los burócratas chinos no pierden la ocasión de recordar que, esta vez, son ellos los más avanzados. Empezarán compitiendo para entrar en California, Florida e Illinois. Y por ahora todo son buenas señales: no sólo el propio Obama, sino también los gobernadores de dichos estados se han mostrado más que receptivos con la idea. Parece que Schwarzenegger incluso viajará a China para ver cómo funcionan. Los detalles del caso californiano, los desgranaba el New York Times en este reciente artículo. Su corresponsal narra que Zheng Jian, jefe de planificación de la red de alta velocidad nacional, tiene colgado en su despacho de Pekín un mapa que plasma los sueños de extender (y financiar) la red rápida china por toda Eurasia, llevando la alta velocidad de Shangai a Singapur, de allí a Nueva Delhi a través de Myanmar; y después a Moscú, París y Londres. Zheng calcula que en 10 años será posible coger el AVE en Guadalajara y bajarse en la estación norte de Pekín sin haber utilizado otro medio de transporte que la alta velocidad.

Las ambiciones chinas pasan también por vender sus trenes a otros países de los cinco continentes. Por ejemplo, Hu Jintao acaba de recordarle a Lula, en Brasil, la propuesta de unir Río de Janeiro y Sao Paulo con tecnología china. También Turquía, Venezuela, Rusia y Arabia Saudí han mostrado interés. En definitiva, los chinos están decididos en convertirse en los líderes de una industria que, corríjanme si me equivoco, parece tener bastante futuro.

Lo realmente curioso es que, a pesar de que el tren es el medio de transporte predilecto por las masas, los chinos son tan nuevos montando redes de alta velocidad como en cualquier otra industria avanzada. Todo lo han desarrollado en los últimos años con tecnología japonesa y europea. Los fabricantes nipones sugirieron hace poco que sus vecinos, más que inspirarse, les han copiado. Y algo parecido dejó caer el otro día en un encuentro con periodistas el embajador de la Unión Europea en Pekín, el francés Serge Abou. Algunos dirán que se cumple la pesadilla. Y además antes de lo esperado: los mismos que transfirieron tecnología a China (japoneses, alemanes, franceses, e incluso españoles) tendrán que competir con el tren “Armonía” en concursos públicos de medio mundo, algo que pasará en California en los próximos meses. Con peores precios y menor peso diplomático, los competidores que se enfrenten a Pekín lo tendrán bastante crudo para llevarse el gato al agua.

Más allá de la importancia que pueda tener para el sector, el asunto toca uno de los grandes temas de China: su salto tecnológico. Ya no se trata de coser zapatillas, ni camisetas, ni de ensamblar reproductores de DVD; ni siquiera de hacer carreteras y estadios de fútbol con materiales baratos en África. Lo que el Gobierno de Pekín sostiene es que su administración es capaz de producir los mejores y más rápidos trenes del mundo. Y todo a un precio “chino”, es decir, competitivo.

Roger Williams, antiguo presidente de la Amtrak, la compañía de ferrocarril estadounidense, resumía así la situación: “Los trenes no son más que una diminuta gota en el cubo del transporte americano”. La cita tiene más de 20 años, pero la foto no ha cambiado: a pesar de que el tren es uno de sus mitos fundacionales, Estados Unidos sostiene hoy por hoy una de las líneas férreas más penosas del mundo industrializado: lenta, cara, vieja, subvencionada… Por poner un ejemplo, el calificativo de “alta velocidad” se lo dan a una sola ruta, cuyos méritos son más que dudosos. El “Acela Express” une Boston, Nueva York, Washington y Filadelfia a una velocidad media de 109 kilómetros por hora, una ridiculez si lo comparamos, por ejemplo, con el TGV francés, que circula a 277 km/hora. La pionera liberalización del mercado aéreo, las largas distancias, la presión de la industria automovilística y otros motivos políticos y estructurales se han utilizado para explicar el retraso. Por si hay alguien con particular interés en el asunto, les propongo este viejo artículo, que carga las tintas contra la nacionalización y la mala gestión del sector público.