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Los trucos de la 'máquina de patentes' china
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Ángel Villarino

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Los trucos de la 'máquina de patentes' china

“¿Por qué ningún científico chino ha ganado nunca un premio Nobel, mientras sí lo han obtenido enemigos del régimen como el Dalai Lama, el escritor Gao

“¿Por qué ningún científico chino ha ganado nunca un premio Nobel, mientras sí lo han obtenido enemigos del régimen como el Dalai Lama, el escritor Gao Xingjiang o, más recientemente, el activista Liu Xiaobo?”. En China, la pregunta ha sido objeto de debate en las últimas semanas. Y no sólo por la dimensión política del asunto, sino, también, porque aborda una de las mayores incógnitas sobre los límites del “milagro económico” chino: su capacidad para innovar y desarrollar tecnología propia.

Se trata de un tema complicado, lleno de matices culturales y políticos, en el que se ha colado recientemente un nuevo fenómeno: el aumento exponencial de las aplicaciones de patentes en China en los últimos años. O lo que es lo mismo: el número de invenciones tramitadas a registro, un listado que se ha llegado a proponer, incluso, como patrón de medida del ingenio planetario. Un vistazo rápido a los datos chinos deja sin respiración y vendría a confirmar que el gigante asiático es ya capaz de innovar tanto o más que el resto de potencias tecnológicas. Las estadísticas, sin embargo, esconden varios trucos.

Según un informe de Thomson Reuters, la oficina de patentes china será la que más aplicaciones reciba el año que viene, superando a Japón y Estados Unidos, las únicas que en 2009 todavía estaban por encima. Los registros han venido creciendo en el gigante asiático a un 26% anual en los últimos seis años. En ese mismo periodo, los otros cuatro centros de la innovación mundial, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y la Unión Europea, tan solo aumentaron entre el 1 y el 5% anual.

Ante estos datos, la lista de matizaciones es extensa. Para empezar, existe una férrea voluntad política de multiplicar el número de solicitudes. Algo que resulta definitivo en un país donde el Gobierno lo controla todo. Hace ya algunos años que el Partido Comunista China (PCCh) viene estableciendo como una de sus prioridades quinquenales aumentar a toda prisa el número de patentes. Desde entonces, las facilidades, subvenciones y presiones para conseguirlo han sido constantes: desde premios en metálico y ventajas burocráticas para estudiantes y profesores, hasta desgravaciones fiscales para las empresas.

Hoy por hoy, solicitar una patente en China es tan sencillo y barato que decenas de páginas web se ofrecen a hacerlo por precios que oscilan entre los 100 y 300 dólares. La propia Oficina de Patentes recibe bonificaciones dependiendo del volumen de tramitación, mientras que las regiones del país compiten entre sí para ver quién encabeza las listas cada año. Algunos expertos advierten que se está premiando la cantidad y olvidando la calidad. Lo importante, vendrían a decir, es patentar más y más, sin importar si tiene alguna utilidad o aplicación práctica.

Un especialista del sector que trabaja para una institución europea en Pekín me estuvo explicando en una larga entrevista otros factores que, a su juicio, ayudan a entender el "despegue de patentes" chino. Para empezar, China promulgó la primera ley sobre propiedad intelectual en 1985, por lo que muchas innovaciones conocidas en el resto del mundo están registrándose ahora. En segundo lugar, el Gobierno aprovecha su control sobre las empresas para implementar sus prioridades: se está exigiendo, por ejemplo, que las compañías que quieran internacionalizarse y salir al extranjero tengan registrada toda su tecnología antes de dar el paso.

Cómo disparar las estadísticas

“Finalmente”, concluía el experto, “las empresas chinas tienen por costumbre presentar la misma innovación como invento y como modelo de utilidad (un método de protección intelectual de menor rango que la patente de invento). Esta duplicidad dispara las estadísticas”.

Al final, sólo una de cada tres patentes resulta aprobada en China, mientras que en la Unión Europea la proporción asciende al 50%. También resulta sospechosa la cifra de patentes internacionales, donde China pierde muchos puestos, presentando seis veces menos registros que el líder de la tabla, Estados Unidos y cuatro veces menos que Japón.

El profesor Wu Handong, director del Centro de Investigación de la Propiedad Intelectual de China, con quien hablamos la semana pasada, no oculta los “matices” pero prefiere enfocar el fenómeno de esta manera: “Hace seis años, China era la décima del mundo y un 70% de los registros los hacían empresas extranjeras. Ahora somos los terceros y el 60% son compañías chinas”.

Wu también recordaba que las inversiones chinas en innovación y desarrollo (I+D) han aumentado considerablemente en los últimos años, incluso en tiempos de crisis en los que el resto de potencias están recogiendo velas. Pero el gigante asiático viene de muy atrás y, a pesar de sus notables esfuerzos, sigue gastando un menor porcentaje de su PIB en innovar que países como Japón o Corea del Sur.

“Se considera que un país es creativo cuando gasta más del 2% de su PIB en I+D, pero no es el caso de China, que gasta el 1,52%”, admitía el profesor. Países como Israel (2,8%), Corea del Sur (2,6%), Estados Unidos (2,2%) o Japón (2,1%) sí pueden ser considerados "creativos".

Como en tantos otros capítulos, el apabullante e indiscutible crecimiento del país más poblado del mundo induce a pensar, erróneamente, que el gigante asiático ya ha alcanzado, o incluso lidera, a las grandes potencias. Es fácil caer en el entusiasmo cuando la economía crece a dos dígitos y se ponen más de 1.300 millones de personas al servicio de las estadísticas.

“¿Por qué ningún científico chino ha ganado nunca un premio Nobel, mientras sí lo han obtenido enemigos del régimen como el Dalai Lama, el escritor Gao Xingjiang o, más recientemente, el activista Liu Xiaobo?”. En China, la pregunta ha sido objeto de debate en las últimas semanas. Y no sólo por la dimensión política del asunto, sino, también, porque aborda una de las mayores incógnitas sobre los límites del “milagro económico” chino: su capacidad para innovar y desarrollar tecnología propia.

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