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Los “tigres nucleares” asiáticos mantienen sus planes pese a Fukushima
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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Los “tigres nucleares” asiáticos mantienen sus planes pese a Fukushima

Cuando, la semana pasada, el Gobierno vietnamita dijo que había aprendido la “lección de Fukushima”, algunos quisieron entender que Hanoi iba a renunciar a su agenda

Cuando, la semana pasada, el Gobierno vietnamita dijo que había aprendido la “lección de Fukushima”, algunos quisieron entender que Hanoi iba a renunciar a su agenda atómica. Lo que se anunció dos días después fue la construcción de un dique anti-tsunamis para proteger las dos plantas nucleares en desarrollo en la provincia de Ninh Thuan. El muro, aseguraron los científicos, es “capaz de prevenir olas de 15 metros”.

La anécdota retrata a la perfección el espíritu post-Fukushima de las grandes y medianas potencias asiáticas, dispuestas a invertir más en seguridad, pero no a renunciar a unas ambiciones energéticas que llevan años engordando. No se trata de un asunto para nada marginal, ya que más del 85% de capacidad atómica en construcción se está atornillando en Asia, un continente que nunca ha apeado la fisión de los listados de “energías limpias”.

Los dos gigantes, India y China, son los que apuestan más fuerte. El primero de ellos está montando ahora mismo 24 reactores y tiene otros 50 en fase de planificación. Hace unos días, y tras consultarlo con la Comisión de Energía Atómica india, el primer ministro Manmohan Singh dijo, abiertamente y sin eufemismos, que el accidente de Japón no iba a cambiar nada, ya que la tecnología que está implementando India es “mucho más segura”.

Entre las plantas indias en obras se cuenta la de Jaitapur, que al parecer será la más potente del planeta en términos de producción energética. Según denuncia una poderosa plataforma civil que se opone a su construcción, también se convertirá en una de las más peligrosas, ya que sus cimientos se excavan en una zona sísmica. “Está situada en una provincia que ha tenido 92 terremotos en 30 años”, insisten los detractores. Los reactores de Jaitapur corren a cargo de la estatal francesa Areva, cuyos ejecutivos ponen la mano en el fuego: dicen que no hay nada que temer porque los sistemas de seguridad son infinitamente superiores a los de Fukushima.

La China nuclear

También China está inmersa en lo que algunos denominan “el gran salto adelante nuclear”, un ambicioso plan cuyo objetivo es reducir la dependencia del contaminante carbón local y del cada vez más costoso petróleo extranjero. Pekín selló en 2008 las licencias de 40 nuevos reactores, que deberían estar acabados antes de 2020. Algunos medios de comunicación estatales aseguran que podría superarse con creces el objetivo inicial, ya que hay muchos gobiernos regionales interesados en financiar sus propias plantas nucleares. Se trataría sólo de un primer paso: la idea es llenar la geografía de céntrales en los próximos 40 años.

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Hasta la fecha, la aportación nuclear al sector energético chino es casi anecdótica: tan sólo hay 13 reactores, todos en regiones costeras. Y, aunque en el gigante comunista la opinión pública nunca es definitiva, existen grandes reticencias entre la población urbana. Resulta significativo, por ejemplo, que la fuga radiactiva de Fukushima desatase mucho más el pánico aquí que en la mismísima Tokio. De hecho, es de nacionalidad china la primera y, hasta la fecha, única víctima mortal del incidente: un señor que, arrebatado por los rumores radiactivos e intoxicado por falsos remedios caseros, ingirió un kilogramo entero de sal. Otros miles no llegaron tan lejos, pero acumulan en casa reservas suficientes para salar varias ballenas.

De hecho, el Gobierno chino ha gestionado la alarma con cierta ambigüedad y algunos bandazos. Dos días después de asegurar que los planes nucleares seguían adelante, Pekín anunció una rigurosa inspección en todas las centrales operativas y ordenó paralizar temporalmente los nuevos proyectos. Luego el cuerpo diplomático, e incluso algún secretario de Estado, se han encargado de aclarar que de lo que se trata es de elevar al máximo los estándares de seguridad, pero en ningún caso se está planteando una renuncia total a las inversiones.

Se trata de una postura muy parecida a la que promovió en Tokio, el jueves, el mismísimo presidente francés, Nicolás Sarkozy, quien abogó por crear unas reglas internacionales sobre seguridad atómica. Compareció a su lado, y parecía secundar la idea, el primer ministro nipón, Naoto Kan, cuyo recorrido político es, sin embargo, bastante incierto. Tanto es así que la mayoría de los analistas japoneses no creen que sea la persona más indicada para abordar el debate atómico post-Fukushima, algo que deberá afrontar el país, sí o sí, cuando se resuelva la urgencia de las fugas radiactivas.

Por ahora, y aunque la presión social aumenta, parece que en el Parlamento sigue dominando la idea de mantener una apuesta estratégica que adoptó Tokio en los años 70, aunque haya que cerrar algunas instalaciones y endeudarse todavía más para mejorar la seguridad y modernizar los reactores. No es fácil acabar con una tradición que dura lustros. Recordemos que Japón presupuestó sus primeros proyectos de energía atómica en 1954, nueve años después de sufrir el primer ataque con armas nucleares de la historia, convirtiéndose con el tiempo en lo de los mayores defensores del sector y la tercera potencia atómica del mundo, sólo por detrás de Estados Unidos y Francia

Hasta hace cosa de tres semanas, con sus 17 centrales y sus 54 reactores, las plantas japonesas abastecían cerca del 30% de las necesidades del país. Su carencia de hidrocarburos y su condición de archipiélago colocan al Gobierno en una situación muy delicada: renunciar del todo a lo nuclear es, hoy por hoy, una opción cercana a lo utópico. Otra cosa es que el país tire a la basura el plan establecido de elevar el porcentaje de consumo hasta el 50% antes de 2030. Algo que también está por ver.

“La orgía atómica asiática”

Algunos vecinos, como Singapur o Australia, se sienten demasiado cerca de lo que un editorialista australiano ha bautizado como la “orgía atómica asiática”. “Todo el mundo considera que los japoneses son la gente más cuidadosa de Asia. Si ellos no pueden garantizar la seguridad de sus reactores, (la proliferación de plantas y reactores) es realmente preocupante para la seguridad de la región”, comentaba estos días Simon Tan, director del Instituto de Relaciones Internacionales de Singapur.

Ciertos casos preocupan especialmente. Por ejemplo, el de Indonesia, una nación que prepara el terreno para levantar sus primeras centrales nucleares, a pesar de encontrarse en pleno Anillo de Fuego del Pacífico, una región constantemente castigada por volcanes, ciclones, terremotos y tsunamis. Aunque algo menos expuesto, en esa misma zona se sitúan las islas Filipinas. Su Gobierno es uno de los pocos que podría anunciar en breve cambios rotundos a raíz de lo ocurrido en Fukushima, renunciando a rehabilitar la planta de Bataan, una central de los años 70, hoy en desuso.

Tampoco tranquilizan los planes de Bangladesh, uno de los países más pobres y desorganizados del mundo y frecuentemente azotado por desastres naturales, a quien Rusia está ayudando a construir su primera planta atómica. Y queda por ver qué harán Malasia y Tailandia, que también tienen proyectos nucleares y que todavía no han confirmado sus intenciones. En ambas naciones cunde la sensación de que el suspense es una manera de ganar tiempo y quizá no se toma una decisión en firme hasta que no sepan cómo acaba lo de Fukushima.

Capítulo aparte merece Corea del Sur, un país enchufado día y noche a la corriente, que se alimenta en un 40% de la energía atómica que produce. Seúl planea aumentar hasta el 60% la cuota nuclear en los próximos 10 años y quiere convertirse en una de las potencias tecnológicas del ramo. Su presidente, Lee Myung-bak, había ideado incluso un eslogan: “Corea del Sur, la nueva potencia del renacimiento atómico”. Su receta post-Fukushima no es muy original: “Estamos examinando las centrales y estudiando el diseño de los reactores para aprender de los fallos y crear una energía más segura”, prometió Lee la semana pasada. En definitiva: sus planes atómicos, como los del resto de Asia, siguen adelante.

Cuando, la semana pasada, el Gobierno vietnamita dijo que había aprendido la “lección de Fukushima”, algunos quisieron entender que Hanoi iba a renunciar a su agenda atómica. Lo que se anunció dos días después fue la construcción de un dique anti-tsunamis para proteger las dos plantas nucleares en desarrollo en la provincia de Ninh Thuan. El muro, aseguraron los científicos, es “capaz de prevenir olas de 15 metros”.

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