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La ciudad donde se venden latas de aire puro
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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La ciudad donde se venden latas de aire puro

¿Sabes qué mascarillas filtran mejor? ¿Y dónde encontrar datos fiables y actualizados sobre la calidad del aire? ¿Crees que merece la pena instalar máquinas purificadoras en

¿Sabes qué mascarillas filtran mejor? ¿Y dónde encontrar datos fiables y actualizados sobre la calidad del aire? ¿Crees que merece la pena instalar máquinas purificadoras en casa? ¿Has olido “la niebla” esta mañana? ¿Consideras prudente hacer ejercicio hoy en la calle? ¿En el colegio de tu hijo dejan a los niños salir a jugar al patio? ¿Viste que venden latas de aire puro, como en las películas de ciencia ficción? Son preguntas comunes en Pekín, donde la polución se ha convertido en un tema cotidiano. Si los chinos tuviesen conversaciones de ascensor, hablarían más de ello que del tiempo. La obsesión es legítima: se respira un aire que, según el medidor instalado en la embajada estadounidense (el más fiable), pasa de “insano” a “muy peligroso”, con algunos días azules entre medias. La escala en la que se mide bascula entre cero y quinientos (el equivalente a los microgramos de partículas menores de 2,5 micras que flotan en cada metro cúbico de aire). Quienes establecieron los límites debieron de pensar que de los 500 no pasaría nunca. Se equivocaron. Este fin de semana, en algunos puntos de la capital china se rozaron los 1.000 puntos, cuarenta veces más de lo que la OMS considera “seguro”.

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Cuando el día se despierta con niveles por encima de los 300, vivir en Pekín es vivir en Mordor: la visibilidad se limita a unos pocos metros, el sol es una mancha de luz borrosa, mientras que una bruma parda y lechosa lo envuelve todo. La contaminación se siente al respirar, alojando en las fosas nasales un desagradable olor a quemado y en la boca un sabor dulzón y pegajoso. Los médicos de la capital admiten que no dan abasto esos días, sobre todo con ancianos, bebés y pacientes con problemas respiratorios, que ven agravados sus síntomas. Ni siquiera las autoridades chinas se atreven a esconder ya que los cerca de 20 millones de habitantes de Pekín se están envenenando. En los últimos días han dado permiso a los medios de comunicación para hablar profusamente de ello, buscando evitar que crezca la indignación, el cabreo ya patente en las redes sociales, donde se han multiplicado las referencias a la “nube tóxica” en la que se desenvuelven las vidas de millones de personas. Quejarse de la contaminación es ya un gesto que tiene sus connotaciones políticas. No en vano, el disidente más ruidoso del país, Ai Wei Wei, se fotografió ayer con una máscara antigás.

Un reciente estudio de la Universidad de Pekín dice que la contaminación del aire ha causado más de 8.000 muertes prematuras desde 2010. Uno de los científicos que lo elaboraron, el profesor Pan Xiao Chuan, nos explicó la semana pasada que las cuatro ciudades retratadas (Pekín, Shangái, Cantón y Xian) superan los límites máximos de contaminación de la OMS durante más del 80% del tiempo. El informe también intentaba cuantificar las pérdidas económicas para estos municipios: al menos 800 millones de euros anuales. Desde el extranjero llegan cifras más alarmantes. El mes pasado, sin ir más lejos, la revista científica Lancet le dedicaba un artículo a la polución en Extremo Oriente, y concluía que es ya responsable del 7% de los fallecimientos. Según los científicos, más de dos millones de personas perecieron en Asia por culpa del aire contaminado en 2010, siendo ya la cuarta causa de mortalidad. Muy sano no debe de ser lo que se respira cuando los gerifaltes del Partido Comunista Chino se han hecho instalar purificadores de aire en sus despachos, sus casas, sus coches oficiales, incluso en los hoteles en los que pasan las noches cuando viajan por el resto de China.

Muy sano no debe de ser lo que se respira cuando los gerifaltes del Partido Comunista se han hecho instalar purificadores de aire en sus despachos, sus casas, sus coches oficiales, incluso en los hoteles en los que pasan las noches cuando viajanLa situación de Pekín es especialmente grave. La ciudad tiene dos veces la población de Portugal, cuenta con más de cinco millones de coches, está rodeada de industria pesada, centrales térmicas y minas de carbón, arrinconada entre montañas que no permiten que corra el aire fácilmente y situada a pocos kilómetros de las arenas del Gobi, que cuando aparecen arrastradas por el viento espesan todavía más el 'cóctel'. En invierno las cosas se complican a causa del frío extremo (las temperaturas llegan a descender por debajo de los 20 grados bajo cero). Tanto las centrales como las familias que carecen de calefacción queman lo que tienen a mano para calentarse. Y de lo que disponen a granel es de carbón, el más barato y contaminante de todos los combustibles. De hecho, los días más sucios suelen ser también los más fríos. Con el aplomo de quien dice haber visto tiempos peores, los que llevan toda su vida en Pekín aseguran que los inviernos eran bastante más negros en los años noventa, cuando apenas había tráfico pero el carbón se quemaba sin control y las chimeneas de las industrias pesadas rodeaban literalmente la ciudad. “No se veían más de una docena de cielos azules en todo el año”, dicen.

Los negros cielos de Nueva York o Londres

Aunque suena a ciencia ficción, existen bastantes precedentes históricos y no tan lejanos en el tiempo ni en la geografía. De hecho, lo peor que se recuerda en términos de contaminación ambiental es el llamado Great Smog londinense, una semana especialmente fría de diciembre de 1952 durante la que los niveles fueron muy superiores a los que alcanzó Pekín el fin de semana pasado. Se contabilizaron cuatro mil muertos en pocos días por causas directamente relacionadas con la nube de humo procedente del carbón de las estufas y las fábricas de una población extenuada en plena posguerra. Entre los años treinta y sesenta, los cielos de ciudades con el relumbrón de Nueva York o Los Ángeles no fueron muy diferentes al de la capital china. También allí se vendían mascarillas en las tiendas, al igual que ocurre hoy en el gigante asiático, donde por cierto se comercializan todo tipo de modelos: desde las más sencillas de papel hasta auténticos artilugios de última tecnología que cuestan cientos de euros. Aunque ninguna se enfrentó con una combinación de factores tan desfavorable como la de Pekín, las grandes metrópolis occidentales empezaron a plantarle cara al problema precisamente por aquellas fechas y, a mediados de los sesenta, las cosas estaban ya mucho mejor. Las alternativas energéticas y la desindustrialización hicieron el resto. Hoy, su aire es alpino comparado con cualquier ciudad de China.

La población del gigante asiático ha visto cómo el ambiente se deteriora (salvo durante el espejismo de los Juegos Olímpicos de 2008) y está cada vez más cabreada con el aire que respira. Por ello, el Gobierno ha integrado el discurso 'verde' en su retórica política desde hace ya diez años, aprueba leyes para tratar de frenar la emergencia y hace algún esfuerzo que otro para que se cumplan, intentando sobreponerse a la corrupción y los problemas de un sistema que, aunque a veces lo olvidemos, sigue lastrado por la pesada burocracia del Partido y es altamente ineficaz en muchos aspectos. Se intenta contener el tráfico limitando las matriculaciones, se desmantelan las industrias más contaminantes cerca de las grandes ciudades, se impulsan los vehículos eléctricos y el transporte público y se invierte más que en ningún otro sitio en energías renovables. Se buscan soluciones. Sobre todo en Pekín, donde viven los altos mandatarios y buena parte de los millonarios.

A pesar de todo, las cosas están empeorando porque una de las trampas del 'milagro chino' es su insostenibilidad ambiental. Para seguir creciendo como lo hace, el país necesita consumir más y más carbón, al menos hasta que la inversión en energía nuclear y en las renovables empiece a dar frutos, algo que tardará todavía décadas. También las fábricas necesitan seguir lanzando de todo a la atmósfera para ser competitivas, algo sobre lo que se ha legislado mucho en los últimos años, pero que se está incumpliendo sistemáticamente. Los chinos, finalmente, consumirán más y más energía mientras siga creciendo su economía: coches, luz eléctrica, aviones, calentadores, etcétera. En resumen, tendrán que esperar todavía muchos años antes de que sus cielos vuelvan a ser azules.

¿Sabes qué mascarillas filtran mejor? ¿Y dónde encontrar datos fiables y actualizados sobre la calidad del aire? ¿Crees que merece la pena instalar máquinas purificadoras en casa? ¿Has olido “la niebla” esta mañana? ¿Consideras prudente hacer ejercicio hoy en la calle? ¿En el colegio de tu hijo dejan a los niños salir a jugar al patio? ¿Viste que venden latas de aire puro, como en las películas de ciencia ficción? Son preguntas comunes en Pekín, donde la polución se ha convertido en un tema cotidiano. Si los chinos tuviesen conversaciones de ascensor, hablarían más de ello que del tiempo. La obsesión es legítima: se respira un aire que, según el medidor instalado en la embajada estadounidense (el más fiable), pasa de “insano” a “muy peligroso”, con algunos días azules entre medias. La escala en la que se mide bascula entre cero y quinientos (el equivalente a los microgramos de partículas menores de 2,5 micras que flotan en cada metro cúbico de aire). Quienes establecieron los límites debieron de pensar que de los 500 no pasaría nunca. Se equivocaron. Este fin de semana, en algunos puntos de la capital china se rozaron los 1.000 puntos, cuarenta veces más de lo que la OMS considera “seguro”.