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Nacho Alarcón

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Escalada a la cumbre digital

Los corresponsales en Bruselas se sienten huérfanos ante una cumbre clave en la que no pueden cumplir con sus tradiciones. Y eso afecta a la información

Foto: Un corresponsal duerme durante una cumbre en julio de 2019. (Reuters)
Un corresponsal duerme durante una cumbre en julio de 2019. (Reuters)

Las madrugadas interminables en las que se forjan los acuerdos que pasan a la historia de Europa tienen unos cronistas particulares. Los corresponsales en Bruselas siguen - seguimos - cada detalle de las largas noches de negociaciones. En esta gran cumbre de la recuperación, celebrada este 17 y 18 de julio, falta esa pieza crucial para que se termine de conformar la atmósfera tradicional de las grandes citas europeas.

Por motivos obvios es imposible meter a más de mil personas en una sola sala, por muy grande que sea el edificio desde el que suelen seguir los acontecimientos. Así que los corresponsales en Bruselas se han conformado con seguir el encuentro desde sus casas. Pero la sensación de vacío está ahí: almorzar con compañeros intercambiando opiniones sobre cómo avanza la cumbre, dar una cabezada entre las dos y media y las tres de la mañana o salir a ver amanecer en Rue de la Loi forman parte de la tradición. En cambio esta vez los periodistas deben esperar pacientemente en casa.

No es fácil, porque el hábitat natural del corresponsal son las madrugadas interminables de negociaciones. Los periodistas dan vueltas por el amplio atrio del Justus Lipsius, uno de los principales edificios del Consejo. Se toman un café o una cerveza – aunque a las once de la noche dejan de servirlas – en la cafetería de prensa, donde hace solo algunos años los corresponsales apartaban a manotazos el humo de sus cigarros, ese testigo silecioso de tantas negociaciones, para poder ver bien al colega que tenían sentados frente a ellos.

placeholder Un corresponsal duerme en el suelo de la sala de prensa del Consejo durante una cumbre. (Reuters)
Un corresponsal duerme en el suelo de la sala de prensa del Consejo durante una cumbre. (Reuters)

Durante casi 30 horas, a veces ininterrumpidas, comparten lecturas, comida o despedidas improvisadas a un compañero que cierra etapa. Establecen sus propios códigos – por ejemplo que haya un encargado de llevar comida basura para hacer más llevadera la espera – y, sobre todo, intercambian datos y sensaciones. Todo lo que rodea a una cumbre no es solo lo protocolario o accesorio. Lo que pasa en ese atrio en realidad afecta y mucho a la información.

Mientras esto ocurre en la planta cero, en la quinta planta del Edificio Europa, contiguo al Justus Lipsius, ocurre la Unión: veintisiete jefes de Estado y de Gobierno de naciones que durante toda la historia del Viejo Continente han resuelto sus problemas a través de guerras buscan la manera de ponerse de acuerdo con palabras, reuniones bilaterales, corros y consultas con sus asesores. Cambian una palabra, una coma o un punto buscando que todo el mundo se encuentre cómodo con el acuerdo.

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Aunque parezca difícil, el ambiente que se vive en la negociación entre los jefes de Estado y de Gobierno se filtra por las paredes del Consejo hasta la planta en la que se encuentran los periodistas. Los corresponsales se lanzan sobre un diplomáticos finlandés que pasa por la zona de prensa y le sacan cualquier detalle que pueda servir para saber qué está ocurriendo en la sala en la que se reúnen los líderes y que permita ir dirigiendo sus crónicas. Los propios compañeros de medios de otros países, por ejemplo griegos o polacos, ayudan con la mera conversación a entender mejor la posición de Atenas o Varsovia.

La temperatura se toma allí, en unos corrillos impensables ya en tiempos de coronavirus en los que un embajador lituano explica la postura de Vilna y los periodistas de televisiones lituanas miran al diplomático de reojo mientras al mismo tiempo van traduciendo al inglés para el resto de corresponsales extranjeros en un acto de compañerismo que no se ve en muchas otras ciudades. Círculos formados alrededor de Viktor Orbán, primer ministro húngaro, en el que pueden llegar a apelotonarse cientos de corresponsales de todos los puntos de Europa y del mundo.

placeholder Un gran grupo de corresponsales esperan para escuchar al primer ministro húngaro. (Reuters)
Un gran grupo de corresponsales esperan para escuchar al primer ministro húngaro. (Reuters)

Corresponsales daneses que no saben pronunciar bien “pizza” tartamudean algo parecido al italiano para intentar preguntar por un asunto de migración a un diplomático transalpino que habla con todos los corresponsales subido a una silla para que se le escuche. Miembros de la embajada holandesa bajan a la zona de prensa pero levantan las manos antes de que nadie le pregunte mientras asegura que no sabe nada de lo que está ocurriendo: “Yo he bajado a que me entretengáis”.

Cubrir esta cumbre no solamente es mucho más aburrido, sino que es más difícil desde el punto de vista profesional. Intercambiar mensajes de texto con un diplomático es una herramienta que siempre está ahí, también en las cumbre físicas. Pero el encuentro, el primero presencial para los líderes pero una nueva cumbre digital para los periodistas, se ha tenido que cubrir sin el resto de la caja de herramientas: sin la información que llega por los enormes y tradicionales corros, por la posibilidad de intercambiar opiniones y datos con cientos de compañeros de muchos países distintos. Esta cumbre, clave para Europa, ha sido de alguna forma menos europea.

Las madrugadas interminables en las que se forjan los acuerdos que pasan a la historia de Europa tienen unos cronistas particulares. Los corresponsales en Bruselas siguen - seguimos - cada detalle de las largas noches de negociaciones. En esta gran cumbre de la recuperación, celebrada este 17 y 18 de julio, falta esa pieza crucial para que se termine de conformar la atmósfera tradicional de las grandes citas europeas.

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