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Aquí no hay quien viva: ¿por qué la UE tiene tantos problemas con sus vecinos?
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Nacho Alarcón

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Aquí no hay quien viva: ¿por qué la UE tiene tantos problemas con sus vecinos?

La Unión Europea tiene problemas en prácticamente todos los frentes. En el norte de África, en el este con Moscú moviendo los hilos, con Turquía en el sureste y ahora también con el Reino Unido

Foto: Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, junto a Vladimir Putin, presidente ruso, en una reunión en Sochi en febrero de 2019. (Reuters/Sergei Chirikov)
Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, junto a Vladimir Putin, presidente ruso, en una reunión en Sochi en febrero de 2019. (Reuters/Sergei Chirikov)

En Bruselas hay una epidemia de tortícolis: funcionarios, políticos y diplomáticos sufren al tener que hacer giros bruscos de cuello, del este al oeste, y de vez en cuando también hacia el sur, una y otra vez. ¿La razón? Porque la Unión Europea vive en un vecindario algo conflictivo. Cada poco tiempo una nueva crisis con algún país cercano obliga a Bruselas a girar bruscamente su atención desde algún punto de su vecindario hacia el otro. ¿Qué ocurre? ¿Por qué todos los vecinos del bloque comunitario parecen querer buscar bronca continua con la Unión Europea?

En el este, la UE tiene que gestionar una conflictiva relación de rivalidad y necesidad con Rusia en la que Moscú no duda en utilizar todas las herramientas a su alcance para debilitar la posición de los Veintisiete, como demuestran las experiencias de Ucrania, sus intentos de desestabilizar la política interna de los Estados miembros o a los socios clave de los Balcanes. Como una extensión de Rusia, se está comprobando en los últimos días la difícil relación de la UE con la Bielorrusia de Alexander Lukashenko, que ha fabricado una crisis migratoria para ejecutar lo que los líderes europeos califican de un “ataque híbrido” contra Polonia, Lituania y Letonia.

Foto: Los migrantes se agolpan para recibir ayuda humanitaria en su campamento de la frontera bielorrusa-polaca en la región de Grodno. (EFE)

Sobre el uso a modo de chantaje de la inmigración sabe mucho también Turquía. Recep Tayyip Erdoğan, presidente turco, permitió en 2020 que miles de migrantes se dirigieran a la frontera con Grecia con el objetivo de recordar a la Unión Europea el papel fundamental que juega Ankara en la gestión migratoria de Europa. Al mismo tiempo, Turquía persigue una política expansiva en Siria y en las aguas de Grecia y Chipre.

Marruecos también se ha abonado a una relación más conflictiva en los últimos tiempos, como demostró la crisis de Ceuta de este mismo año y el pulso continuo que mantiene con el Gobierno español. A todos estos vecinos complicados se une ahora el Reino Unido, que ha confirmado que su comportamiento fuera de la Unión Europea, tras el referéndum del Brexit de 2016, va a ser el de un vecino conflictivo y que amenaza por lo pronto con volar por los aires el Protocolo de Irlanda, que garantiza el cumplimiento del Acuerdo de Viernes Santo que puso fin a la violencia en la isla.

placeholder Policías y militares polacos frente a la frontera con Bielorrusia. (Reuters)
Policías y militares polacos frente a la frontera con Bielorrusia. (Reuters)

¿Por qué?

La pregunta es ¿por qué? No hay una única razón, pero una de las más potentes es que el mundo ha cambiado mucho en los últimos años y eso lleva de manera casi inevitable a una relación difícil con vecinos que tienen cierta fuerza. “No es una coincidencia que la Unión Europea y sus países miembros tengan una relación difícil con muchos de sus vecinos, como Turquía, Bielorrusia o Argelia. Hoy vivimos en un mundo multipolar, donde muchos países comparten el poder, en comparación con la década de 1990, cuando Estados Unidos tenía la sartén por el mango”, explica Samuel Doveri, director ejecutivo de European Neighbourhood Council, un 'think tank' centrado en la política europea de vecindad.

A diferencia de un mundo más o menos sencillo en el que había dos grandes potencias y poco después solamente una, el mundo actual está lleno de “pesos medios” entre los distintos pesos pesados que quieren jugar sus cartas y sacar tajada. Turquía, por ejemplo, juega a dos bandas entre su alianza histórica con Europa y Estados Unidos y lo que le pueden ofrecer otras potencias como Rusia o China.

Pero la Unión Europea también ha cambiado con el mundo. Y la UE de hoy no es la de hace unos años. Ese es un segundo motivo para ese nivel de conflictividad con los vecinos. De forma lenta, el club va avanzando en algunos campos como en materia de seguridad y defensa, con una acción más coordinada y más destacada. Ha pasado de ser un simple bloque comercial a ser un actor que, todavía con mucha torpeza y lentitud, trata de actuar en el plano global. En otras palabras: para sus vecinos, la UE es un actor más relevante ahora en todos los aspectos y eso, en ocasiones, también se traduce en un mayor nivel de conflicto. Para el Reino Unido, por ejemplo, por encima de ser un socio, en estos momentos el bloque comunitario es un competidor, y lo trata en consecuencia.

Foto: Montaje: iStock/EC.

Precisamente como parte de ese proceso de construcción de la Unión como un actor global, se produce otro hecho que podemos considerar un tercer factor: lo que antes eran crisis locales que se consideraba que afectaban únicamente a un país, como, por ejemplo, podría ser en este momento la situación en Polonia; se consideran, sin embargo, ahora una cuestión y un problema común. Cuando tienes 27 Estados miembros, con una geografía tan compleja y vecinos tan diversos, los roces están garantizados.

El cuarto factor tiene que ver también con los anteriores. La Unión está tratando de tener una política exterior común europea y, cuando hay tantos países con intereses tan diversos y alianzas históricas tan distintas, la única brújula común que puede encontrar la UE para guiar su acción exterior es la de los valores, como el respeto a los derechos humanos, la promoción de la democracia y el Estado de derecho. Se basa también, según señala Doveri, en una sociedad civil menos tolerante con la corrupción, el autoritarismo y la violencia.

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Para Doveri muchos ciudadanos, y también algunas capitales, esperan hoy que la Unión Europea actúe como garante de los derechos humanos y de los valores europeos, y eso, indudablemente, lleva a conflictos. Un ejemplo es Bielorrusia. Polonia no estaría teniendo problemas con Minsk si la Unión Europea no hubiera apoyado de manera tan clara las reclamaciones y los derechos de la oposición democrática bielorrusa tras la farsa electoral del año pasado y la represión con la que el régimen de Alexander Lukashenko acalló las voces críticas.

Un ejemplo que muestra que, si se mira hacia otro lado en cuestiones de derechos humanos, se tiene un vecindario mucho más estable ha sido durante décadas el caso de Marruecos, y lo es también ahora con el caso de la Egipto de Abdelfatah al Sisi. Cairo tiene toda la manga ancha que necesita a cambio de no dar problemas. Cuando surgen grietas y la sociedad civil de esos países se revuelve, en algunas ocasiones la UE se siente obligada a posicionarse… y a chocar, incluso si todo lo que hace es señalar que está “profundamente preocupada” por una determinada situación.

placeholder Al Sisi junto al presidente francés, Emmanuel Macron. (Reuters)
Al Sisi junto al presidente francés, Emmanuel Macron. (Reuters)

¿Solución?

¿Cuál es la solución? Aparentemente, aprender a vivir con ello. La Unión tendrá que ir poco a poco aprendiendo a responder a estas crisis, construyendo los mecanismos necesarios para reaccionar a ellas y gestionarlas mejor. De manera progresiva, endureciendo la piel al roce con los vecinos y tratando de sacar lecciones. Doveri señala que un buen paso sería reducir las dependencias. Y con los vecinos hay dos dependencias que han demostrado ser puntos débiles: la migración, ya que cualquier posible crisis genera pánico en algunas capitales por sus consecuencias políticas y una amenaza con algunos miles de migrantes logra su objetivo, que es desestabilizar a la Unión Europea, y la cuestión energética.

“No hay mucho que hacer”, admite Doveri, que, sin embargo, propone que la UE ofrezca “incentivos económicos y de seguridad mucho más interesantes a los principales actores como Turquía, ya que la adhesión a la UE está fracasando, mientras que otros países como China y Rusia están ofreciendo alternativas a Ankara”. “La UE y Turquía se necesitan mutuamente y son estratégicamente inseparables, a pesar de tener grandes tensiones hoy”, explica el experto.

La Unión tendrá que aprender a vivir con un nivel de conflicto alto con algunos vecinos, pero no puede hacerlo con todos. Debe buscar la manera de tener un vecindario más o menos estable que le sea leal y que se beneficie también de su relación con la Unión Europea, especialmente en un mundo que camina, según creen en Washington y en muchos despachos del Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea (SEAE), de vuelta a dos bloques, con China a un lado y EEUU al otro, en el que tener que estar apagando fuegos continuamente en su cinturón más cercano consumirá todas sus energías y le arrastrará hacia la irrelevancia.

En Bruselas hay una epidemia de tortícolis: funcionarios, políticos y diplomáticos sufren al tener que hacer giros bruscos de cuello, del este al oeste, y de vez en cuando también hacia el sur, una y otra vez. ¿La razón? Porque la Unión Europea vive en un vecindario algo conflictivo. Cada poco tiempo una nueva crisis con algún país cercano obliga a Bruselas a girar bruscamente su atención desde algún punto de su vecindario hacia el otro. ¿Qué ocurre? ¿Por qué todos los vecinos del bloque comunitario parecen querer buscar bronca continua con la Unión Europea?

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