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El cambio climático nos afecta a todos, pero no por igual
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Chema Vera

Las fronteras de la desigualdad

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El cambio climático nos afecta a todos, pero no por igual

La pandemia climática, como la del coronavirus, es profundamente desigual

Foto: Hombres sacando agua de un pozo en Somalilandia (Somalia), tras la sequía de 2016. (EFE)
Hombres sacando agua de un pozo en Somalilandia (Somalia), tras la sequía de 2016. (EFE)

La gran pandemia que se cierne sobre la humanidad es la del cambio climático. Al igual que la del coronavirus, también es global y también afecta a nuestra expectativa de vida. Solo que, en lugar de desplegarse de forma súbita como el coronavirus, la crisis climática se va asentando lenta pero inexorablemente sobre el planeta, dañando todas las especies que lo habitan. El símil de la rana que salta fuera al caer en agua hirviendo, pero se cuece si está en agua que se calienta poco a poco, es adecuado para definir nuestra actitud. Con la diferencia de que la rana desconoce que se va a cocer mientras que nosotros lo sabemos, pero seguimos nadando en la olla.

La ciencia es implacable y unánime. Al ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero, vamos camino de los tres a cuatro grados de calentamiento global medio, lo que equivale a una hecatombe. La humanidad debería multiplicar sus esfuerzos para frenarlo en 1,5 °C, asumido como el límite de un impacto notable, aunque posible de paliar. Por encima de esta cifra, nuestro mundo dejará de ser como lo conocemos. Sobre todo, para nuestras hijas e hijos. Por eso se movilizan.

La transformación está ocurriendo en muchos lugares. En países como el nuestro, llueve menos y hace menos frío. Hay algunas especies animales que se ven menos y otras nuevas que crecen en mares y costas. Aún nos confunden olas de frío como la de este año, cuando se trata precisamente de otro fenómeno extremo y una señal más del avance del cambio climático.

Foto: El secretario general de la ONU, António Guterres. (Reuters)

En otras regiones, el impacto de la crisis climática es ya brutal. No se trata solamente de los pequeños Estados insulares, como las islas del Pacífico, que se ven superadas por olas y mareas. En el Cuerno de África, sequías mucho más frecuentes que antes arrasan con los escasos medios de vida de pastores y agricultores. En Bangladés, millones de personas tienen que abandonar sus casas situadas en desembocaduras y riberas de ríos que se desbordan. La recurrencia y severidad de los huracanes en el Caribe no tienen comparación con cualquier época anterior. Está pasando. Un total de 25 millones de personas al año sufren algún tipo de desplazamiento forzoso causado por el calentamiento global. Familias que tienen que dejar sus tierras, su hogar, el de sus antepasados. No se quieren marchar, pero tienen que hacerlo frente a un sol y un agua implacables.

No querría estar en la piel de un agricultor frente a este clima incierto y cruel

La pandemia climática, como la del coronavirus, es profundamente desigual. Más si cabe que el acaparamiento de vacunas por los países poderosos. El cambio climático está afectando antes y de forma más severa a regiones donde vive población vulnerable. No querría estar en la piel de un agricultor frente a este clima incierto y cruel. Dicho esto, no es lo mismo la capacidad de resistir y adaptarse que tiene una explotación en España que una de Burkina Faso. En un lugar se cuenta con información meteorológica precisa, seguros agrarios extendidos, innovación en semillas y políticas públicas de apoyo. En el otro no.

Las organizaciones sociales llevamos años exigiendo que los fondos verdes no solo se dirijan a mitigar el impacto del cambio climático —o sea, a cualquier actividad que frene las emisiones— sino que haya también recursos para que la población vulnerable pueda sobrevivir y adaptarse a ese impacto.

Hay incluso una partida de la financiación verde llamada de 'pérdidas y daños'. Se trata de recursos para indemnizar a aquellas poblaciones que ya no se pueden adaptar, cuya tierra se secó o se inundó para siempre, familias que lo han perdido todo. Cuesta asegurar estos fondos frente a la resistencia de los países ricos. Y, sin embargo, son indispensables y un símbolo de lo que ocurre: que quienes más sufren la emergencia climática son aquellos que menos han contribuido a generarla y quienes, además, tienen menos recursos para adaptarse o para rehacer sus vidas en otros lugares.

Foto: Foto: EFE

La pandemia climática es desigual en sus consecuencias, pero también en su génesis. El 1% más rico de la población ha sido responsable del doble de las emisiones, un 15% del total, que las provocadas por 3.500 millones de personas, el 50% más pobre, que apenas emitió el 7% del total en los últimos 25 años. Aunque el crecimiento de emisiones de la nueva clase media china o india tiene un impacto notable, siguen siendo el mundo occidental y Japón, junto con los países árabes de mayor riqueza, los responsables del grueso de las emisiones, históricas y presentes.

Como ocurre con el coronavirus, enfrentar el cambio climático es un reto global que todo el mundo asume. Quedan pocos negacionistas. Una combinación de dementes y de interesados, sobre todo en las grandes corporaciones de combustibles fósiles, que manipulan la información y se gastan millones en 'lobbies' para multiplicarlos en forma de subsidios y retrasos en la regulación verde.

El 1% más rico de la población ha sido responsable del doble de emisiones que las provocadas por 3.500 millones de personas

Dicho esto, no es suficiente con estar de acuerdo en las causas del cambio climático. Hay que actuar con urgencia y profundidad. Dos cualidades necesarias de las que adolece la acción climática. Es indispensable que las innovaciones tecnológicas se aceleren, pero no serán las que nos salven sin transformaciones radicales en los modelos de producción y consumo, sobre todo entre los grandes emisores. Es positivo que la inversión financiera avance hacia la sostenibilidad y se vuelque en energías verdes y preservación de tierras y océanos, pero de poco servirá si sigue habiendo dinero y espacio para usar las reservas de combustibles fósiles ya compradas y que, de quemarse, nos llevarán por encima de los 2 °C. Está bien que haya gobiernos y bloques, como el europeo, que marcan el camino con objetivos ambiciosos, pero luego corren el riesgo de aguarse a la hora de aterrizarlos en leyes como la tan esperada de cambio climático en España.

Hay que actuar a todos los niveles, del individual al político, siendo conscientes de que, de fondo, es necesario cambiar un sistema económico depredador que alienta el sobreconsumo y permite el acaparamiento de recursos y emisiones por parte de unos pocos. Para la pandemia del cambio climático no hay vacunas. Solo cabe transformar nuestra economía y forma de vida. Para sobrevivir.

La gran pandemia que se cierne sobre la humanidad es la del cambio climático. Al igual que la del coronavirus, también es global y también afecta a nuestra expectativa de vida. Solo que, en lugar de desplegarse de forma súbita como el coronavirus, la crisis climática se va asentando lenta pero inexorablemente sobre el planeta, dañando todas las especies que lo habitan. El símil de la rana que salta fuera al caer en agua hirviendo, pero se cuece si está en agua que se calienta poco a poco, es adecuado para definir nuestra actitud. Con la diferencia de que la rana desconoce que se va a cocer mientras que nosotros lo sabemos, pero seguimos nadando en la olla.

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