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Chema Vera

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La historia de un maliense que salta la valla

Me impresiona que este chico no haya abandonado. Yo lo estaría de haber vivido sus últimos cuatro años. Su resistencia es imbatible. Su esperanza es inmensa. Es un héroe y su madre debería estar orgullosa de él

Foto: Uno de los nuevos tramos de la valla de Melilla donde alcanza los 10 metros de altura. (EFE)
Uno de los nuevos tramos de la valla de Melilla donde alcanza los 10 metros de altura. (EFE)

Hace unos días un grupo de personas africanas saltaron la valla de Melilla, algunos con éxito y otros no. He pasado unas semanas en esta ciudad haciendo voluntariado con migrantes y solicitantes de asilo que llegaron hace dos meses a Melilla tras otro salto. Saltos que siguen ocurriendo, ahora en menor número, y que, por cierto, suponen una parte mínima de las llegadas de migrantes a España.

Comparto la historia de Keita, que atiende con atención durante la clase de español en el centro Geum Dodou que las religiosas Apostólicas tienen en Melilla. El nombre se lo sugirieron a las monjas un grupo de migrantes, significa “vida y coraje” en wolof.

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Keita tiene 24 años y es del norte de Mali, una región en conflicto. Es de mediana estatura, fuerte, serio, afable y de mirada directa. Estudió la primaria y le gusta mucho leer. Trabajó en el campo y ocasionalmente como conductor. Cuando tenía 20 años un grupo armado, vinculado con Al Qaeda del Magreb Islámico, entró en su aldea, la arrasó y disparó a parte de la población que se refugió en la mezquita. Su madre le rogó que se marchara ya que no quería que su único hijo varón fuera asesinado, secuestrado o forzado a enrolarse en un grupo armado. ¿Qué madre no haría lo mismo? No se han visto, y apenas han hablado, desde hace cuatro años.

Cuando huyó de su pueblo y de su país, Keita pasó a Níger, otro país en conflicto, para cruzar hacia Argelia a través del desierto. Hizo algunas jornadas en autobús y otras caminando. Algunos de sus compañeros de viaje murieron o desaparecieron en el trayecto. En Argelia fue detenido y llevado a prisión unos meses. Cuando le dejaron salir, trabajó en cualquier cosa durante un tiempo. Sin salario, solo a cambio de comida y alojamiento. Un día cuando estaba en una obra, llegó la policía y les quitó todo, dinero, pertenencias, hasta los zapatos.

Foto: Inmigrantes subsaharianos observan Melilla desde un campamento clandestino en la frontera de Marruecos (Reuters).
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De Argelia cruzó a Marruecos y se dirigió a Nador, a los bosques que rodean el monte Gurugú cerca de Melilla. Intentó saltar la valla en tres ocasiones siendo detenido por la policía marroquí las tres. Fue apalizado y encerrado varios meses cada vez. Un día nos enseñó las cicatrices de los golpes. A la cuarta logró saltar la valla, entrar en Melilla y llegar al CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes).

Keita ha solicitado asilo en España. Las personas que vienen de esa zona de Mali están reconocidas por el ACNUR como sujetos de protección internacional bajo las Convenciones de Ginebra, que garantizan el derecho al asilo y refugio de cualquier persona cuya vida está en peligro por conflicto o persecución. También la mía y la suya, lector, si fuera el caso.

No es fácil que hable sobre su aldea arrasada o sobre el sufrimiento en el viaje. Hay que ganarse la confianza y crear un espacio seguro para que pueda compartir experiencias traumáticas que dejan heridas más profundas que los golpes. Pongámonos en su lugar.

Cuando Keita relata el paso de las fronteras confiesa que la más dura fue la de España con Marruecos. La emoción de casi estar ahí, tras mil obstáculos y al tiempo la dificultad de saltar la valla. España, la Unión Europea, no ponen fácil solicitar asilo, cuando es un derecho humano universal. No hay un “lugar legal” para hacerlo, una embajada o consulado, un puesto fronterizo donde se pueda solicitar. Por lo que es inevitable caer en manos de las mafias y, al final, jugarse la vida en la valla o en el mar, donde muchos mueren. Tampoco los migrantes que buscan una vida mejor tienen opciones de desplazarse dentro de esquemas legales. Solo queda la ruta infernal y el salto. Aún lográndolo cabe ser devuelto “en caliente” desde suelo europeo a Marruecos, sin haber tenido la posibilidad de solicitar asilo.

Foto: Dos migrantes miran el horizonte en la playa de Puerto Rico, sur de Gran Canaria. (A. Alamillos)

Las barreras no se acaban para aquellos que llegan al CETI. Las entrevistas de asilo se realizan sin la asistencia legal adecuada y sin las condiciones para que la persona pueda explicar por qué huyó de su tierra y dejó a su familia, así como lo que ha pasado en su ruta para salvar su vida. Luego queda esperar para saber si se admite a trámite la solicitud de asilo y esperar mucho más para conocer si se concede o no. A veces, los meses en el CETI se vuelven años.

Keita es rápido y se esfuerza en aprender nociones de español, ese mínimo para poderse mover. Al acabar la clase se lleva libros infantiles para practicar durante las largas tardes en el CETI. Las clases tienen sus momentos divertidos, por las situaciones y por la necesidad que tienen de reírse. Nos encontramos en ese francés fluido en su lado, que no en el mío, para saber el uno del otro. Siempre está dispuesto a acompañarme a por agua o a echar una mano a otro compañero de clase, de ruta e historia de vida.

Me impresiona que este chico no haya abandonado, que no esté roto. Yo lo estaría de haber vivido sus últimos cuatro años. Su resistencia es imbatible. Su esperanza es inmensa. Keita es un héroe y su madre debería estar orgullosa de él.

Hace unos días un grupo de personas africanas saltaron la valla de Melilla, algunos con éxito y otros no. He pasado unas semanas en esta ciudad haciendo voluntariado con migrantes y solicitantes de asilo que llegaron hace dos meses a Melilla tras otro salto. Saltos que siguen ocurriendo, ahora en menor número, y que, por cierto, suponen una parte mínima de las llegadas de migrantes a España.

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