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Un 'sij' en la corte de la reina Isabel
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Celia Maza

Las manillas del Big -Ben

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Un 'sij' en la corte de la reina Isabel

  Jatenderpal Bhullar se ha convertido esta semana en el primer guardia real en “custodiar” el Palacio de Buckingham con turbante y barba. El joven de

 

Jatenderpal Bhullar se ha convertido esta semana en el primer guardia real en “custodiar” el Palacio de Buckingham con turbante y barba. El joven de 25 años ha podido compatibilizar su religión, el Sijismo –la novena con más seguidores en el mundo-, con las estrictas normas de la compañía de los Scots Guards. Durante los últimos 180 años, ésta había exigido a sus hombres ir afeitados y vestidos con un uniforme que incluye un sombrero hecho con piel de oso canadiense, valorado en 650 libras. Bhullar se convierte en la imagen de la nueva sociedad británica. Y cuando digo imagen es literal, ya que su primer cambio de guardia coincidió con la publicación del censo de 2011, una extensa radiografía de la población, que refleja por primera vez cómo los británicos blancos han pasado a ser una minoría en Londres.

En una sociedad cada vez más diversa, la cifras muestran que la proporción de blancos en Inglaterra y Gales (Irlanda del Norte y Escocia tienen sus propios censos) ha caído, por primera vez en la historia, por debajo del 90%. El número de personas mestizas se ha duplicado hasta superar, por primera vez, el millón.

Por otra parte, 7,5 millones de residentes nacieron en el extranjero, lo que representa el 13% o una de cada ocho personas de la población de 56,1 millones de Inglaterra y Gales. Polonia, India y Pakistán son los países que más inmigrantes aportan.

En cuestión de religión, el 59% se considera cristiano –trece puntos menos que hace diez años- y el 5% se declara musulmán –comparado con el 3% del censo anterior-. Para 2018, ya se ha vaticinado que el cristianismo será la confesión minoritaria. 

Es un hecho, la población británica está cambiando. Pero, ¿qué pasaría si uno de los países más cosmopolitas del mundo comenzara a tener problemas de raza? ¿Qué ocurriría si se descubre que una de las potencias económicas más influyentes tiene cárceles sólo para inmigrantes? ¿Qué consecuencias tendría que la sociedad británica se encontrara ahora más dividida que nunca? … ¿Y si todos estos planteamientos fueran ya una realidad?

Una cosa es la teoría de los censos y las crónicas que han ofrecido durante estos días los periódicos -con historias de integración de matrimonios mixtos con hijos de un mundo globalizado- y otra bien distinta es la realidad.

Las rivalidades y prejuicios entre religiones, costumbres e idiomas en el Reino Unido han alcanzado sus cuotas más altas. Ya lo advirtió en su último informe la comisión para la igualdad racial del país, un organismo que tras 31 años, cerró sus puertas a finales de 2007 tras la decisión del Gobierno de crear una única Comisión para la Igualdad y los Derechos Humanos.

Hace tres décadas, los policías negros y asiáticos no patrullaban las calles, las minorías étnicas no tenían sitio en las butacas de los diputados y los telespectadores comenzaban a acostumbrarse a la idea de que un hombre negro -Trevor McDonald- leyera las noticias en televisión. Hoy, el racismo existe, porque quienes buscan una nueva oportunidad vienen del Este y muchos británicos aseguran que no hacen otra cosa que quitarles puestos de trabajo.

Las minorías sólo ocupan el 9,5% de los puestos de Policía, pese a que en 1993 se propuso el objetivo de alcanzar el 25%. Y tan sólo el 4,15% de los asientos de la Cámara de los Comunes. Hasta 2080 no serán representadas correctamente en Westminster.

El plan anunciado en febrero por el Gobierno hablaba de que en un futuro no muy lejano, las empresas podrían tener que publicar la nacionalidad de sus empleados. Además, señaló que a las parejas de aquellos que vienen de otros países también se les exigirá que hablen un inglés fluido. Se pretende que encuentren un empleo y puedan comunicarse con sus vecinos para acabar con los guetos e impedir que ellas –la mayoría son mujeres- se conviertan en blanco fácil para acabar viviendo de las ayudas del Estado, los llamados benefits

El idioma es clave. Cuando unos piensan en la palabra integración a otros les viene a la cabeza lo que le cuesta al Estado detener a gente en 100 lenguas distintas: más de 800.000 libras (1.200.000 euros).

En definitiva, gente de todo el mundo comparte tiendas, escuelas e incluso vecindarios en el país más cosmopolita y plural del mundo. Pero es pura ficción. Sus vidas paralelas, como tal, nunca consiguen encontrarse en un mismo punto.

No están integradas en la calle y tampoco lo están en las cárceles. El Ejecutivo de Gordon Brown admitió en 2007 que había dos prisiones británicas destinadas a delincuentes extranjeros. Se trataba de un proyecto, se dijo entonces, pero a día de hoy, las cárceles de Bullwood Hall, en Essex, y la de Canterbury siguen dedicadas en exclusiva a este grupo de delincuentes. En la primera hay 226 reclusos no británicos y en la segunda, 314. Según el Ejecutivo, de esta manera se acelerar la deportación de los extranjeros, “sobre todo de los que están ya próximos a acabar el cumplimiento de su condena”.

Por otra parte, en el Reino Unido actual el 90% de los jóvenes juzga a la gente por su clase social y si el niño es británico, pero proviene de minorías étnicas, aún sigue sentenciado a recibir una educación de mala calidad, a ser pagado con un salario menor que un blanco por el mismo trabajo y a vivir en una casa peor.

Para muchos, el camino abierto por Viv Anderson, el primer futbolista negro que ganó el gorro de Inglaterra en 1978, hizo ver que al mundo que el Reino Unido cambiaba y que los carteles utilizados sólo unas décadas antes en los pubs –“Fuera negros, irlandeses y perros”- eran ya resquicios del pasado.