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Belfast, entre la paz y la ciudad sin ley
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Celia Maza

Las manillas del Big -Ben

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Belfast, entre la paz y la ciudad sin ley

  Durante casi tres décadas, Belfast  formó parte de las llamadas “tres B”. Belfast, Bagdad y Beirut eran los destinos que tenía que evitar todo

Durante casi tres décadas, Belfast  formó parte de las llamadas “tres B”. Belfast, Bagdad y Beirut eran los destinos que tenía que evitar todo aquel con sentido común. Pero ahora las cosas han cambiado. La vida diaria se desarrolla con normalidad,  los colegios imparten cada día sus clases y la mayor preocupación de los vecinos es llegar a fin de mes. Se respira cierta normalidad. Aunque eso no quita para que, en algunos momentos del año, los enfrentamientos entre católicos y protestantes sigan siendo inevitables en los llamados “puntos de interconexión”.

En ellos, cada noche, han tenido lugar los episodios más violentos de las últimas siete semanas. Desde que Ayuntamiento decidiera –tras votación democrática- quitar la bandera británica para izarla tan sólo diecisiete días al año, se han venido produciendo manifestaciones y disturbios que ya han dejado más de cien policías heridos.

Se trata de calles donde las casas de los unionistas -quienes quieren seguir formando parte del Reino Unido- y de los nacionalistas -los que se sienten irlandeses- están separadas por apenas unos metros. En algunos casos, las comunidades están  divididas por los conocidos como Muros de Paz. Se trata de muros de cemento o vallas metálicas que alcanzan los cinco metros de altura. En otros casos no hay barrera física, pero la psicológica es más fuerte que cualquier material.

Las cámaras de seguridad controladas por la Policía inundan cada rincón y tanto las puertas como las ventanas de las viviendas tienen unas verjas similares a las que se utilizan en prisión. Son escudos que las propias familias instalan voluntariamente para evitar los daños que provocan las piedras que tiran los del bando contrario. 

Comunidades independientes

Los barrios de la periferia, sobre todo los situados en el este, se dividen en comunidades protestantes y católicas que apenas interactúan entre sí. Los niños que juegan al fútbol ya no tienen miedo de ir a recoger la pelota si cae al otro lado de la valla, como ocurría en el pasado. Y la mayoría de los taxistas no ponen problemas al cliente cuando éste pide ir al barrio “enemigo”. Pero eso no quita para que las dos comunidades sigan llevando vidas paralelas que, como tal, nunca se encuentran. En las comunidades existe un sentimiento de pueblo pequeño. Todo el mundo se conoce y todo el mundo sabe lo que hizo el otro durante los troubles. Cuando se atraviesa la valla -física o psicológica- los vecinos miran con bastante recelo al foráneo.

Una cosa es que aceptemos el proceso de paz y otra es que ahora nos hagamos amigos íntimos”, me dice un hombre de unos cincuenta años. “A la gente de mi edad no la vas a cambiar. Y jamás iremos a tomarnos una pinta al pub de enfrente”.

El hombre es protestante. Cuando se le pregunta qué es lo que ocurre cada noche durante las últimas siete semanas explica su versión: “Lo de la bandera es tan sólo la gota que ha colmado el vaso”, explica. “Desde los Acuerdos de Paz el Sinn Féin (brazo político del ya inactivo IRA) quiere quitarnos nuestra identidad. Primero retiraron la corona del uniforme de Policía, luego pusieron problemas para los desfiles de la Orden Naranja y ahora nos quieren quitar también la Union Jack”, se queja.

La Orden Naranja es la organización protestante más importante de Irlanda del Norte. Tiene más de 60.000 miembros unidos por un único objetivo: mantener la tradición y luchar contra el nacionalismo católico. Celebran más de cien desfiles al año, aunque los más problemáticos son los de verano. “Nos ofrecimos a no tocar música cuando pasábamos por los puntos de interconexión, pero ni por esas nos dejan tranquilos”, comenta.

Al protestante también le preocupa el asunto de la paridad. “En todos lados tiene que haber 50% de católicos. En la Policía, en las administraciones… pero el otro 50% no se llena con protestantes, se llena con extranjeros y ateos así que nos quedamos en minoría en todo”, recalca. “Pero, a pesar de todo, la votación en el Ayuntamiento fue democrática y no queda más remedio que respetarla”, señala.

La visión católica

En Short Strand las cosas se ven de forma muy distinta. El barrio está situado en el este de la ciudad. Durante los años del conflicto fue uno de los puntos más calientes debido a que se encuentra en medio de una comunidad protestante.  Su homólogo unionista es Cluan Place. Es una pequeña calle donde están situadas 20 viviendas de familias lealistas en medio de una comunidad católica. Tanto uno como otro han tenido que ser rodeados por Muros de Paz.

“Lo que les pasa a los protestantes es que tienen un gran problema de liderazgo”,  cuenta un católico. “Al día siguiente de la primera manifestación, Gerry Adams (líder del Sinn Féin) vino hasta los barrios más afectados para saber qué había pasado. Nos sentimos arropados y bien representados por nuestros políticos, pero los unionistas no tienen sintonía alguna con Peter Robinson (primer ministro y líder del DUP)”, explica.

“Por otra parte, están obsesionados con nosotros. Se piensan que tenemos mejores casas, mejores coche, mejores trabajos. Pero no es así. Al otro lado del muro tenemos que pagar las mismas facturas”, señala.

En definitiva, que la visión de unos y otros choca. Y cuando los cuerpos se riegan con buenas pintas los sábados por la noche, surgen las tensiones. Sobre todo en los grupos de los más jóvenes, curiosamente los que no han vivido la época de los troubles. Niños de tan sólo ocho años disfrutan tirando piedras y cócteles molotov al otro bando. Lo hacen por pura diversión, sin ser conscientes que las imágenes que ofrecen son luego recogidas por las televisiones de todo el mundo alertando de que el proceso de paz en Irlanda del Norte corre peligro. No es cierto. Belfast es una ciudad donde los colegios imparten cada día sus clases y la mayor preocupación de los vecinos es llegar a fin de mes.

Durante casi tres décadas, Belfast  formó parte de las llamadas “tres B”. Belfast, Bagdad y Beirut eran los destinos que tenía que evitar todo aquel con sentido común. Pero ahora las cosas han cambiado. La vida diaria se desarrolla con normalidad,  los colegios imparten cada día sus clases y la mayor preocupación de los vecinos es llegar a fin de mes. Se respira cierta normalidad. Aunque eso no quita para que, en algunos momentos del año, los enfrentamientos entre católicos y protestantes sigan siendo inevitables en los llamados “puntos de interconexión”.