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Rusia, la guerra tibia
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José Zorrilla

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Rusia, la guerra tibia

La reciente crisis ruso-ucraniana ha puesto de manifiesto que la comunidad trasatlántica carece de instrumentos para administrar el revisionismo ruso

La reciente crisis ruso-ucraniana ha puesto de manifiesto que la comunidad trasatlántica carece de instrumentos para administrar el revisionismo ruso. Ni la Ostpolitik ni la OTAN ni la UE valen para esta tarea. No haberlo entendido así nos ha llevado a la inoperancia y al ridículo.

Ostpolitik y sanciones a Rusia

La Ostpolitik alemana tiene tres fases bien definidas. La primera lleva la marca de la Guerra Fría y sella el nacimiento de una estrategia del SPD que huye del anticomunismo seco de la CDU. La segunda fase llega con la caída de la URSS. Berlín hereda toda la infraestructura de la RDA en el espacio postsoviético, que incluye activos personales y materiales. Es la Edad de Oro de esa estrategia y subsiste al día de hoy. Es normal ver escuelas alemanas en pequeñas ciudades de Asia Central o edificios oficiales de la Republica Federal asentados en antiguos palacios soviéticos.

Pero esas dos fases se basaban en una constante. Tanto la URSS como Rusia eran 'potencias satisfechas' en el territorio europeo. La URSS llegó tan lejos en su voluntad de coagular el orden de Yalta que organizó la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CESCE) para formalizarlo. Los EEUU lo aceptaron con la única salvedad de los países bálticos, a los que siempre consideraron ocupados.

Pero obviamente dentro de ese paradigma no es concebible un liderazgo de sanciones a Rusia. Lo que Alemania se ha permitido ha sido no mandar al presidente Joachim Gauck a Sochi y hacer desfilar a su delegación con chándals arcoíris para marcar así su compromiso con la causa gay.

El secretario general de la OTAN, Fogh Rasmussen, prometió a Ucrania: 'Os defenderemos por tierra, mar y aire'. El problema es que Ucrania no es miembro de la OTAN, no procede defenderla y no se la defendió a pesar de tan retóricas afirmaciones

Pasemos ahora a Polonia. Carece de sentido decir que Alemania no lidera a Europa (quiere decir que no es la campeona de las sanciones) cuando ella es la primera en saber que Alemania no puede jugar ese papel dentro del paradigma de la Ostpolitik. La Ostpolitik arrancó con Willy Brandt de rodillas en el gueto de... la Varsovia comunista.

La OTAN y Ucrania

La OTAN marca el compromiso de los EEUU con la Europa devastada de la postguerra. Es la punta de lanza de la estrategia del containment, así como la expresión del fin del aislacionismo americano, una de las causas de la II Guerra Mundial. Bajo ese paraguas de seguridad pudo crearse la Europa en la que vivimos. Pero la OTAN es comprensible si frente a Europa está la URSS, fuerza global no solo en el orden militar sino también en el ideológico y con aspiraciones expansionistas planetarias. Convertida la URSS en Rusia, no tiene sentido confrontar a ese gran país en términos de hegemonía global militar, aunque se haya convertido en revisionista en el espacio postsoviético.

El secretario general de la OTAN, Fogh Rasmussen, prometió a Ucrania: "Os defenderemos por tierra, mar y aire". Le faltó añadir para que la cita fuese completa el "no nos rendiremos nunca" de Churchill. El problema es que Ucrania no es miembro de la OTAN, no procede defenderla y no se la defendió a pesar de tan retóricas afirmaciones.

El tercer pilar: la Unión Europea

La UE es el tercer pilar de nuestra interfaz con Rusia. Constructo postmoderno y buenista, es una obra in fieri con serias discrepancias sobre cómo debe estructurarse. No sabemos si queremos una catedral, una lonja, un cuartel o un mercado y, claro, los arquitectos están desorientados. Mientras tanto, Rusia ha desempolvado su teoría política ortodoxa, ante la que el integrismo de Menéndez y Pelayo parece una peligrosa desviación de izquierdas, y la confusión en las filas de Bruselas es descomunal. Cuando el joven ministro de Exteriores de Suecia, Carl Bildt, explicó al auditorio que los países al este de la UE eran más vecinos que los vecinos del sur, se ganó la inmediata complicidad de otro joven ministro, este de Polonia, Radoslaw Sikorski. Se puso en marcha así una manera de vecindad cualificada con el espacio postsoviético que llamamos 'Partenariado Oriental', pero que en modo alguno era preludio a la plena integración con la UE sino todo lo contrario. A pesar de esa aparente inocuidad, en 2009 el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, advirtió que no quería "solapamientos" (overlap) con la UE en su inmediata vecindad. Nadie hizo caso. Sabine Fischer, excelente especialista en Rusia y aledaños, minimizó esa advertencia y la consideró "pelusilla" (a slight), debido a que a Rusia no se le había advertido antes de esa iniciativa. Nos embarcamos todos con entusiasmo en el PO; yo también.

Rusia ha desempolvado su teoría política ortodoxa, ante la que el integrismo de Menéndez y Pelayo parece una peligrosa desviación de izquierdas, y la confusión en las filas de Bruselas es descomunal

Los EEUU, por su parte, ya en medio de la crisis, aseguraron que reforzarían su presencia en Europa mientras que los planes de repliegue militar de Europa seguían, y siguen, su curso. Para intentar justificar su aseveración mandaron unos AWACS a Rumanía y F-16 a Polonia hasta final de año. Canadá reforzó ese despliegue con seis CF-18. En tierra, EEUU organizó unas maniobras con 150 hombres durante dos semanas en Polonia. Para completar todo esto el jefe de la CIA, John Brennan, visitó Kiev hace unos días, según confirmó la Casa Blanca el 14 de abril. Acaba de hacerlo el vicepresidente Joe Biden también. Juzgue el lector el alcance de esos 'refuerzos'.

Siguió la rotura de la unidad atlántica. Los EEUU tenían su propio candidato ucraniano, Yaltseniuk (Yalts para los amigos), mientras que el alemán era Klitchko. Y naturalmente siguió la rotura de la UE. Mientras que Polonia se quejaba de la inacción alemana, Francia, Italia, Inglaterra y España decian que de sanciones, nada. De todo este galimatías se deduce que estamos tratando de hacer frente a una Rusia revisionista con los instrumentos pensados para una URSS enemiga global ideológica, pero satisfecha con el orden territorial europeo. No es el caso. Pero tampoco tenemos que caer en el apaciguamiento de creer que es posible una Europa con 'valores compartidos' de Vladivostok a Finisterre como nos ofreció Rusia en su día. Occidente no va a renunciar al legado de la Gloriosa inglesa, ni al de los padres fundadores ni al de la Revolución Francesa ni a Locke ni a Rousseau ni al (aunque lo sepan pocos) padre Suárez. No vamos a seguir el consejo de Putin y leer a Berdiaev ni a Danilevski ni a la escuela eslavófila de la política. Con leer Los Demonios de Dostoyevsky ya tenemos bastante ¿Qué se puede hacer entonces?¿Estamos condenados a un 'Containment. 2' o a una especie de Guerra Tibia permanente?

Yo creo que no. Hay precedentes ilustres.

¿Estamos condenados a una especie de 'Guerra Tibia' permanente? Yo creo que no. Hay precedentes ilustres

El visitante de París casi con seguridad hará fotos del bellísimo puente de Alejandro II. Conmemora un hecho escandaloso en su época. La atea y republicana Francia firmaba un tratado con la Santa Rusia, país escatológico y despótico. No hace falta decir que en 1892 la distancia ideológica entre París y Moscú era incomparablemente superior a la que hoy separa a esas dos capitales. Pues Rusia y Francia honraron el tratado y, si hemos de creer a Winston Churchill, esa alianza fue una de los principales soportes de la I Guerra Mundial.

Hagamos ahora un forward a 1922. Alemania ha perdido la Gran Guerra. No puede tener mas que unas Fuerzas Armadas testimoniales. Eso sí, ya no es ni imperial ni absolutista. Se ha dotado de una bellísima construcción política, la República de Weimar, cuyo triste destino acosa todavía la memoria de los liberales del mundo. A pesar de tanto liberalismo interno, y para escapar a las limitaciones del Tratado de Versalles, Weimar firma con la URSS, en las antípodas ideológicas de su mundo, el Tratado de Rapallo. Así pudieron entrenarse sin problemas en las llanuras de la Rusia comunista los tanques de Weimar con los que el general Guderian arrasaría Francia en 1940.

Las Relaciones Internacionales no comparten ideología ni valores, sino intereses. A la vista del caos general, puede resultar útil recordarlo.

Bibliografía: 'Los demonios'. Fiodor Dostoyevsky. Alianza Editorial. Traducción (excelente) de Juan López- Morillas. 

La reciente crisis ruso-ucraniana ha puesto de manifiesto que la comunidad trasatlántica carece de instrumentos para administrar el revisionismo ruso. Ni la Ostpolitik ni la OTAN ni la UE valen para esta tarea. No haberlo entendido así nos ha llevado a la inoperancia y al ridículo.

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