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José Zorrilla

Las tres voces

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Inglaterra semisoberana

David Cameron, primer Ministro del Reino Unido, ha cometido un gravísimo error con la cuestión escocesa y la raíz de ello está en dos disfunciones. Una,

Foto: El 'premier' David cameron durante una reciente visita a las tropas británicas desplegadas en Afganistán (AP).
El 'premier' David cameron durante una reciente visita a las tropas británicas desplegadas en Afganistán (AP).

David Cameron, primer Ministro del Reino Unido, ha cometido un gravísimo error con la cuestión escocesa y la raíz de ello está en dos disfunciones. Una, estructural, el relato nacional inglés. Y otra, que lo amplifica, la revolución conservadora de Thatcher. Y tras el error escocés llega la nueva Batalla de Inglaterra, mucho más difícil de resolver.

Vamos con el relato nacional. Cuando fui profesor en Inglaterra me sorprendió mucho que los escolares atribuyesen a Sir Francis Drake haber sido el primero en dar la vuelta al mundo. Lo siguen creyendo. No imaginan el pasmo que me causó oír la archiconocida canción patriótica Britannia rule the waves, compuesta tras la victoria de Portobello, según me decían. ¿Se referirían al saqueo de Portobello, a la sazón pueblo desguarnecido y sin oro que Vernon atacó antes de sufrir en Cartagena de Indias una de las peores derrotas estratégicas de la Royal Navy? Pues sí, esa era la expedición que la copla celebraba, la de Vernon.

Nada tiene esto que ver con el excelente trabajo de la Universidad inglesa. Si leen ustedes el clásico sobre la Armada Invencible de Garrett Mattingly (1959) y luego el de Geoffrey Parker sobre el mismo tema (1999), podrían pensar que se han equivocado de suceso, tal es el cambio de enfoque. Pero esa metamorfosis no ha calado en la sociedad, convencida de que la Pax Britannica era perfecta y que tras Felipe II vino Napoleón y luego Alemania y en todas esas ocasiones la orgullosa Albión derrotó a sus enemigos sin ayuda de nadie -creando de paso el único Imperio de Occidente, pues el mundo empieza en la Revolución Industrial y en Waterloo-.

Terminada la II Guerra Mundial hubiera sido lógico que Inglaterra se sumase al nuevo paradigma que la postguerra alumbraba en Europa. No hubo manera. No solo rechazó formar parte del grupo de socios fundadores, sino que intentó boicotear el Mercado Común

En realidad, la decadencia inglesa arranca a finales del S. XIX, cuando Alemania les desafía con una industria igual o mejor que la suya e Inglaterra confía en la Balanza de Poder para contener el aluvión. Sigue en 1914 cuando toda la casta política (casta, sí) se fue de vacaciones en verano como si de verdad la Pax Britannica sirviera para algo. Y siguió cuando, tras los cañones de agosto, el consenso militar y político fue que los chaquetas rojas volverían a casa para Navidad. Solo supo ver adecuadamente el futuro Lord Kitchener, lo que le valió el que le hiciesen ministro de Defensa hasta que el dinero y los soldados americanos dieron la victoria a los aliados.

En cuanto a la II Guerra Mundial es obligado señalar que una vez más Inglaterra se equivocó al creer que su enemigo existencial era Stalin y no Hitler, y volvió a equivocarse cuando, ni tories ni laboristas, quisieron gastarse un penique en rearmarse. Vamos, que si no es por los EEUU estábamos ahora todos preparando el Oktoberfest de 2015. Pero no lo digan en Londres. Las dos guerras las ganaron ellos.

Terminada la II Guerra Mundial hubiera sido lógico ver a Inglaterra aceptar de una vez la obsolescencia de su paradigma y sumarse al nuevo que la postguerra alumbraba en Europa. La enemistad entre Alemania y Francia dejaba paso a la amistad. Lo suyo era que Inglaterra hubiese dicho “ya no hay Canal” y se hubiese unido al nuevo club. No hubo manera. Inglaterra no solo rechazó formar parte del grupo de socios fundadores, sino que intentó boicotear el Mercado Común creando con los sospechosos habituales una Asociación de Libre Cambio (EFTA) que fracasó miserablemente. En fin, los interesados en la decadencia de Inglaterra tienen una amplia bibliografía.

Faltaba Thatcher. Yo concedo a ese político el haber entendido que los sindicatos mineros no eran ya la expresión de ninguna hegemonía por la simple razón de que se había terminado la era del carbón. Pero es que la agenda de Thatcher iba mucho más lejos. El fundamento de su ideología era que no había sociedad. Había solo individuos y familias, es decir, el bien común era cosa de progres. Ahora bien, abandonar la noción de bien común era echarse en manos de grupos de intereses, justo lo que no se debe de hacer, como lo dijo Schattschneider en un libro magistral en el que aclaró que muy posiblemente el 90% de la sociedad queda al margen del lobby, lo que garantiza la victoria del interés particular y la conversión del pueblo en un ente semisoberano.

“Protección desde la cuna hasta la tumba”

Resultado: camino a la semisoberanía abierto a través de una doble destrucción. La del Reino Unido y la de la propia Inglaterra. Galeses y sobre todo escoceses, hartos de que los señoritos de Londres malgastasen el dinero que les da el petróleo del Mar del Norte, no se reconocieron en el discurso tory que ponía fin al mayor y más noble logro inglés, la Edad de la Compasión, y se pasaron al laborismo. Hoy, de 59 diputados en Escocia solo uno es tory. En el Reino Unido había ya una fractura sectaria católico/protestante en el Ulster. Ahora el legado de Thatcher les traía otra. Y esta iba más allá de lo territorial, pues el slogan “protección desde la cuna hasta la tumba” había unido a todos los británicos como una religión. Perdieron esa gracia y nunca la han recuperado ni sustituido.

La agenda de Thatcher iba mucho más lejos. El fundamento de su ideología era que no había sociedad. Había solo individuos y familias, es decir, el bien común era cosa de progres. Ahora bien, abandonar la noción de bien común era echarse en manos de grupos de intereses

Llegó entonces el sacrificio de la propia Inglaterra. En su ciego deseo de que todo obedeciese a la lógica del máximo beneficio para el capital, Thatcher hizo de Londres un oasis para cleptócratas globales que absorbía el 45% del PNB de Inglaterra. El resto, como por lo visto los acantilados de Dover no dan dinero ni las playas de Devon tampoco, por no hablar de las colinas cubiertas de brezo que tan bien conocen todos los lectores de novela del mundo, agoniza. En fin, lean a Tony Judt si quieren saber lo que fue Londres antes de Thatcher y a George Sebald si quieren saber lo que hoy es Suffolk: el relato parece sacado de un cuento de terror de Lovecraft.

Pide Escocia más dinero y más autonomía y Cameron, practicante del relato nacional, convencido de que el Reino Unido está mejor soldado  que los acorazados de la Royal Navy de los buenos tiempos, comete un primer error: le dice que si quieren todas esas gabelas las busquen en la independencia. Y rubrica ese despropósito con un referéndum. ¿Habrá cosa menos inglesa que un referéndum? Debo a Don Pablo Lucas Verdú mi primer contacto con el concepto inglés de la legitimidad política enunciado por Edmund Burke. Nada de revoluciones ni de referendos. El paso del tiempo y el compromiso.  Don Eduardo García de Enterría ratificó más tarde ese magisterio. Pues viene Cameron, tory como Burke, y pisotea su legado. Ahora bien: ¿qué podemos esperar de un premier inglés que califica a los americanos de “socios menores” (“junior partners”) en la II Guerra Mundial?

Visto que el Reino Unido estaba peor soldado de lo que creían Cameron y sus colegas dorados, toda Inglaterra, tory, labour o independiente, se volcó en Escocia para amenazar y prometer. Curiosamente una de las amenazas fue que una Escocia independiente sería expulsada de la UE. Pero, ¿no habíamos quedado en que la UE era una especie de reencarnación de la Gran Prostituta, solo que esta vez no de Babilonia sino de Bruselas?

En cuanto a las promesas, se ofreció bastante más de lo que se había negado en primera instancia. Llegó hasta tal punto el becerro de oro que Salmond ya ha dicho que el triunfo del “no” fue sucio. Limpio o no, Escocia sigue en el Reino Unido. Pero toca ahora cumplir las promesas. Y ¿qué quedará para Gales, Ulster, y la propia Inglaterra  (excluido Londres) una vez se  haya desembolsado para Escocia todo lo prometido? Tan noble tierra tiene ya cerca de 1.500 libras más de gasto público per cápita que Inglaterra. ¿Se admitirá que los diputados escoceses puedan además votar en asuntos ingleses? Porque los ingleses en Escocia no tienen ya nada que decir. ¿Y el Ulster y Gales?

Es obvio que ahora se abre el melón no ya del Reino Unido, sino de la Inglaterra que no es Londres. Lo obvio es federar. Pero federar a Inglaterra y sus 53 millones de habitantes y su 80% del PNB con las diminutas Gales y Ulster es imposible. La solución es romper a Inglaterra en trozos de dimensión parecida, y además abrir un Parlamento específicamente inglés ajeno a Westminster, algo con lo que se intentaría parar el populismo del UKIP, que pesca votos en el descontento inglés de verse ninguneados en su propia patria, tanto por Londres como por Escocia.

Otro Parlamento habría de abrirse para Gales (el Ulster ya lo tiene). Y esto sí que es surrealista. Federar es lo que Inglaterra obligó a hacer a Alemania en 1945 para debilitarla. Ahora sería la propia Inglaterra la que se aplicaría esa solución a sí misma, vencida ella también por un relato nacional extraterrestre y un conservadurismo que considera al bien común un error y a los pobres una patología. Ahora se ve con claridad que la supuesta pérdida de soberanía de la UE no es nada comparada con la semisoberanía que ha terminado por traer el relato nacional y el post thatcherismo. Véase la pregunta de moda. ¿Te sientes británico o inglés? Y ese es solo el primer paso.

La solución sigue siendo la Europa que niegan. Europa, que continúa esperando a su hija extraviada como Carlomagno esperó y acogió a Alcuino de York.

Dos obras maestras, una de un ciudadano americano; la otra, de un alemán. Tony Judt, El refugio de la memoria. Taurus. 2010; George Sebald, Los anillos de Saturno. Anagrama 2008.

David Cameron, primer Ministro del Reino Unido, ha cometido un gravísimo error con la cuestión escocesa y la raíz de ello está en dos disfunciones. Una, estructural, el relato nacional inglés. Y otra, que lo amplifica, la revolución conservadora de Thatcher. Y tras el error escocés llega la nueva Batalla de Inglaterra, mucho más difícil de resolver.

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