Mondo Cane
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El día que conocí a ese señor gris llamado Nicolás Maduro
Coincidí brevemente con el hoy presidente venezolano en 2010, en un viaje a Turquía como ministro de Exteriores. Nada hacía presagiar que aquel hombre tranquilo daría paso a esta figura tragicómica
Conocí brevemente a Nicolás Maduro en 2010, cuando ejercía como ministro de Exteriores de Venezuela. Se encontraba de viaje oficial en Turquía, donde yo trabajaba como periodista, y la cadena Telesur me contrató para cubrir la visita. Me citaron temprano en el comedor de un hotel de cinco estrellas en Ankara, donde estaba desayunando la delegación. Maduro llegó poco después, tomándose el trabajo de saludar sonriente a todos los miembros de su equipo y de estrechar mi mano. Pero aparte de “Buenos días”, apenas dijo nada durante todo el almuerzo. Tal vez no quería pronunciarse ante un extraño, o, más probablemente, era un hombre de pocas palabras.
Durante el resto del día me mantuve todo lo cerca que pude de él. Visitó el mausoleo de Mustafá Kemal 'Atatürk', el fundador de la república turca moderna, y pronunció un discurso poco memorable, pero en el que, a pesar de las radicales diferencias ideológicas entre su país y la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, Maduro logró encontrar puntos en común en la figura de Atatürk, “campeón, como Simón Bolívar, del internacionalismo”. La visita era de bajo perfil y pasó desapercibida. Se firmaron dos acuerdos intrascendentes de cooperación en energía y vivienda.
[Estados Unidos prohíbe a Maduro entrar al país]
Aquel día, Maduro me pareció un hombre amable y educado, pero absolutamente gris (sobre todo al lado de una figura tan explosiva como el comandante Hugo Chávez), alguien que, más allá del fervor chavista, poco podía aportar a la Revolución Bolivariana. Al parecer, su carácter conciliador era precisamente su gran cualidad, que le había permitido mediar con éxito en las tensiones con Colombia entre 2008 y 2010 y liderar otras misiones diplomáticas importantes. Por eso, resultó un poco grotesco verle años después, ya convertido en sucesor de Chávez, tratando de imitar el estilo histriónico de su mentor. La copia nunca estuvo a la altura del original.
Esas maneras ante la tribuna se repiten hasta hoy: “Esta es la victoria electoral más grande de la revolución bolivariana en 18 años. El que tenga ojos que vea y el que tenga oídos que oiga”, declaró grandilocuentemente al hacerse públicas las cifras oficiales de participación en las elecciones a la Constituyente. Ese día tampoco se privó de amenazar a sus enemigos políticos: “Se acabó el sabotaje de la Asamblea Nacional, hay que poner orden”, afirmó esa misma noche, seguido de un comentario que adelanta la dictadura que viene. “Habrá que levantar la inmunidad parlamentaria a quien hay que levantarle la inmunidad”, aseguró.
Del rock n' roll a la Vª República
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962 en la parroquia de El Valle, en una zona obrera de Caracas. Alegre y afable, desde muy joven ingresó en la Liga Socialista (una organización revolucionaria legal fascinada con la Revolución Cubana que posteriormente sería uno de los gérmenes del Partido Socialista Unido de Venezuela, el PSUV), donde fue un activo militante durante los años 80. Sus capacidades llamaron la atención de las autoridades cubanas, que le concedieron una beca de estudios en la isla, donde vivió en 1986 y 1987, y de donde regresó fascinado con el ejemplo revolucionario.
Poca gente sabe que por aquel entonces tocó en una banda de rock n' roll llamada Enigma, y que le fascinaba la música estadounidense: “Escuchábamos a Robert Plant, a Led Zeppelin, y escuchábamos y seguíamos el ejemplo de la vida de John Lennon”, declaró en una reciente entrevista con el diario británico The Guardian. En 1991 ingresó en la compañía de transportes de Caracas, donde se convirtió en conductor de autobús y organizó el sindicato de los trabajadores del metro.
La epifanía le llegó en febrero de 1992, cuando vio por televisión al teniente coronel Chávez explicando los motivos de su fallida intentona de golpe de estado. Sacudido por su energía, Maduro se integró en el llamado Movimiento Bolivariano Revolucionario MBR-200, que entre otras tareas se ocupaba de respaldar a los golpistas en prisión. En estas actividades conoció a una joven abogada que trabajaba en el equipo legal de Chávez, Cilia Flores, que acabaría convirtiéndose en su esposa. Chávez agradeció aquella lealtad, y una vez en libertad, lo promovió en las filas del partido que fundó para concurrir a las elecciones de 1998, el Movimiento Vª República. La victoria electoral convirtió a Maduro en diputado, dando inicio a una carrera política en ascenso. Poco después, Cilia y él se convirtieron en seguidores del gurú místico Sathya Sai Baba, a quien visitaron regularmente en la India entre 2005 y 2011.
En 2006 Chávez le nombró ministro del Poder Popular para Relaciones Exteriores, el rimbombante título del jefe de la diplomacia exterior de Venezuela. En un país tan clasista, fueron muchos quienes se rasgaron las vestiduras al verse representados en el extranjero por aquel “conductor de autobús sin estudios”. Pero a pesar de todo, fuera de Venezuela el insulso Maduro seguía siendo un gran desconocido, hasta que el 'Comandante' enfermó y empezó a promoverle para convertirlo en su delfín.
A Chávez le gustaba provocarle, incluso humillarle, relatando en directo en su programa 'Aló Presidente' cómo el Canciller se había comido todos los pasteles que les habían servido en una visita oficial, o regañándole delante de todo el mundo. Pero no hay duda de que le apreciaba. “Mira dónde va Nicolás, el autobusero. Nicolás era chófer de autobús, y cómo se han burlado de él, la burguesía se burla”, dijo en una ocasión. “Si algo ocurrierra que me inhabilitara de alguna manera”, afirmó a finales de 2012, “mi opinión firme, plena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario, que obligaría a convocar a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
'El Mugabe de Latinoamérica'
En aquel momento, la elección parecía extraña. Pero casi todas las fuentes aseguran que Maduro poseía una característica fundamental: era el hombre de quien más se fiaban los cubanos, que a esas alturas controlaban numerosos resortes en Caracas. Algunos creen que él nunca deseó ese cargo, y se sentía más cómodo volviendo a sus orígenes: durante la campaña electoral de 2012, recuperando su antigua profesión, se puso en varias ocasiones al volante del vehículo desde el que Chávez saludaba a sus partidarios. Pero a la muerte del 'Comandante', Maduro se preparó para asumir su herencia, que en aquel momento ya amarilleaba.
En los meses siguientes veríamos a un Maduro que aseguraba hablar con el espíritu de Chávez en forma de pajarito, y que afirmaba que el cáncer que le había matado había sido inducido: “Inocularon al Comandante Chávez con esa enfermedad para quitarle de en medio y crear una situación de destrucción para Venezuela y su revolución independiente”, aseguró. Pero cada vez son menos, incluso entre sus propias filas, los que se creen esa narrativa.
Esto es real. Es Maduro hablando con las vacas. Les pregunta si quieren guarimba o Constituyente. pic.twitter.com/lI3zjxVrMA
— Alicia Hernández (@por_puesto) 5 de mayo de 2017
Hoy, Maduro compara la situación en Venezuela con la operación de la CIA contra el Chile de Salvador Allende, acusando a poderes extranjeros de todos los males del país. “A Allende le decían que culpaba de todo a una conspiración, de la crisis económica, que culpaba de la alta inflación que le estaba saboteando a Estados Unidos, y que acusaba con frecuencia a los corderitos de Nixon y Kissinger de un golpe. Pero después se supo todo”, ha dicho. Otros observadores señalan su incompetencia como la principal causa del estallido social en el país. En un perfil publicado en 'The Guardian', el periodista Rory Carroll, ex corresponsal en Caracas y autor de una biografía hipercrítica de Chávez, le acusa de ser “el Robert Mugabe de Latinoamérica”, por su intento de enquistarse en el poder pese al deterioro de la situación económica.
Muchos de los antiguos aliados de Caracas se distancian hoy de Maduro, a quien les conviene poder cargarle el hundimiento del proyecto que antaño apoyaron. Hay quien dice, medio en broma, que Chávez, sabiéndose con un pie en la tumba, eligió al más inepto de sus lugartenientes para que su legado resplandeciese más. Y desde luego, son muchos los venezolanos que siguen venerando al 'Comandante' mientras echan pestes de Maduro. El cuadro político gris que copió hasta las camisas de su antecesor nunca podría haber eclipsado al 'showman' que se burlaba del presidente Bush ante la ONU y consiguió poner cantar a Fidel Castro en una ocasión.
Muerto Chávez, Maduro se asemeja a un borrón de tinta que extiende más de la cuenta una experiencia cuya fecha de caducidad ya ha expirado: incluso hoy, seguimos hablando de 'chavismo', no de 'madurismo'. Pero al hacerlo, ignoramos hasta qué punto nos encontramos ante un personaje por derecho propio que, mediante pura obstinación, está a punto de culminar una acumulación de poder que Chávez jamás habría logrado, y que ha demostrado una resistencia política que ya quisieran para sí muchos dictadores. Quién lo habría dicho, viendo a aquel hombre pacífico que se bebía en silencio un zumo de naranja en un hotel de Turquía, hace siete años.
Conocí brevemente a Nicolás Maduro en 2010, cuando ejercía como ministro de Exteriores de Venezuela. Se encontraba de viaje oficial en Turquía, donde yo trabajaba como periodista, y la cadena Telesur me contrató para cubrir la visita. Me citaron temprano en el comedor de un hotel de cinco estrellas en Ankara, donde estaba desayunando la delegación. Maduro llegó poco después, tomándose el trabajo de saludar sonriente a todos los miembros de su equipo y de estrechar mi mano. Pero aparte de “Buenos días”, apenas dijo nada durante todo el almuerzo. Tal vez no quería pronunciarse ante un extraño, o, más probablemente, era un hombre de pocas palabras.