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Excrementos en los palacios de Sadam: ¿qué se hace con las mansiones de un dictador?
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Alicia Alamillos

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Excrementos en los palacios de Sadam: ¿qué se hace con las mansiones de un dictador?

Sadam Husein construyó más de 80 ostentosos palacios por todo Irak. Más de diez años después de su caída, muchos de ellos han sido abandonados y saqueados

Foto: Uno de los palacios de Sadam, en Bagdad. (Alicia Alamillos)
Uno de los palacios de Sadam, en Bagdad. (Alicia Alamillos)

Cuando los soldados estadounidenses entraron en los palacios de Sadam Husein, a principios de abril de 2003, estaban todavía llenos del lujo que caracterizó la última etapa del autócrata iraquí. Muebles de estilo francés, bañeras doradas, pesadas cortinas, majestuosas arañas y candelabros, fuentes, mármoles y cerámicas en las paredes y suelos. Hijo de unos humildes campesinos y criado como un pastor de cabras en una aldea de Tikrit, una vez en el poder su creciente megalomanía lo hizo compararse con Nabucodonosor, uno de los mayores y más opulentos reyes de Babilonia. En sus 24 años al frente de Irak, construyó casi un centenar de suntuosos palacios para él, sus hijos y sus allegados. Cuando yo tuve la oportunidad de visitar algunos de ellos, el suelo crujía bajo mis pies bajo el polvo seco y los cristales rotos. Habían pasado 13 años desde que el régimen de Sadam Husein había caído tras la invasión de la coalición internacional liderada por EEUU, y una decena desde que el líder había sido juzgado y ajusticiado en la horca.

Mientras avanzaba en la oscuridad de las habitaciones interiores, acompañada de un militar con una linterna que me explicaba dónde estaban las mejores salas (el complejo tenía casi una veintena de habitaciones, ninguna con electricidad) e intentaba no pisar ningún resto de los barandales arrancados o las columnas derribadas, el maltrecho Ejército iraquí se preparaba para avanzar hacia Mosul, a 400 kilómetros de Bagdad y entonces la "capital" del autoproclamado Estado Islámico. La batalla duró algo más de ocho meses.

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Se dice que Sadam llegó a construir un centenar de palacios por todo el país. Las cifras más conservadoras hablan de entre 60 y 80, un buen puñado de ellos en la capital, en los que durante sus últimos años se refugiaba entre el lujo y la paranoia. Nunca decía dónde exactamente iba a dormir cada noche, y no solía repetir palacio. A veces incluso cambiaba de palacio en mitad de la noche. Según documentos de la ONU, "ocho complejos [de palacios] principales que contienen más de 1.000 edificios: mansiones de lujo, villas de huéspedes más pequeñas, complejos de oficinas, almacenes y garajes, que cubren unos 32 kilómetros cuadrados en total". Y eso son solo una parte. El mayor de los palacios de Sadam es el de Al Faw, cerca del aeropuerto de Bagdad y rodeado de un lago artificial, carpas importadas incluidas. Tenía 62 habitaciones y 29 baños.

Hoy día, la mayoría de los complejos permanecen abandonados, saqueados y destrozados. Muchos sufrieron los estragos de los bombardeos estadounidenses y nunca fueron reconstruidos, otros han sido víctimas de la rabia de un pueblo asfixiado por la crueldad del régimen de Sadam y su partido Ba'ath. Otros, simplemente, de la codicia, en un país donde casi el 25% de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza en 2009. En los cristales hay todavía marcas de balazos, los mármoles han sido expoliados y en cualquier esquina encuentras restos de botellas de plástico y otras basuras, como una cueva a las afueras de la ciudad usada alternativamente por parejas poco escrupulosas buscando intimidad o por 'yonkis' un sitio seco para pincharse.

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Tras la caída de Sadam y en los breves momentos de relativa calma que Irak encontró para hacer frente a su reconstrucción antes de que llegara el Estado Islámico, y una vez "derrotado" éste (al menos territorialmente), y antes de que volviera a estar en el centro de la lucha geopolítica por la influencia entre Irán y EEUU, el gobierno iraquí ha presentado varias propuestas para darle una segunda vida a esos palacios. Porque, ¿qué se hace con las ridículamente ostentosas mansiones de un dictador?

Muchos países se han encontrado con esta disyuntiva después de la caída de un régimen o el estallido de una revolución. ¿Hay que destruirlas, en el afán de eliminar todo resto del pasado, o recuperarlas? ¿Organizar un museo, un parque público, un memorial sobre la crueldad del tirano? ¿Vender los terrenos? ¿Construir hoteles de lujo y morbo? ¿Dejarlos pudrir? Todos estos son ejemplos reales alrededor del mundo. Por el momento, en Bagdad no han terminado de cuajar ninguna de estas ideas. Son demasiados palacios: aunque se intentara cada una de las "soluciones" de otros países, estoy segura de que seguirían quedando mansiones sin recuperar o reutilizar.

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Durante seis años, algunas estructuras fueron fortificadas y ocupadas por órganos de la administración transitoria dirigida por EEUU. Otros de los palacios en Bagdad se reutilizaron como barracones para albergar las tropas estadounidenses desplegadas en la capital iraquí. En esos años, muchos medios de comunicación publicaron reportajes sobre cómo vivían los soldados: "han convertido una de las salas en una cantina por la policía iraquí y los soldados británicos" o "aquí vendría genial un casino" (declaración de un soldado estadounidense). En 2009, con la retirada de efectivos de las zonas urbanas, fueron devueltos a las autoridades iraquíes.

El Ministerio de Turismo y Antigüedades afirmó entonces que los palacios serían “restringidos para un uso con fines turísticos y culturales”, en declaraciones a Radio Free Europe. Un palacio en concreto, al norte de Bagdad, sería reconvertido en un centro vacacional. Otro, al oeste, albergaría los archivos nacionales. El Ministerio de Exteriores afirmó por su parte que otros palacios se utilizarían para acomodar a invitados de alto copete, como otros jefes de estado o de gobierno que visitaran Bagdad.

Esto, por supuesto, fue antes de que los yihadistas del Estado Islámico comenzaran su reino de terror. En apenas dos años llegaron a conquistar casi un tercio del territorio de Irak, ante la impotencia de su Ejército.

Pese a las promesas del Ministerio de Cultura iraquí, por el momento solo uno de los palacios ha sido transformado en un museo: el de la ciudad de Basora, en el sureste de Irak. En 2016 se convirtió en el primer museo en ser inaugurado en el país en décadas.

placeholder Un cartel advirtiendo que la entrada está prohibida. (A.A.)
Un cartel advirtiendo que la entrada está prohibida. (A.A.)

Hoy día, algunos se han reutilizado como edificios gubernamentales, otros como centros de operaciones militares. Los que visité estaban todos bajo control del Ejército iraquí.

Viajábamos en un pequeño avión privado con el entonces ministro en funciones de Exteriores José Manuel García Margallo. Iba a visitar a su homólogo iraquí y a felicitar las fiestas navideñas a las tropas españolas desplegadas en la base de Besmaya (a unos 10 kilómetros de Bagdad). Había hecho escala en El Cairo, donde nos unimos nosotros, un puñado de periodistas españoles. Aproximándonos a Bagdad, desde las ventanas del avión podían verse, en pequeñas islas rodeadas de meandros de agua, un archipiélago de antiguos complejos de palacios. Muchos de los palacetes se construyeron con una especie de foso que los rodeaba y alimentaba esa idea de "terreno vedado" y aislamiento, a la vez que de lujo y poder. De hecho, hasta que en 2002 se le permitió por primera vez la entrada a los inspectores de Naciones Unidas -en busca de las famosas armas de destrucción masiva-, cómo eran los palacios y qué guardaban en su interior era desconocido para el común de los mortales.

Otros palacios se construían algo alejados de la capital, en la cima de alguna colina. Las vistas desde las ventanas, incluso con los cristales quebrados, eran impresionantes. Imagino que, cuando los enormes terrenos ajardinados que rodeaban cada uno de los palacetes estaban bien cuidados por un ejército de jardineros, la imagen debía ser única. Hoy, los jardines están llenos de plantas que crecen asalvajadas y hojarasca seca.

Hasta uno de los palacetes, en la cima de una colina, fuimos acompañados de una escolta miliar.

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Los vestigios de un antiguo lujo conviven con la podredumbre. Grafitis en árabe junto a los pocos azulejos, con alegres y coloridos motivos de palmeras, que quedan. Una columna tallada de madera en el suelo de una gran sala. Las chimeneas tapiadas. Agujeros de bala, restos de mortero. No queda ni un solo mueble. Lo que mejor se conserva son los techos, de madera oscura y llena de formas talladas. Un solícito militar se ofrece a iluminarme los murales para que pueda acercarme y mirar. En las oscuras habitaciones interiores, donde no llega la luz de las ventanas, las fotos se me hacen imposibles.

Sin un uso todavía definido, pero para evitar que la población acceda a los edificios, muchos de los palacios abandonados son vigilados por jóvenes soldados, flacos como un palo. La mayoría de los dorados váteres hace tiempo que fueron arrancados, dejando al aire las oscuras tuberías, y los que no, no funcionan. Los turnos son largos. Y hay que hacer lo que la naturaleza dice hay que hacer. En mi deambular por el palacio, en más de algún un rincón de un antiguo -supongo- magnífico balcón encontré varios sitios donde los soldados habían hecho de vientre. Excrementos en los palacios de Sadam.

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En otro de los palacios, mejor conservado, sí había electricidad y se preservaban muchos más elementos del lujo pasado. Ascensores dorados. Ostentosos repujados del estilo de las mezquitas chiíes. Una enorme águila, cuyas plumas eran escamas de distintos colores, nos daba la bienvenida. La envergadura de sus alas, de pared a pared, sería de unos 10-15 metros. Su ojo ceñudo parecía observar toda la habitación, rememorando quizá otros tiempos más dorados. El uso del ‘águila de Saladino’ (otra de las figuras con las que se comparaba Sadam) como emblema de Irak se remonta a los años 60, tras la llegada del partido Ba’ath al poder, en una referencia al panarabismo.

En un ejemplo más de megalomanía, Sadam colocó sus iniciales por todo el palacio, desde en los revoques de las paredes hasta los candelabros o los marcos de los espejos. Es por ejemplo, el caso del palacio en Basora, que ha sido reconvertido en un museo regional. Sobre la madera tallada de la puerta se podía leer "Sadam Husein, príncipe de los árabes".

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Como en Irak, muchos otros países se han enfrentado a la cuestión de qué hacer con los palacios de un dictador, y muchos ciudadanos se han quedado fascinados al conocer el lujo en el que vivían sus mandatarios.

Es el caso de los ucranianos con el palacio de Yanukovich, que huyó después de la revolución de Maidán. Curiosamente (o al menos para mí), los ucranianos no saquearon las riquezas que encontraron. Apenas un año después, la mansión Mezhgorye se convirtió en un museo del exceso, en el que se puede ver la réplica de un galeón español en una piscina, un piano como el del John Lennon en ‘Imagine’, un zoo privado y su colección de coches antiguos.

La opción de los museos es una de las más socorridas. La duda es, en ese caso, enfocarlo como un museo del morbo, sobre la 'vida privada' del dictador, o simplemente utilizar el edificio para exhibir la historia del país. La villa de Stalin en Sochi, Rusia, es un museo en el que incluso se pueden degustar sus platillos favoritos. El palacio de Miavaran, en las montañas de Alborz, donde el Sha Reza Pahlavi y su mujer vivieron sus últimos 9 meses en Irán, es un museo de los tiempos de la monarquía, que tan lejanos parecen ahora en el país de los ayatolás. Abierto en 2019, la entrada cuesta apenas un euro a los iraníes.

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Parte de otro palacio del Sha, aunque no construido ex profeso para él, es ahora reutilizado como residencia del presidente iraní.

La reutilización de mansiones de dictadores como edificios gubernamentales es, también, una opción bastante factible. El caso más llamativo es el del palacio del rumano Nicolae Ceauçescu, reconvertido hoy día en la sede del Parlamento. El edificio era tan mastodóntico que es hoy en el segundo edificio gubernamental más grande del mundo, solo por detrás del Pentágono.

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También en Europa, una de las villas de Musolini fue revendida a la familia propietaria original, que a su vez revendió la mansión, en una ubicación idílica, con la idea de que se construyera un hotel. Se puede hacer caja con un dictador muerto.

Caja intentaron hacer en Túnez con los palacios de Ben Alí tras la revolución de los jazmines en 2011. En su Hotel Cleopatra, el autócrata cuya caída desató la primavera árabe acumulaba más de 10.000 artículos de lujo. Según se publicó entonces, el Ministerio de Finanzas confiaba en que la subasta devolviera unos cuantos millones al Estado.

Algo similar intentó hacer Gambia con las posesiones de Yahya Jammeh (célebre por sus cruentos ataques contra los homosexuales: "les cortaremos la cabeza", llegó a declarar), desde su flotilla de coches de lujo a sus aviones privados, pasando por varias ostentosas mansiones, para hacer frente a una deuda de más del 130% de su PIB con la que Jammeh dejó Gambia antes de huir del país rumbo al exilio en Guinea Ecuatorial en enero de 2017.

Cadáveres en el baño

Sin embargo, muchas veces las opulentas mansiones acaban siendo pasto del olvido y la herrumbre. El 'Versalles de la jungla', como se conocía a la mansión de Mobutu Sese Seko en la República Democrática del Congo, es hoy día una cáscara vacía. Algunos de los techos se han hundido con el tiempo. En las habitaciones que todavía se conservan viven un puñado de soldados y sus familias.

En el palacio del dictador de Paraguay Alfredo Stroessner, uno de los más terribles los varios que ha tenido América Latina, viven hoy día unos cuantos okupas. Se trata de una propiedad de 30 hectáreas cerca de Ciudad del Este, en la frontera triestatal, abandonada durante años. El pasado septiembre tuvieron que llamar a la Policía cuando se encontraron tres calaveras humanas y varios huesos más bajo el suelo del baño.

Cuando los soldados estadounidenses entraron en los palacios de Sadam Husein, a principios de abril de 2003, estaban todavía llenos del lujo que caracterizó la última etapa del autócrata iraquí. Muebles de estilo francés, bañeras doradas, pesadas cortinas, majestuosas arañas y candelabros, fuentes, mármoles y cerámicas en las paredes y suelos. Hijo de unos humildes campesinos y criado como un pastor de cabras en una aldea de Tikrit, una vez en el poder su creciente megalomanía lo hizo compararse con Nabucodonosor, uno de los mayores y más opulentos reyes de Babilonia. En sus 24 años al frente de Irak, construyó casi un centenar de suntuosos palacios para él, sus hijos y sus allegados. Cuando yo tuve la oportunidad de visitar algunos de ellos, el suelo crujía bajo mis pies bajo el polvo seco y los cristales rotos. Habían pasado 13 años desde que el régimen de Sadam Husein había caído tras la invasión de la coalición internacional liderada por EEUU, y una decena desde que el líder había sido juzgado y ajusticiado en la horca.

Dictadura Saddam Hussein