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La reintegración silenciosa de los ultraortodoxos en Israel
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Elías Cohen

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La reintegración silenciosa de los ultraortodoxos en Israel

Israel tiene un problema con los ultraortodoxos y está intentando solucionarlo sin levantar mucho revuelo. Dadas las circunstancias, todo apunta a que la estrategia silenciosa está siendo efectiva

Foto: Una familia ultraortodoxa lee el Libro de Esther durante la fiesta del Purim, en una sinagoga de Jerusalén. (Reuters)
Una familia ultraortodoxa lee el Libro de Esther durante la fiesta del Purim, en una sinagoga de Jerusalén. (Reuters)

El papel de los ultraortodoxos en Israel -conocidos también como jaredíes, que en hebreo significa 'temerosos' [de Dios]- ha trascendido a la opinión pública internacional con ciertas distorsiones. El hermetismo de las comunidades jaredíes y sus posturas cada vez más divergentes con las tendencias sociales y políticas actuales han propiciado una imagen negativa y retrógrada en el mundo occidental. Pero el colectivo jaredí y sus correlaciones no soportan un análisis tan simple; y mucho menos si examinamos la necesidad acuciante y existencial de Israel de integrar a los jaredíes con el resto de la sociedad.

Tras la modificación de la Ley Tal en el año 2013 -declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo un año antes-, por la que se pone fin, gradualmente, al privilegio de la comunidad jaredí de no hacer el servicio militar obligatorio (tres años para los hombres, dos años para las mujeres) siempre y cuando se acredite estudiar en una yeshivá (escuela religiosa), ha comenzado una nueva era en Israel: la integración de los ultraortodoxos en una sociedad abierta y de corte occidental a la que han repudiado tradicionalmente. Una transformación que definirá a Israel en los años venideros, y que también está escapando a la lupa del imaginario colectivo.

Para entender la reconversión actual, es necesario volver a los orígenes de la comunidad jaredí en Israel, entender por qué tienen un considerable poder político en relación a su masa social, comprender el problema que supone para Israel su no integración y analizar las distintas vías silenciosas que se están tomando para revertir la tendencia.

De guardianes del pueblo a privilegiados

El jaredí es en su inicio un movimiento europeo que surge en contraposición a las corrientes reformistas que nacen en el seno del judaísmo tras la emancipación que comenzó el siglo XVIII. Hoy, el movimiento es menos ecléctico y existen varias vertientes, las cuales están enfrentadas entre sí en infinidad de aspectos. Hay grandes comunidades jaredíes en Nueva York, Londres o California. En Israel, los jaredíes son todos aquellos judíos que han construido un modo de vida centrado en el cumplimiento a rajatabla de todas las leyes y preceptos contenidos en el Talmud, lo que les hace estar adscritos a una yeshivá, estar por tanto sometidos al consejo y dirección, casi siempre vinculante, de uno o varios rabinos, y vivir concentrados en pequeños ecosistemas creados para estar, lo máximo posible, al margen de la sociedad.

En 1948, antes de la creación del Estado de Israel, los jaredíes se agrupaban bajo la organización Agudat Israel, y su proporción en la población total se alejaba de la actual: la Oficina Central de Estadísticas de Israel prevé que la población jaredí llegará a 1,1 millones en 2019, y para 2059 estima que se situará entre 2,73 y 5,84 millones sobre un total de israelíes que oscilará entre los 6,7 y 9,95 millones. En el presente, los jaredíes tienen un crecimiento vegetativo de un 6% anual, mientras que la tasa de crecimiento del resto de la población es de un 1,8%.

Los jaredíes tienen un crecimiento vegetativo de un 6% anual, mientras que el del resto de la población es de un 1,8%. Se prevé que para 2059 serán entre 2,73 y 5,84 millones, sobre un total de israelíes que oscilará entre los 6,7 y 9,95 millones

En aquel entonces, los jaredíes representaban la tierra que los judíos no habían tenido durante 2.000 años: la religión. Durante el exilio y la diáspora, fueron el Talmud, la creación de comunidades, la proliferación de yeshivas, el 'modus vivendi' acorde a los mandatos religiosos y la figura rabínica, los elementos que mantuvieron al pueblo unido y sin diluirse. La religión fue para los judíos el escudo en donde guarecerse y protegerse de expulsiones, persecuciones y matanzas que solo cesaron con el nacimiento del Israel moderno.

De esta manera, David Ben Gurión, el padre fundador del Estado de Israel, buscó el apoyo y el consenso con la comunidad jaredí, principalmente para rendir un homenaje a la religión por razones morales e históricas y, sobre todo, para mantener la unidad del pueblo judío ante la nueva etapa que se abría -la unidad es una obsesión que han tenido todos los grandes líderes del pueblo judío desde el amanecer de los tiempos-. El mismo Ben Gurión pronunció entonces una frase que definía perfectamente la necesidad de incluir a la religión en el nuevo resurgir nacional del pueblo judío: “Cuidamos al Libro y el Libro nos cuidó a nosotros”. De hecho, aunque el Mandato Británico terminaba el sábado 15 de mayo, Ben Gurión adelantó la declaración de independencia un día antes puesto que en el Shabbat o el día sagrado de descanso no se puede trabajar ni crear nada, mucho menos un Estado, y muchísimo menos, el Estado judío. Ben Gurión se saltó el plazo solamente para contentar a un sector que abanderaba la supervivencia durante los últimos dos milenios, y que infundía un profundo respeto a la restante población judía.

placeholder Judíos ultraortodoxos, durante una visita al Museo del Holocausto, en Jerusalén. (Reuters)
Judíos ultraortodoxos, durante una visita al Museo del Holocausto, en Jerusalén. (Reuters)

No obstante, desobedecer los plazos marcaros por la ONU no fue la única concesión que Ben Gurión hizo a los jaredíes. Para garantizar la cohesión con los sectores religiosos, respetados por sectores laicos como guardianes del pueblo, y mantener la idiosincrasia judía del nuevo Estado, Ben Gurión aceptó otorgarles ciertas competencias y privilegios, y aprobar determinadas leyes que chocan con la esencia de la democracia occidental.

Así, se les otorgó la potestad de decidir quién era judío y quién no (aunque la Ley de Retorno exija tener al menos un abuelo judío -en contraposición a las Leyes de Nuremberg- para obtener automáticamente la nacionalidad israelí, según la ortodoxia, judío es aquel nacido de madre judía o convertido según el rito ortodoxo), obtuvieron competencia absoluta sobre los matrimonios (en Israel no existe matrimonio civil, aunque las parejas de hecho están reconocidas legalmente y derivan de ellas todos los derechos asimilables a un matrimonio), se les permitió regir sus conflictos y disputas mediante tribunales religiosos (prerrogativa que lógicamente no incluye los delitos y las faltas y todo lo concerniente al derecho penal) y se les concedió el privilegio más polémico de todos: la exención del servicio militar obligatorio si acreditaban estar inscritos en una yeshivá.

Cuando el Estado empezó a funcionar, los jaredíes empezaron a recuperar ese mundo único y adaptado a sus necesidades barrido en el Holocausto -una constelación de pueblos enteros formados por jaredíes que se extendía por toda Europa Oriental fue exterminada por los nazis-, pero ahora en la tan anhelada Tierra Prometida.

Una sociedad hermética dentro de otra

Es cierto que la mayoría de los hombres jaredíes se dedican al estudio de la Torá y del Talmud, y que su sustento se basa en recaudar fondos para las yeshivas y en las subvenciones públicas -en torno a un 60% de jaredíes vive en el umbral de la pobreza-. Sin embargo, en 2013 la Oficina Central de Estadísticas cifraba en un 42% los hombres jaredíes que están en el mercado laboral; un porcentaje que crece en las mujeres jaredíes, quienes suponen una ventaja para muchas empresas: a cambio de exigencias como trabajar a media jornada o cerca de sus domicilios, se contentan con salarios bajos.

A esta dualidad laboral hay que sumar la tensión social con los ciudadanos que sí tienen que cumplir con el servicio militar. La mejor definición del panorama la recoge un chiste que cada vez se repite más -y que incluye también a los árabes israelíes-. “En Israel, un tercio de la población va al ejército, un tercio de la población trabaja y un tercio paga impuestos. Y siempre es el mismo tercio”.

El rabino Dov Lipman es uno de los jaredíes que intentan revertir esta situación con el mantra “todos debemos compartir la carga”; mientras tanto, dicha situación es una bomba de relojería que no estalla debido a las amenazas diarias con las que Israel tiene que lidiar.

Además del trabajo y del ejército, el estilo de vida jaredí es apartado y hermético. Los jaredíes evitan la socialización con los judíos laicos (el 40% de la población israelí se considera laica) y todas las convenciones sociales que no estén aprobadas por sus rabinos de referencia. Constituyen una comunidad segregada que se concentra en barrios concretos a lo largo de todo Israel; el más emblemático es Mea Shearim, en Jerusalén, en donde se corta el tráfico en Shabbat y en donde, mediante carteles callejeros, se ruega vestir ropa recatada. Ahora bien, este paisaje calcado al de los pueblos de Europa Oriental de tres siglos atrás no implica que no hagan uso de algunas ventajas contemporáneas como la tecnología. Usan ordenadores, teléfonos móviles, coches, electrodomésticos, y todo lo que les facilite continuar con su modo de vida.

Por si fueran pocos todos estos focos de fricción, hay sectores jaredíes que, aunque sean minoritarios, rechazan totalmente Israel como Estado nación -según ellos, solo el Mesías debe crear un reino para los judíos- pero no dudan en aceptar las ayudas sociales del Gobierno cuando las necesitan.

placeholder Jaredíes protestan contra la obligación de servir en el Ejército, en el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén. (Reuters)
Jaredíes protestan contra la obligación de servir en el Ejército, en el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén. (Reuters)

El poder de la bisagra

Los jaredíes han entendido perfectamente el engranaje de la democracia; aunque parezcan una población poco receptiva a ella, aceptan muchos de los mecanismos que sirven a sus intereses: van a votar en masa y según la organización Hiddush, que promueve la libertad religiosa, un 56% de los jaredíes está a favor de que exista libertad de culto. En este sentido, los privilegios y competencias de los jaredíes se mantienen porque han conseguido hacerse los 'kingmakers' o bisagras en el Parlamento israelí desde los años setenta, cuando la izquierda deja de ser hegemónica. Siendo la llave de muchos ejecutivos, los partidos mayoritarios han evitado enfurecerles. Actualmente, hay dos partidos políticos jaredíes con representación parlamentaria y con carteras en el Gobierno -en el anterior no estaban, de ahí que se pudiera modificar la Ley Tal-: Judaísmo Unido de la Torá y Shas, ambos con un 10,73% del voto en las elecciones del año pasado y con 13 escaños (de 120).

Los privilegios se mantienen porque han conseguido hacerse los 'kingmakers' del Parlamento israelí desde los años 70, cuando la izquierda deja de ser hegemónica

Apoyados por el poder de la Rabanut (el ministerio público religioso encargado de las competencias antes mencionadas) y de los escaños en el Parlamento, han obtenido una influencia que no está acorde con el porcentaje de población que representan, y han conseguido que la religión sea un debate central en las inquietudes políticas de los israelíes. A este respecto, en enero de 2012, un 40,9% de los israelíes decía que la posición respecto al papel de la religión influiría mucho en el destino de su voto. Un mes antes, en diciembre de 2011, un 64,5% se mostraba preocupado por el aumento del radicalismo religioso en Israel.

La reintegración: el ejército como paradigma

Tener casi un 20% de la población que intenta vivir, en la medida de lo posible, totalmente aparte del restante 80% es un problema para Israel -como lo sería para cualquier país moderno-. Por ello se modificó la Ley Tal y por ello se está llevando a cabo una reintegración silenciosa de la comunidad jaredí -de ser forzosa, llevaría a un cisma peligroso no deseado por la sociedad en su conjunto-. Una victoria electoral jaredí o que uno de cada tres niños pida ingresar en una escuela religiosa puede acabar no solo con la democracia, sino también con los motores económicos del país, como las nuevas tecnologías, y con el Estado de bienestar. Una sociedad sin alta formación caería en actitudes autoritarias y no podría mantener el nivel económico actual de Israel.

Y es que los jaredíes envían a sus hijos a sus propias escuelas, en las que no se les enseñan materias comunes como ciencias naturales o inglés. El periodista israelí Sever Plotzker fue claro respecto al fenómeno de la segregación y atraso educativo en los jaredíes: “El carácter del Estado de Israel como un país occidental desarrollado está siendo amenazado por la existencia continuada del sistema educativo segregado jaredí, que no enseña las asignaturas esenciales y básicas que proporcionan las habilidades necesarias para ganarse la vida en el siglo XXI”. Solo un 28% de los jaredíes tiene títulos universitarios, en contraposición al 80% de los no jaredíes -y eso que Israel ocupó el segundo lugar de la OCDE en términos de porcentaje de la población de 25 a 64 años que han alcanzado la educación superior-. El prestigioso economista israelí Daniel Ben David ha resumido el problema perfectamente: “Si casi la mitad de los niños de Israel están recibiendo una educación del tercer mundo, pronto tendrás una economía del tercer mundo”.

Una victoria electoral jaredí o que uno de cada 3 niños pida ingresar en una escuela religiosa puede acabar no solo con la democracia, sino también con los motores económicos del país, como las nuevas tecnologías

En consecuencia, cuando muchos jóvenes jaredíes intentan salir de sus comunidades cerradas y emprender un modo de vida distinto, encaran serios problemas, entre ellos, enfrentarse a un mundo laboral competitivo con una formación mínima, lo que hace más difícil la integración. Hillel es una de las organizaciones que se encargan de integrar a esos jóvenes que han escapado de la vida jaredí. Les brindan asistencia psicológica, les proveen sustento mientras dure la formación y les ayudan a encontrar trabajo. No es la única organización que está haciendo fortuna en este campo.

El rabino jaredí Dov Lipman estuvo a su vez liderando un grupo especial de trabajo creado en el Parlamento que buscaba formas de reintegrar a los jaredíes en la sociedad. Esta reintegración no comporta que cuelguen los hábitos, sino que, como hacen muchos israelíes que también se consideran religiosos, adapten sus creencias y hábitos a la vida social y laboral. En palabras de Lipman, que fue militante del partido Am Shalem (formado por jaredíes que querían abrirse a la sociedad, conocidos también como 'nuevos jaredíes') y luego del partido laico Yesh Atid: “No fue siempre así, hasta 1977 el porcentaje de jaredíes que trabajaban era de un 80%, pero cuando formaron parte del Gobierno de Menahem Beguin, empezaron a obtener todas esas subvenciones”.

Las empresas privadas también contemplan la necesitad de integrar a los jaredíes y están actuando en consecuencia. Por ejemplo, el mayor fondo de capital riesgo de Israel, el Jerusalem Venture Partners, lleva celebrando desde 2014 la 'Haredi High Tech Conference', con el objetivo de mostrar a los jaredíes el mundo de oportunidades que les abren las nuevas tecnologías.

Pero estos intentos de integración no son los primeros. Como en muchas otras materias en Israel, el ejército ha sido uno de los pioneros en sacar a los jaredíes de sus barrios. En 1999, se creó la unidad Najal Jaredí, acomodada a todas las exigencias religiosas de los ultraortodoxos, con un servicio de tres años de duración -como para todos los hombres-, alternando el último año con cursos académicos para facilitar la entrada de los reclutas en el mercado laboral. Empezó con 30 soldados y ahora cuenta con más de 1.000. Gracias al éxito modesto pero progresivo de Najal Jaredí, y tras la reforma de la Ley Tal, el ejército creó la unidad de infantería Tomer en agosto de 2014. Tomer cuenta con 240 reclutas, y durante el pasado mes de diciembre 550 jaredíes se alistaron a otras distintas unidades del ejército, especialmente en la fuerza aérea y en la marina.

El ejército, como institución más importante del país, puede ser el paradigma para una reintegración lenta pero estable, silenciosa pero efectiva, de la población jaredí; así lo ve el viceministro de Defensa, Eli Ben Dahan: "Ellos [los soldados jaredíes] pueden ser embajadores en sus comunidades y decir que el ejército merece la pena y que es acogedor (…) Veo en esto una gran esperanza y creo que existe una alta probabilidad de que vayan a recomendar este camino a sus amigos".

Israel tiene un problema con los ultraortodoxos y está intentando solucionarlo sin levantar mucho revuelo. Dadas las circunstancias, todo apunta a que la estrategia silenciosa está siendo efectiva.

El papel de los ultraortodoxos en Israel -conocidos también como jaredíes, que en hebreo significa 'temerosos' [de Dios]- ha trascendido a la opinión pública internacional con ciertas distorsiones. El hermetismo de las comunidades jaredíes y sus posturas cada vez más divergentes con las tendencias sociales y políticas actuales han propiciado una imagen negativa y retrógrada en el mundo occidental. Pero el colectivo jaredí y sus correlaciones no soportan un análisis tan simple; y mucho menos si examinamos la necesidad acuciante y existencial de Israel de integrar a los jaredíes con el resto de la sociedad.

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