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Crisis hegemónica de EEUU y maniobras de Merkel: ¿hacia dónde van las relaciones?
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Crisis hegemónica de EEUU y maniobras de Merkel: ¿hacia dónde van las relaciones?

Guste o no, EEUU es un aliado fundamental. La indómita Merkel sabe que necesita a aliado americano en comercio internacional y seguridad colectiva. Tratará de acercarle hacia sus posiciones

Foto: Angela Merkel y el presidente Trump antes de la cumbre del G-7, en Taormina, Sicilia. (Reuters)
Angela Merkel y el presidente Trump antes de la cumbre del G-7, en Taormina, Sicilia. (Reuters)

Un sistema está en crisis cuando sus contradicciones internas son tan manifiestas como visibles los defectos que pueden hacerlo explotar. Estados Unidos ha ostentando el papel de actor global desde 1945, en un periodo denominado como 'Pax Americana'. No obstante, en los albores del nuevo siglo es incapaz ya de alzarse como tal. La dominación sin legitimidad se revela palmaria en cada apretón de manos de su nuevo presidente, en las falta de moderación de sus declaraciones y en la apelación a una fuerza que ya ha dejado de ser hegemónica. Los últimos en sufrirlo han sido sus socios en la Unión Europea, ese baluarte que ayudó a EE.UU a contener a la Union Soviética y salir triunfante de la Guerra Fría.

Las casualidades han querido, además, que estos sucesos coincidieran con la muerte de Zbigniew Brzezinski, precisamente el hombre clave de Jimmy Carter durante aquel conflicto. “El mundo hoy está tan despierto, tan activo políticamente, que ninguna potencia puede ser hegemónica. La responsabilidad de América en este caos debe ser compartida con cualquiera que participe en él. El caos no es producto de un solo país. El orden, tampoco”, advirtió en una entrevista no muy lejana. La patosa interpretación de esta palabras por parte de Donald Trump se evidenciaron durante la última cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuando eligió humillar a los aliados recordándoles que no gastaba suficiente en sus ejércitos al tiempo que se negó a expresar su compromiso con el artículo 5 —el principio de defensa colectiva que supone que ataque contra un aliado lo es contra el resto.

La intenciones de Trump por evitar mostrarse como una potencia declinante, que permita a otras potencias ocupar el liderazgo que lleva ejerciendo desde la Segunda Guerra Mundial, también roza lo burdo en otros ámbitos estratégicos. En un acrobática filigrana de relaciones exteriores durante la cumbre del G7 en Italia rechazó comprometerse con el acuerdo de París sobre el cambio climático. Trump también dio largas a la reanudación de las conversaciones comerciales transatlánticas y ambos bloques solo pactaron el establecimiento de un “grupo de trabajo” para acercar posturas tras la muerte del TTIP. Como expresó Robert Cox, ex director general de la OIT, la crisis de hegemonía es también una crisis de representación en la que emergen las condiciones necesarias para el establecimiento del “cesarismo”. Sin embargo, Trump está muy lejos de Julio César, Napoleón u otros como Otto Von Bismarck. En una versión degradada y patética de éstos, solo conserva el culto a su personalidad. Es más, su populismo autoritario está basado en la pretensión de reforzar una postura gubernamental más dura con el fin de recuperar la legitimidad popular y desplegar un capitalismo que se integre en los aparatos del Estado, al estilo chino. De momento, con poco éxito.

Evidentemente, los problemas internos norteamericanos afectan a la plétora de los que recorren la espina dorsal europea. En este sentido, en un intento por superar la fragilidad comunitaria, Angela Merkel trata de sacar partido de un contexto global caracterizado por la incertidumbre y la espontaneidad de lo aleatorio. “Los europeos tenemos que agarrar el destino con nuestras manos. Los tiempos en los que podíamos depender completamente de otros han terminado”, expresó a tan solo cuatro meses de las elecciones generales sobre sus últimos acercamientos con el líder estadounidense. El lenguaje de la política suele ser propenso al eufemismo, tratando de resistirse a la exposición de intenciones reales. El de la canciller alemana, rodeada de bretzel y cerveza de trigo, no lo es menos.

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Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el propósito de Estados Unidos ha sido asegurar la seguridad del mundo y promover los mercados abiertos. Hoy, el mensaje que traslada Merkel con su retórica es que Estados Unidos es simplemente un país, no el motor del orden mundial. También pone de manifiesto, resaltando la oposición de Trump a los acuerdos del clima y a los tratados de comercio, que la potencia norteamericana ha dejado de poseer ese poder adicional que caracteriza al grupo dominante.

Cuando da a entender que las cuestiones universales que preocupan a la humanidad ya no son las que preocupan a Estados Unidos, Merkel pone de manifiesto que el proyecto estadounidense no es congruente con el proyecto liberal basado en normas globales comunes y ganancias recíprocas. De la misma forma deja claro que Estados Unidos ya no es un poder hegemónico tolerable ni benigno, sino un problema y refuerza la importancia de la Unión Europea que, pese a todo, sigue siendo uno de los conglomerados comerciales más importantes y fiables del planeta.

Merkel deja claro que EEUU ya no es un poder hegemónico tolerable ni benigno, sino un problema

“El militarismo —decía de nuevo Robert Cox— es un síntoma de la regresión de la hegemonía global sobre la que descansa el orden económico mundial. Cuanto más se tiene que aumentar la fuerza militar y cuanto más se emplea, menos descansa el orden mundial sobre el consentimiento y menos es hegemónico”. Con sus movimientos, Merkel trata de anteponer las leyes universales del mercado, que es el artículo básico de fe del liberalismo, a las posiciones de poder expresadas por Trump y respaldadas únicamente por la fuerza. Es aquí donde radica el poder de la Unión Europea para ejercer influencia en el tablero global: en la garantía del mercado libre como vía para lograr un mundo pacifico y próspero. De tal manera, tampoco es un hecho casual el impulso a la agenda comercial comunitaria, reflejado en la culminación del acuerdo de libre comercio con Canadá (CETA) y en la reciente reunión bilateral entra Jean-Claude Juncker y Shinzo Abe para hacer lo propio con el tratado con Japón.

La única líder del mundo libre

La imagen que Merkel traslada es que, a pesar de que la relación transatlántica se debiliten, el equilibrio europeo se mantendrá incólume. Se dice que la demagogia populista ha sido sobrepuesta en Francia, Holanda y que de ningún modo florecerá en Alemania. Así es que las declaraciones de la canciller han sido cuidadosamente escogidas para posicionarse como la única líder del mundo libre, una imagen especialmente valiosa para legitimarse de cara a las próximas elecciones -que, casi inconscientemente, se plantean en clave europeísta-. Como si, en la acúneme Atlántica, Europa y Alemania encaran valores más elevados que Estados Unidos y su papel como guardianes de las democracias liberales fuera hoy más importante.

Es bien sabido, y la historia de Atenas o Jerusalén lo atestiguan, que los centros políticos necesitan tener un rol considerable en el imaginario colectivo. Quiera o no, ese papel es para Alemania, y el respeto es la imagen que trata de proyectar en un momento en el que Europa se enfrenta a varios desacuerdos internos. En el Este, estados como Polonia y Hungría encuentran sus posicionamiento más en órbita con los Estados Unidos de Trump que con Alemania. En el Sur, las dañinas políticas de austeridad siguen siendo identificadas con Merkel. Incluso el eje franco-alemán, epítome de la historia de la integración europea, se verá ligeramente alterado por las posibles concesiones en materia de gobernanza económica que exigirá Francia, lo que al mismo tiempo tendrá un coste político interno.

Huelga recordar que Merkel se mueve en un estrecho margen dentro de una relación marcada por la larga tradición transatlántica y no adoptará una línea de acción sumamente transgresora. Aunque sus últimas palabras parezcan demostrar lo contrario, no dejan de seguir la línea mantenida tras la elecciones del magnate. Guste o no, Estados Unidos es un socio fundamental e irremplazable tanto en términos de comercio internacional como de seguridad colectiva, un hecho que es difícil que cambie radicalmente en los próximos tiempos, a pesar de Donald Trump. La indómita estadista alemana sabe que necesita a su aliado norteamericano en todas estas cuestiones, y tratará de acercarle hacia sus posiciones. Su importancia como estadista será juzgada por la capacidad de actuar con éxito en el límite de dicho margen y moldear la posteridad europea.

Un sistema está en crisis cuando sus contradicciones internas son tan manifiestas como visibles los defectos que pueden hacerlo explotar. Estados Unidos ha ostentando el papel de actor global desde 1945, en un periodo denominado como 'Pax Americana'. No obstante, en los albores del nuevo siglo es incapaz ya de alzarse como tal. La dominación sin legitimidad se revela palmaria en cada apretón de manos de su nuevo presidente, en las falta de moderación de sus declaraciones y en la apelación a una fuerza que ya ha dejado de ser hegemónica. Los últimos en sufrirlo han sido sus socios en la Unión Europea, ese baluarte que ayudó a EE.UU a contener a la Union Soviética y salir triunfante de la Guerra Fría.

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