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El gran malentendido de la inmigración: hay mucha menos, pero preocupa más
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Ramón González Férriz

El gran malentendido de la inmigración: hay mucha menos, pero preocupa más

La entrada en Europa de refugiados se ha reducido de manera drástica: si en 2015 llegaron a toda Europa 1.500.000 migrantes, en 2018 lo hicieron diez veces menos

Foto: Refugiados en el campamento griego de Idomeni, Grecia, en 2016. (Reuters)
Refugiados en el campamento griego de Idomeni, Grecia, en 2016. (Reuters)

El 3 de octubre de 2013, un barco pesquero procedente de Libia naufragó cerca de la costa de Lampedusa, una isla italiana que físicamente se encuentra más cerca de África que de la península itálica. En él iban unas 500 personas procedentes de varios países africanos, de las cuales murieron algo más de 350. Poco después, el 11 de octubre, se produjo un incidente parecido: un bote con 200 personas, procedentes en este caso de Siria y Palestina, también naufragó cerca de Lampedusa, pero en aguas territoriales de Malta. Treinta y cinco de ellas murieron.

Foto: Refugiados sirios cruzando la frontera entre Grecia y Macedonia. (Reuters)

Los países del sur se sintieron impotentes ante la continua llegada de refugiados. Italia, en concreto, primero a través del primer ministro Monti y luego de Renzi, pidió ayuda reiteradamente a la Unión Europea para hacer frente a los costes de los rescates, el alojamiento y el desplazamiento de los supervivientes. Pero la UE, en lo peor de la crisis del euro, no hizo más que gestos.

La crisis de los refugiados, de hecho, no se convirtió en un tema europeo hasta que fue un tema alemán. En 2015, entraron en Alemania alrededor de un millón de refugiados, cinco veces más que el año anterior. Casi la mitad de ellos procedía de Siria y huía del recrudecimiento de la guerra en su país. Angela Merkel les dejó entrar en Alemania como una obligación moral ―ni siquiera lo consultó, en un primer momento, con el resto de los países de la UE ni con las autoridades europeas―, pero la magnitud de la llegada generó una crisis que primero fue logística y después política, y que obligó a la canciller a afirmar que en el futuro no se repetiría nada parecido. No fue suficiente: aquello, y no solo la crisis financiera, supuso el inicio del auge populista en Europa.

Pero, como decía, el hecho de que la gran afectada por la llegada de refugiados fuera Alemania hizo que la UE al fin se tomara el problema en serio. No solo las instituciones: en 2017 el Eurobarómetro recogía que los ciudadanos pensaban que la inmigración era el asunto más importante al que se enfrentaba la UE. Desde entonces, la entrada en Europa de refugiados se ha reducido de manera drástica: si en 2015 llegaron a toda Europa 1.500.000 migrantes, en 2018 lo hicieron diez veces menos, 150.000 aproximadamente.

Foto: Angela Merkel se hace 'selfies' con refugiados de Siria e Irak en Berlín, en septiembre de 2015. (Reuters)

Pero la importante disminución de las llegadas no ha mermado la percepción de que la inmigración es un problema casi existencial. En España se puede explicar, en parte, porque el país se ha convertido en una ruta de entrada preferente (en 2018 entraron algo más de 55.000 personas, el doble que el año anterior), en lugar de la vía Libia-Italia. Pero en todo caso, se podría pensar que muchos europeos han decidido que la llegada de extranjeros supone una amenaza casi personal, sean estos pocos o muchos, sean manejables o no. De hecho, todas las encuestas indican que los europeos creen que hay muchos más inmigrantes en sus países de los que hay en realidad.

Sin embargo, un sondeo reciente realizado por YouGov (una de las empresas de estudios más fiables de Europa) por encargo del European Council on Foreign Relations (ECFR), un think tank, señala que las próximas elecciones europeas, que se celebrarán en España el 28 de mayo, no serán un referéndum sobre los inmigrantes, “Sus hallazgos ponen en duda la idea que tienen algunos líderes antieuropeos como Victor Orbán y Matteo Salvini, así como de proeuropeos como Emmanuel Macron, de que las próximas elecciones serán una batalla sobre una sola cuestión: la migración”.

Un sondeo reciente realizado por YouGov señala que las próximas elecciones europeas no serán un referéndum sobre los inmigrantes

Los hallazgos del estudio, dice Mark Leonard, director del ECFR, “deberían alentar a los proeuropeos, y muestran que aún se pueden ganar votos con cuestiones de gran importancia como el cambio climático, la sanidad, la vivienda y los estándares de vida. [Los proeuropeos] estarían cometiendo un error estratégico si aceptaran el marco que establecen los partidos antieuropeos, según el cual las elecciones se ganarán o perderán únicamente por el tema de la migración”. Pero, al mismo tiempo, de acuerdo con el estudio, el islamismo radical “se identifica en general como la mayor amenaza única para el futuro de Europa” y en todos los Estados miembros hay mayorías partidarias de proteger mejor las fronteras europeas.

Hay otros datos interesantes. En varios países como Italia, Polonia, Rumanía y España, los votantes están más preocupados por la emigración ―es decir, por los nacionales que deciden abandonar su país en busca de mejores oportunidades― que por la inmigración. En el caso español, a un 34% de los votantes le preocupa que la gente tenga que irse, mientras que a un 19% le preocupa que lleguen personas. Un 49% de los votantes españoles piensa que la inmigración “ha tenido un impacto negativo en los puestos de trabajo y los sueldos”. Y un 32% cree que esta ha tenido un impacto negativo en la identidad nacional.

Foto: La líder de los Verdes en la Eurocámara, Ska Keller, durante un debate en Estrasburgo. (EFE)

¿Qué significa esto? Es difícil saberlo: puede que la inmigración se haya convertido en una preocupación estructural que no basta para ganar o perder elecciones, pero que está en el centro de la identidad europea poscrisis. O puede que, en su vertiente pública, se haya convertido en un asunto esencialmente retórico, puesto que aunque los partidos de la izquierda mantienen un discurso aperturista saben que, en ningún caso, pueden convertirlo en una apertura real de los flujos.

O puede que se trate de otra cosa: quizá el problema no sea la migración que, en realidad, en estos momentos está bastante controlada. Es posible que la cuestión sea precisamente la sensación de control: no se trata de que haya muchos o pocos inmigrantes, sino de que haya los que nosotros decidimos. Esto tiene algo de espejismo ―las migraciones son un fenómeno inevitable, sean cuales sean las leyes―, pero también da pistas de lo que se espera de los líderes políticos: que nos digan que tienen el asunto controlado, y que los votantes puedan creerles.

El 3 de octubre de 2013, un barco pesquero procedente de Libia naufragó cerca de la costa de Lampedusa, una isla italiana que físicamente se encuentra más cerca de África que de la península itálica. En él iban unas 500 personas procedentes de varios países africanos, de las cuales murieron algo más de 350. Poco después, el 11 de octubre, se produjo un incidente parecido: un bote con 200 personas, procedentes en este caso de Siria y Palestina, también naufragó cerca de Lampedusa, pero en aguas territoriales de Malta. Treinta y cinco de ellas murieron.

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