Tribuna Internacional
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Cuba: la dictadura que no necesita fingir que no lo es
Cuba no ha sentido siquiera la necesidad de adoptar la apariencia democrática que buscan otros países autoritarios. Es aún hoy cruel, ineficaz y, desde hace 30 años, además, anacrónica
Los regímenes autoritarios del siglo XXI son distintos de los del siglo XX. En países como Rusia o Venezuela, hay partidos de la oposición, aunque, por lo general, son títeres o su acceso al poder está completamente vetado. Tampoco existe una censura explícita, pero los medios saben muy bien lo que pueden y no pueden publicar, a menos que quieran ser asfixiados hasta la muerte o que sus periodistas sean perseguidos. Y los ciudadanos gozan de una relativa libertad de expresión, a menos que la utilicen para cuestionar en serio al poder. En ambos casos, el poder judicial está controlado, la economía está muy dirigida y todos los mecanismos de poder se someten al líder. ¿Son dictaduras? En muchos sentidos, sí. Pero saben que necesitan una cierta apariencia democrática. Putin seguirá en el poder pase lo que pase, pero, con altibajos, sigue siendo apreciado en su país y gana las elecciones. En Venezuela, hasta Fidel Castro intentó convencer a Hugo Chávez de que el tiempo de las revoluciones violentas había pasado y que necesitaba la legitimidad que dan las urnas, aunque todas las demás instituciones estén trucadas.
La excepción son las viejas dictaduras comunistas que, como China y Cuba, increíblemente han sobrevivido hasta el siglo XXI. Y, sobre todo, Cuba. En la isla, continúa gobernando un régimen de partido único, el sector privado es muy pequeño, el Gobierno apenas está abandonando ahora la gerontocracia y sigue siendo ineficiente, está al frente de todos los medios de comunicación relevantes y da al ejército unos privilegios inmensos. Cuba no ha sentido siquiera la necesidad de adoptar la apariencia democrática que buscan otros países autoritarios, y no ha tenido la más mínima capacidad para, al menos, erradicar la pobreza y proporcionar a sus ciudadanos algún bienestar y una visión optimista del futuro, como sí ha hecho China. Cuba es aún hoy cruel, ineficaz y, desde hace 30 años, además, anacrónica.
Mercenarios y contrarrevolucionarios
Las protestas que estallaron el pasado fin de semana a causa de la inmensa carestía de productos básicos, los cortes eléctricos y la mala gestión de la pandemia fueron recibidas por el Gobierno con la retórica habitual. Los ciudadanos no están expresando quejas legítimas, sino que son mercenarios y contrarrevolucionarios, dijo el presidente en una comparecencia televisiva junto a los pesos pesados de su Gobierno. Si en la isla hay problemas, están provocados por Estados Unidos y su embargo, dijo. El presidente pidió a los verdaderos fieles a la revolución originaria que salieran a enfrentarse con los manifestantes: “La calle es de los revolucionarios”, dijo, reiterando un viejo dicho castrista. El ejército y la policía han llevado a cabo decenas de detenciones, singularmente de periodistas. Y se ha limitado mucho el acceso a internet, que, por primera vez en la isla, se estaba utilizando para coordinar las protestas.
Es probable que las manifestaciones se vayan diluyendo: la capacidad represora del régimen cubano es enorme y durante décadas ha debilitado a la sociedad civil, aunque se le hayan escapado expresiones como las de los raperos que concibieron el lema de estas manifestaciones, 'Patria y vida', en oposición al aborrecible viejo lema comunista 'Patria o muerte', y se haya hecho a la idea de que no puede encarcelar tanto como en el pasado. Sin embargo, las especulaciones sobre el posible impacto de las protestas en la durabilidad del régimen son simples fantasías, dado el control que este sigue teniendo sobre la población. El Gobierno reprimirá lo que sea necesario y hará solo las reformas imprescindibles para sobrevivir, y puede que ni siquiera eso. En 1989, la oleada de protestas en los países del este de Europa acabó con los regímenes comunistas porque sus líderes y cargos intermedios no quisieron utilizar la violencia contra su propio pueblo. Ese mismo año, en China, las protestas de Tiananmén fueron reprimidas con dureza y eso permitió al Partido Comunista chino mantener su brutal monopolio del poder. Es una lección que los líderes cubanos recordarán durante mucho tiempo.
Una 'guerra proxy'
Occidente siempre ha utilizado América Latina como un 'proxy' para sus guerras ideológicas internas. Durante décadas, el apoyo de los izquierdistas franceses, británicos o estadounidenses a las revoluciones centroamericanas fue al mismo tiempo una muestra de ingenuidad utópica que proyectaba sus fantasías en el mundo subdesarrollado y una guerra ideológica doméstica. En España, esto se ha producido sobre todo con el caso de Cuba, el espacio exterior en el que, junto con Venezuela, hemos decidido librar nuestras batallas ideológicas. La discusión sobre si Cuba es una dictadura es ridícula: no hay democracias en las que un mismo partido gobierne más de 60 años sin alternancia, por no hablar de todo lo demás. Así, la posición del Gobierno español empieza a ser absurdamente prudente: se entiende que quiera mantener una posición moderada para no dañar sus opciones de influir en la isla y en su economía durante su posible transición a la democracia, cuando se produzca una apertura económica real. Sin embargo, todavía falta mucho tiempo para ese momento y no estaría de más que los comunicados, las declaraciones y las acciones fueran un poco contundentes.
Los cubanos han sufrido durante demasiado tiempo y toda solidaridad con los manifestantes es poca (estaría bien, además, que Estados Unidos retirara su embargo: es muy probable que ni contribuya a debilitar el régimen ni propicie su caída). Hay que tener una valentía asombrosa para protestar en un régimen como el cubano; una de la que carecemos la mayoría de quienes vivimos en democracias. Pero Occidente debería dejar de fantasear con salidas políticas que, tristemente, es muy poco probable que se produzcan. Cuba es una dictadura anacrónica. Y parece previsible que siga siéndolo. No está claro qué deberíamos hacer con esa constatación. Durante la Guerra Fría, Alemania Occidental cooperaba con Alemania Oriental porque creía que eso favorecería la caída del Muro. Estados Unidos pensaba lo contrario. No sabemos qué estrategia era la correcta. Pero lo que sí sabemos es que el Gobierno de Cuba hará lo que haga falta para mantenerse en el poder. Sin necesidad siquiera de fingir que es lo que no es.
Los regímenes autoritarios del siglo XXI son distintos de los del siglo XX. En países como Rusia o Venezuela, hay partidos de la oposición, aunque, por lo general, son títeres o su acceso al poder está completamente vetado. Tampoco existe una censura explícita, pero los medios saben muy bien lo que pueden y no pueden publicar, a menos que quieran ser asfixiados hasta la muerte o que sus periodistas sean perseguidos. Y los ciudadanos gozan de una relativa libertad de expresión, a menos que la utilicen para cuestionar en serio al poder. En ambos casos, el poder judicial está controlado, la economía está muy dirigida y todos los mecanismos de poder se someten al líder. ¿Son dictaduras? En muchos sentidos, sí. Pero saben que necesitan una cierta apariencia democrática. Putin seguirá en el poder pase lo que pase, pero, con altibajos, sigue siendo apreciado en su país y gana las elecciones. En Venezuela, hasta Fidel Castro intentó convencer a Hugo Chávez de que el tiempo de las revoluciones violentas había pasado y que necesitaba la legitimidad que dan las urnas, aunque todas las demás instituciones estén trucadas.
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