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Las amenazas nucleares señalan el principio del fin de Putin
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Daniel Iriarte

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Las amenazas nucleares señalan el principio del fin de Putin

Neutralizando las redes sociales y controlando el contenido de los medios de comunicación, el Kremlin trata de dirigir un relato que hace agua por varios lugares

Foto: El presidente de Rusia, Vladímir Putin. (Reuters/Sergey Guneev)
El presidente de Rusia, Vladímir Putin. (Reuters/Sergey Guneev)
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Vladímir Putin ha logrado la proeza de hacer pasar a Rusia de potencia resurgente a Estado paria en apenas cinco días. Nada mal para alguien a quien hace algunos años muchos consideraban un gran maestro ajedrecista, capaz de pensar varios movimientos por delante de sus adversarios.

Este domingo, en una reunión televisada, Putin ordenó que se pusieran en alerta las fuerzas de disuasión nuclear de la Federación Rusa, ante la evidente incomodidad del ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y el jefe del Estado Mayor, Valeri Gerasimov. Esto puede parecer el gesto de alguien que ha perdido la razón, pero hay que entenderla en su contexto: Rusia se dispone a entablar negociaciones con representantes de Ucrania en la frontera bielorrusa y sin precondiciones. Si dichas conversaciones no se desarrollan como Putin espera, el Ejército ruso está haciendo preparativos para lanzar una ofensiva masiva contra las ciudades del país vecino, esperando quebrar la voluntad de resistencia de los ucranianos.

Así, las amenazas nucleares son ante todo un toque de advertencia a la OTAN, para evitar tentaciones como la de imponer una zona de exclusión aérea al estilo de las de Libia o Irak. Pero también son un gesto de pánico por parte de un autócrata que ve con nerviosismo cómo está perdiendo el control de la situación a pasos agigantados.

Las imágenes de las largas colas de ciudadanos rusos esperando a retirar dinero de los cajeros automáticos, ahora que todavía queda algo de efectivo, muestran que esta vez las consecuencias económicas antes las acciones de Putin no son como las anteriores. El error de cálculo del Kremlin ha sido descomunal. Sin duda, subestimó la resolución de los países occidentales a la hora de adoptar represalias ante la invasión de Ucrania y su capacidad para esquivarlas. El propio Medvédev lo expresó de forma explícita el pasado 21 de febrero: "Sabemos que habrá sanciones, pero pasado un tiempo, Occidente volverá arrastrándose a relacionarse con nosotros".

Sin embargo, las contramedidas no solo están siendo devastadoras, sino que han cobrado su propia dinámica: cuantas más se aplican, más insostenible políticamente es no hacerlo para aquellos que habrían preferido permanecer pasivos. Incluso para las grandes empresas como las de Silicon Valley, y consideraciones morales aparte, tomar acciones —siquiera simbólicas— contra la Rusia invasora puede aportarle grandes dividendos en términos de imagen pública, dado que se ha convertido en la causa "de moda". Así, la lista de países que están cerrando el espacio aéreo a las aeronaves rusas continúa creciendo, a la par que la de los sectores afectados por las sanciones.

Foto: El presidente ruso, Vladimir Putin. (EFE/EPA ALEKSEY NIKOLSKYI)

Putin es el matón del barrio al que de repente todos han perdido el miedo y se juntan para darle su merecido. Uno no puede lanzar campañas de influencia y desestabilización contra otros, asesinar a disidentes en su territorio, tratar de interferir en sus elecciones, humillar públicamente a sus representantes y corromper a sus políticos, y pensar que estos países van a quedarse de brazos cruzados eternamente.

Pero al parecer eso es lo que pensaba el Kremlin, que asumió que la carta del chantaje energético sería suficiente. Al fin y al cabo, Rusia la ha utilizado a su favor en al menos 17 ocasiones desde 1990 y nunca ha pasado nada. Y pudo haber tenido razón, si hubiese parado un par de movimientos antes. La UE, que obtiene el 38% de su gas de Rusia, es consciente desde hace tiempo de que necesita diversificar sus suministradores de energía, pero siempre parecía que podía dejarse para más tarde. Tratar de mantener unas relaciones aceptables con el gobierno ruso, incluso después de crisis orquestadas directamente por Rusia, siempre ha parecido una solución más fácil y rápida.

Pero, desde hace días, la sensación en las cancillerías europeas venía siendo que, o se hace algo ahora, o el problema no hará sino empeorar. No solo con Rusia, sino también respecto a China, y a otros dictadorzuelos como Maduro o Erdogan. A medida que las acciones de algunos miembros de la UE van envalentonando a los demás, la cascada de reacciones se vuelve imparable, hasta llegar al punto actual, en el que Bruselas ha anunciado que financiará el suministro de armamento letal a Ucrania para resistir la invasión.

Foto: Una manifestación anti Putin

Los pobres resultados militares tumban también el mito de unas fuerzas armadas rusas poco menos que invencibles, que han resultado ser mucho menos formidables de lo que se esperaba. La corrupción de los mandos, la falta de una planificación y preparación adecuada y la ausencia de una actualización de procedimientos y protocolos han conducido a aplastantes derrotas ante un enemigo mucho menos poderoso, pero que ve esta guerra en términos absolutos, como la única forma de poder seguir existiendo como nación independiente. Esto probablemente afectará de forma directa a las ventas de armas rusas en el extranjero, uno de los principales sectores de exportación del país y uno de los principales vectores de propaganda, como sabe cualquiera que haya pasado un rato viendo alguna de las versiones de la cadena RT, donde los programas sobre el armamento y poderío militar ruso son una constante.

Todo esto, en su conjunto, augura muy malos tiempos para el putinismo. Todos los regímenes tienen unos pilares que lo hacen viable, y si las figuras que lo apuntalan ven cómo se tocan sus bolsillos como resultado de las acciones unilaterales de su jefe, comenzarán a pensar en alternativas viables. Cuando la sensación es que el rey se ha vuelto loco, los cortesanos empiezan a conspirar.

Foto: El presidente ucraniano, Zelenski, en la rueda de prensa de esta mañana. (EFE)

Porque la invasión de Ucrania es inexplicable, por irracional. Por eso, muchos expertos, incluso los habitualmente muy bien informados, no pensaban que llegase a producirse. Otro de los motivos de esta incredulidad es que en ningún momento se preparó seriamente a la población rusa para la guerra, por lo que, cuando esta llegó, fue un shock enorme para casi todo el país. El resultado lo estamos viendo en las valientes iniciativas de protesta en decenas de ciudades rusas, así como en las recogidas de firmas de profesionales y las dimisiones de trabajadores de medios de comunicación. A diferencia de las acciones habituales de la oposición, e incluso de las campañas de la organización de Alexei Navalny exponiendo la corrupción de Putin y sus aliados, el eslogan "No a la guerra" no puede ser presentado a la opinión pública rusa como obra de agentes al servicio de poderes extranjeros. Los intentos de criminalizarlo —como el anuncio este domingo de la Fiscalía General de que toda acción que “ayude a un país enemigo” durante la “operación militar especial” será considerada traición y penada con hasta 20 años de cárcel— solo sirven para exponer ante la ciudadanía rusa el crudo autoritarismo del sistema.

Neutralizando las redes sociales y controlando el contenido de los medios de comunicación, el Kremlin trata de dirigir un relato que hace agua por varios lugares. Pero la reunión de Putin con Shoigu y Gerasimov en la que ha anunciado la activación de la fuerza nuclear ha sido retransmitida por uno de los principales canales de televisión del país. Y cabe esperar que ahora mismo haya millones de rusos de a pie preocupados ante la posibilidad de que su país se vea arrastrado a un conflicto atómico, sin que estén muy claras las razones. La oposición a la guerra, a la invasión, solo puede crecer. En el momento de escribir estas líneas, la policía se encuentra desplegada por todo Moscú para impedir cualquier manifestación en ese sentido, a pesar de lo cual, las iniciativas de protesta, si bien en pequeños números, se multiplican.

Para que un dictador pueda acabar sus días en el poder, es necesario que este esté plenamente consolidado. No es ya el caso de Rusia en 2022. Lo que ha ocurrido ha sacudido sus cimientos de raíz. El Ejército ruso todavía puede ganar la guerra, pero el putinismo ha quedado herido de muerte

Vladímir Putin ha logrado la proeza de hacer pasar a Rusia de potencia resurgente a Estado paria en apenas cinco días. Nada mal para alguien a quien hace algunos años muchos consideraban un gran maestro ajedrecista, capaz de pensar varios movimientos por delante de sus adversarios.

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