Es noticia
Lo que Occidente no entiende sobre China
  1. Mundo
  2. Tribuna Internacional
Corresponsales EC 8

Tribuna Internacional

Por

Lo que Occidente no entiende sobre China

Quizás Occidente necesita conocer en más detalle el contexto en que se enmarcan China y sus habitantes y así poder sortear los prejuicios que pueda generar la aproximación al país y su entorno

Foto: El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el presidente chino, Xi Jinping. (Reuters/Leah Millis)
El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el presidente chino, Xi Jinping. (Reuters/Leah Millis)

Wang Yi, líder de la diplomacia china, aseguraba en declaraciones posteriores a la visita del Secretario de Estado norteamericano Anthony Blinken a Pekín, hace unas semanas, que la raíz de muchas de las desavenencias entre ambos países es la percepción equivocada de Estados Unidos sobre China. Rana Mitter y Elsbeth Johnson, en un ensayo escrito para la Harvard Business Review, subsidiaria de la prestigiosa institución académica norteamericana, afirman que el conocimiento de la historia del país, su cultura y su lenguaje, puede ayudar a aproximarse con garantías a la complejidad de China, única y sin precedentes. Escarbar en la historia de otros países occidentales, o en el caso más a mano, como es la extinta URSS, en busca de referencias para tratar de acercarse a la realidad de China, dará lugar a argumentaciones borrosas. Señalan tres asunciones, de tantas, que Occidente da por sentadas:

1. Los chinos viven, trabajan e invierten como los occidentales.

Primera conclusión errónea. China, una civilización con más de 4.000 años de antigüedad, es poseedora de una historia reciente vertiginosa. Como nos cuentan Mitter y Johnson, una mujer nacida en el 1955, hoy con 68 años, ha vivido en primera persona sucesos muy dispares desde su nacimiento hasta el día de hoy. Empezando por padecer la gran hambruna causada por el Gran Salto Adelante de Mao, es probable que, siendo una adolescente, diera rienda a sus primeras inquietudes políticas como guardia roja, y, sin embargo, ya como universitaria, participara en las protestas de Tiananmén. Una vez graduada, habrá disfrutado de las ventajas económicas del aperturismo del país, iniciado por las políticas de Deng Xiao Ping en los años 80-90, recibiendo un salario que le habrá permitido adquirir, en su momento, un piso en la gran ciudad, acontecimiento inédito en su familia. Mientras tanto, en pleno siglo XXI, habrá ido incorporando a su vida bienes de consumo y tecnología impensables veinte años atrás. Una auténtica montaña rusa.

Foto: Michael Wood posa para EC. (I. B.)
TE PUEDE INTERESAR
El historiador que explica qué podemos esperar del ultranacionalismo chino
Ángel Villarino Fotografía: Isabel Blanco

Y esa velocidad y poca previsibilidad en los últimos 70 años condicionan inevitablemente las decisiones del ciudadano chino medio: cortoplacismo a la hora de buscar ingresos y rentabilidad, combinado con una creciente aversión al riesgo a medida que se alarga el eje temporal.

La alta rotación laboral en China, una realidad a la que los empresarios occidentales no terminan de acostumbrarse, es un buen ejemplo de esa inmediatez mental. La falta de compromiso del empleado chino por su empresa, en busca de un mejor salario ofrecido por la competencia, es un hecho muy frecuente. Poco importa el plan de carrera a largo plazo y la lealtad por el proyecto. Y, por otro lado, en pos de ahuyentar la incertidumbre del largo plazo, observamos la inversión compulsiva en bienes inmuebles, cuantos más mejor (la ya legendaria burbuja inmobiliaria china). La seguridad que proporciona un bien tangible y un techo bajo el que cobijarse es un activo que ayuda a combatir una visión indefinida y poco nítida del futuro

2. El desarrollo de China traerá consigo la democracia.

Esta es una de las premisas que Occidente considera innegociable. Los autores hacen alusión a las palabras de Bill Clinton cuando China accedió a la Organización Mundial del Comercio, OMC, en el año 2000: "Al adherirse a la OMC, China no solo acepta importar más productos nuestros, sino también uno de los valores más preciados de la democracia: la libertad económica. Cuando los individuos tengan el poder de hacer realidad sus sueños, exigirán una mayor participación". Son palabras que, seguramente, hicieron enrojecer de júbilo a la audiencia occidental, que aplaudiría a rabiar lo que parece ser una afirmación irrefutable.

Foto: Manifestantes chinos en Beijing. (Reuters/Thomas Peter) Opinión

Pues bien, la percepción de muchos chinos es que el imparable crecimiento económico del país ha sido gracias, precisamente, a sus gobernantes, al autoritario Partido Comunista de China, PCCh. Los autores mencionan en su ensayo una investigación realizada por el centro ASH de la Harvard Kennedy School of Government durante 16 años, de 2003 a 2019, y publicada en 2020, cuyo resultado es abrumador: revela un índice de satisfacción del 95% con el gobierno de Pekín entre la población china. Sí, es probable que si añadimos lo sucedido de 2019 a 2022, los resultados se resientan; han sucedido muchas cosas desde entonces. Pero la pregunta es: ¿cuántos gobiernos en Occidente gozan de tanta sintonía con su población?

Análogamente, los observadores occidentales están convencidos de que en un sistema autoritario no pueden alumbrarse bombillas y la capacidad inventora nunca florecerá. Sin entrar en mucho detalle, somos conscientes de que las grandes marcas tecnológicas chinas son cada vez más visibles en Occidente. Alibaba, Tencent, TikTok, Xiaomi, Huawei, TLC, BYD, entre otros nombres propios, nos van sonando más familiares. Y el Estado se encarga de espolear la fábrica de talento local con ingentes recursos para ayudar a germinar ideas y poder seguir escalando puestos en inteligencia artificial, biotecnología o ingeniería espacial. Desde luego, la enorme cantidad de información disponible en el país, el tamaño de su población y su perfil tremendamente adaptativo y hambriento de novedades tecnológicas, parecen ingredientes ideales para poder desarrollar la innovación local con garantías.

3. Los sistemas autoritarios no pueden ser legítimos.

El PCCh es muy consciente de que su legitimidad se basa, precisamente, en que sus ciudadanos sigan aspirando a tener una vida mejor. A poder acceder a una oportunidad. Y, en esa certeza, diseñan planes a largo plazo, de cinco, diez y quince años, con el objetivo de cimentar y concretar las aspiraciones de su población. Proporcionar seguridad y estabilidad son claves en una trama histórica reciente tan cambiante e impredecible, como se explica más arriba.

Foto: Un trabajador chino inspecciona un panel fotovoltaico en una fábrica en Xian, en la provincia de Shaanxi. (Reuters/Muyu Xu)

Otro de los factores que ayudan a legitimar al modelo político chino, subrayan Mitter y Jonhson, es la selección de los futuros líderes del país, basada en la acumulación de méritos y experiencia. Ambas variables les confieren una amplia visión de los problemas a los que se enfrenta la población y, por consiguiente, y así lo estima el ciudadano de a pie, aseguran una toma de decisiones competente e integral. Antes de alcanzar las máximas instancias del PCCh, habrán de haber dirigido estamentos y circunscripciones menores. No hay atajos. Y, mientras tanto, los líderes chinos observan con displicencia desde el Palacio del Pueblo en Pekín, el nepotismo presente en muchos de los gobiernos occidentales.

Quizás Occidente necesita conocer en más detalle el contexto en que se enmarcan China y sus habitantes, y así poder sortear los prejuicios que pueda generar la aproximación al país y su entorno. No se trata de justificar o excusar ningún comportamiento o decisión tomada en el lejano oriente. Pero sí es cierto que la posesión de información y la acumulación de conocimiento ayudarán, indudablemente, a elaborar un criterio más cercano a la realidad. Y, de igual modo, contribuirán a analizar la complejidad de China con más profundidad. Con más objetividad.

*Jaime Pastor Innerarity cuenta con casi dos décadas de experiencia en Asia, poniendo en marcha proyectos de distinta naturaleza.

Wang Yi, líder de la diplomacia china, aseguraba en declaraciones posteriores a la visita del Secretario de Estado norteamericano Anthony Blinken a Pekín, hace unas semanas, que la raíz de muchas de las desavenencias entre ambos países es la percepción equivocada de Estados Unidos sobre China. Rana Mitter y Elsbeth Johnson, en un ensayo escrito para la Harvard Business Review, subsidiaria de la prestigiosa institución académica norteamericana, afirman que el conocimiento de la historia del país, su cultura y su lenguaje, puede ayudar a aproximarse con garantías a la complejidad de China, única y sin precedentes. Escarbar en la historia de otros países occidentales, o en el caso más a mano, como es la extinta URSS, en busca de referencias para tratar de acercarse a la realidad de China, dará lugar a argumentaciones borrosas. Señalan tres asunciones, de tantas, que Occidente da por sentadas:

Noticias de China
El redactor recomienda