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Los muros que nos acabarán encerrando
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Los muros que nos acabarán encerrando

Este artículo de opinión forma parte del especial "La Europa de los muros", una investigación realizada por El Confidencial y otros cuatro medios europeos sobre las vallas que rodean la UE

Foto: La valla en la frontera entre Hungría y Serbia. (Thomas Devenyi)
La valla en la frontera entre Hungría y Serbia. (Thomas Devenyi)
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En el plazo de una semana de este mismo mes, cuatro países europeos revelaron medidas que complican la vida a los extranjeros que viven o quieren vivir dentro de ellos. En Alemania, el gobierno de Olaf Scholz presentó una de las reformas más draconianas de su modelo migratorio, endureciendo las condiciones de residencia y facilitando las deportaciones. En Francia, el Senado aprobó con los votos de la mayoría de la derecha una propuesta para la eliminación del derecho a la sanidad para los migrantes sin papeles. Italia anunció la apertura en Albania de centros de detención donde los solicitantes de asilo serían forzados a esperar una respuesta del Estado. El gobierno de Rishi Sunak, finalmente, se conjuró a solventar los problemas técnicos que, de acuerdo con la decisión del Tribunal Supremo del Reino Unido, justifican la congelación de su programa de deportaciones a Ruanda.

Siete días, cuatro gobiernos y un mismo mensaje. No serán los últimos, como sugieren los resultados electorales en Holanda. La política migratoria de nuestro continente parece haberse reducido a un único propósito, el de evitar que los migrantes lleguen aquí. En ocasiones, las barreras que interponen los Estados son físicas y están construidas en las fronteras mismas de nuestro territorio. Como señalan los datos del reportaje al que acompaña esta columna, en menos de una década los países que forman el espacio Schengen han sextuplicado el número de kilómetros de vallas, hasta superar los 2.000, y han gastado fortunas en dotarlas de tecnología y personal de vigilancia. Pronto serán muchos más, con la nueva valla entre Finlandia y Rusia.

placeholder Un lugareño pasea frente a la valla fronteriza de Melilla. (PorCausa)
Un lugareño pasea frente a la valla fronteriza de Melilla. (PorCausa)

Pero el reportaje señala también la existencia de otras formas de muros que cumplen un propósito similar. La persecución administrativa de los migrantes sin papeles y de los solicitantes de asilo, por ejemplo, busca asfixiar sus entornos hasta hacerlos insoportables. Los controles raciales en el transporte público, la denuncia de un abuso o la mera gestión de un contrato de alquiler convierte la rutina diaria en un infierno del que uno querría escapar, eventualmente. Muy lejos de nuestras miradas, en los países de origen y tránsito por los que discurren los flujos migratorios, los muros toman la forma de acuerdos para la retención violenta de quienes se desplazan. Estas fronteras verticales, basadas en el concepto de externalización del control migratorio, alimentan a autocracias y grupos armados con consecuencias que van mucho más allá de los derechos de los migrantes.

Es un modelo bárbaro e incompetente, que no impide la llegada de migrantes –los números de inmigración irregular sobrevenida se cuentan por cientos de miles cada año en la UE– pero que vulnera derechos, alimenta repulsivos negocios legales e ilegales, y castiga nuestros propios intereses. Porque la paradoja fundamental de este proceso es que los muros podrían acabar encerrando a quienes los construyen. Europa ha puesto tanto empeño en evitar la llegada de migrantes que corre el riesgo de olvidar hasta qué punto los necesitamos. Porque nuestro continente está cada vez más envejecido, además de temeroso y encabronado. Lo que ahora constituye una competición por el levantamiento de barreras a la inmigración se transformará rápidamente en una carrera global por atraer el talento que necesitan desesperadamente nuestras economías. En esta carrera, países como Canadá o Nueva Zelanda han conseguido adelantarse a base de introducir reformas progresivas que facilitan la llegada legal, segura y ordenada de personas al tiempo que garantizan las obligaciones de sus Estados en materia de protección internacional. Es el orden, y no la reducción del número de migrantes, el que transmite tranquilidad a la ciudadanía y confianza de todas las partes en el sistema.

placeholder La valla en la frontera entre Hungría y Serbia. (Thomas Devenyi)
La valla en la frontera entre Hungría y Serbia. (Thomas Devenyi)

Porque esa es la última y más peligrosa forma de muro: el que levantan y levantamos en nuestras cabezas. La prevención frente al otro deriva en miedo personal, el miedo en histeria colectiva y la histeria en políticas crueles y equivocadas. Derribar estos muros supone aceptar la posibilidad de probar otro modelo migratorio y asumir riesgos diferentes a los que ahora estamos padeciendo.

* Gonzalo Fanjul es director de investigaciones de la Fundación porCausa

En el plazo de una semana de este mismo mes, cuatro países europeos revelaron medidas que complican la vida a los extranjeros que viven o quieren vivir dentro de ellos. En Alemania, el gobierno de Olaf Scholz presentó una de las reformas más draconianas de su modelo migratorio, endureciendo las condiciones de residencia y facilitando las deportaciones. En Francia, el Senado aprobó con los votos de la mayoría de la derecha una propuesta para la eliminación del derecho a la sanidad para los migrantes sin papeles. Italia anunció la apertura en Albania de centros de detención donde los solicitantes de asilo serían forzados a esperar una respuesta del Estado. El gobierno de Rishi Sunak, finalmente, se conjuró a solventar los problemas técnicos que, de acuerdo con la decisión del Tribunal Supremo del Reino Unido, justifican la congelación de su programa de deportaciones a Ruanda.

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