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Turquía y la guerra de Ucrania: ¿de qué lado está Ankara?

Todo indica que las relaciones entre Turquía y Occidente se están reavivando, pero la dependencia energética a largo plazo hace pensar que Ankara y Moscú van a seguir siendo estrechos colaboradores

Foto: El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, estrecha la mano de su par turco, Recep Tayyip Erdogan. (EFE/Tolga Bozoglu)
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, estrecha la mano de su par turco, Recep Tayyip Erdogan. (EFE/Tolga Bozoglu)

En enero de 2024, después de un largo periodo de negociaciones, Turquía aprobó la solicitud de adhesión de Suecia a la OTAN. La decisión, junto con la reciente propuesta de Ankara de incorporarse a la Iniciativa Escudo Celeste Europeo (ESSI, por sus siglas en inglés) —una iniciativa encabezada por Alemania para crear un sistema europeo integrado de defensa aérea—, constituye una aparente ruptura con la tradición del país de equidistancia entre Rusia y Occidente.

No obstante, si bien estos pasos pueden indicar una intención de mejorar las relaciones con Europa y Estados Unidos, no debemos considerarlas un punto de inflexión en la postura internacional de Turquía. Eso es lo que dicen las conclusiones de un importante informe de Carnegie Europe, que afirma que el ejercicio de equilibrismo que Ankara practica desde hace décadas entre Rusia y Occidente va a continuar.

Para tener una idea de esta dinámica, basta con observar la posición de Turquía en relación con la guerra de Ucrania. Desde febrero de 2022, ha prestado una ayuda importante a Kiev con la venta de drones, el cierre de los estrechos turcos a los buques de guerra y la denegación de derechos de vuelo a los aviones de guerra rusos que se dirigían a Siria tras sufrir daños. También ha gastado un capital político considerable, primero negociando la Iniciativa del Cereal del Mar Negro en 2022-2023 y luego uniendo fuerzas con otros Estados costeros, Rumanía y Bulgaria, para limpiar la región de minas marinas.

También destaca la decisión turca de aprobar el ingreso de Suecia en la OTAN, aunque la vinculara a unas condiciones importantes como el endurecimiento de las leyes antiterroristas suecas, el compromiso de Estocolmo de extraditar a las personas acusadas de actividades terroristas en Turquía y el compromiso del Departamento de Estado estadounidense de vender al país aviones de combate F-16 por valor de 23.000 millones de dólares. De esta forma se pone fin, en parte, a una polémica que se remonta a 2019, cuando Ankara compró el sistema de misiles S400 de fabricación rusa, que es incompatible con la tecnología de la OTAN.

Foto: El Parlamento tuco, con el presidente del país, Recep Tayyip Erdogan, en el centro de la imagen. (EFE)

Al acceder a cumplir las sanciones secundarias vinculadas a la guerra, Turquía se ha acercado más a Occidente y ha empezado a actuar contra las instituciones financieras que apoyan el esfuerzo militar e industrial del Kremlin, incluida la imposición de límites a los bancos turcos a la hora de hacer pagos a entidades rusas.
Se trata de un gran cambio para Ankara, que antes había permanecido al margen. Ahora bien, ¿cuánta importancia debemos darle y qué significa para las futuras alianzas del país?

Aunque es cierto que, en relación con Ucrania, el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan se ha alineado con Occidente en ciertos aspectos, también lo es que, en otros, ha intensificado sus compromisos con Rusia, sobre todo en el ámbito comercial, que se ha multiplicado desde 2022. Esto es así especialmente en el caso de la energía, que representa la mayor parte de las transacciones y sitúa hoy a Ankara como el tercer mayor consumidor mundial de combustibles fósiles rusos.

Este aumento del comercio ha reforzado las relaciones entre Ankara y Moscú —hasta el punto de que Rusia suministró aproximadamente el 40% del petróleo y el gas que Turquía importó en 2022 y más del 50 % de las importaciones totales de carbón— y ha convertido Turquía en un lugar de transformación y reexportación.

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Los reguladores de Estados Unidos y la UE han acusado a Turquía de tener una “estrategia normativa muy laxa” a la hora de comprobar los certificados de origen, puesto que permite que parte del petróleo que recibe de Rusia continúe hacia los mercados europeos después de cambiar varias veces de propiedad. Pero la realidad es que Anka está deseando impulsar su papel como centro energético regional y parece que continuará haciéndolo cuando cese el acuerdo de tránsito de Gazprom con Ucrania este año.

Da la impresión de que Moscú está encantado de contribuir a ello. Por ejemplo, en materia de energía nuclear, la construcción de central de Akkuyu, cuya inauguración en la costa mediterránea turca fue uno de los hitos de la campaña del presidente Erdoğan para la reelección en 2023, correrá a cargo de la Corporación Estatal Rusa de Energía Atómica (Rosatom), que será asimismo la propietaria y responsable de su explotación. La central aportará 50.000 millones de dólares a la economía turca y constituirá una fuente de ingresos duradera para Rusia. Y, hace solo unos días, se anunció que los dos países van a colaborar en una segunda central de Rosatom que se situará en un lugar de la costa turca del Mar Negro. El anuncio suscitará seguramente críticas en Europa y dejará claro que cualquier avance en el acercamiento de Turquía a Occidente tiene unos límites.

Sin embargo, incluso en este contexto, hay margen para una cooperación más amplia entre Bruselas y Ankara, en particular en asuntos de interés común, como la coordinación militar, la política de visados y la ayuda a los refugiados, además de la modernización de la unión aduanera Turquía-UE. Si los líderes europeos actúan en consecuencia, esa colaboración podría ser el trampolín para una cooperación económica más intensa y un aumento de las inversiones en beneficio de ambas partes que, a su vez, contribuyan a modificar los cálculos de Turquía respecto a Rusia.


*Francesco Siccardi es analista e investigador sénior en Carnegie Europe, especializado en las relaciones entre la UE y Turquía y las políticas de la UE con respecto a la región MENA.

En enero de 2024, después de un largo periodo de negociaciones, Turquía aprobó la solicitud de adhesión de Suecia a la OTAN. La decisión, junto con la reciente propuesta de Ankara de incorporarse a la Iniciativa Escudo Celeste Europeo (ESSI, por sus siglas en inglés) —una iniciativa encabezada por Alemania para crear un sistema europeo integrado de defensa aérea—, constituye una aparente ruptura con la tradición del país de equidistancia entre Rusia y Occidente.

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