Tribuna Internacional
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Conozco bien a J. D. Vance: así se han radicalizado él y la derecha
Traduje el libro de Vance en 2017, Obama lo llegó a recomendar y para muchos es la explicación más profunda del triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016
En 2017, la editorial Deusto me propuso traducir el libro de J. D. Vance sobre su infancia y juventud en una desestructurada familia de hillbillies, blancos de clase trabajadora procedentes de los Apalaches, en el este de Estados Unidos. Conocía los debates que había suscitado en Estados Unidos y acepté enseguida. Comparar lo que Vance decía entonces y lo que afirma hoy, como candidato a vicepresidente de Estados Unidos, es una muestra inmejorable de lo mucho que ha cambiado la derecha estadounidense, y con ella toda la derecha occidental, en estos siete años.
El relato de Hillbilly: Una elegía rural era al mismo tiempo devastador e inspirador. Los abuelos de Vance, originarios de Kentucky, se casaron siendo adolescentes porque ella se quedó embarazada; vivían en chabolas rurales, casi todo el mundo llevaba armas y la violencia era habitual. Más tarde, en los años cincuenta, la pareja se mudó a Ohio, donde había una pujante industria pesada, y la familia se convirtió en una más de la nueva clase media fabril que gozaba de sueldos decentes y disponía de servicios públicos. A la familia le costó adaptarse a una vida con horarios, obligaciones laborales y códigos de conducta más urbanos y modernos, pero lo hizo.
La madre de Vance, nacida en 1961, rompió este camino de ascenso. Pronto se divorció de su marido, tuvo parejas violentas, se hizo adicta a la droga y descuidó la crianza de sus dos hijos. Vance creció bajo la protección de sus abuelos, gente de buen corazón pero con mal carácter y proclive a los estallidos emocionales y la bebida. De niño y adolescente, fue testigo de malas decisiones vitales de parientes y vecinos: no trabajaban, bebían o se drogaban, malgastaban el dinero, ignoraban a los hijos. Vance se salvó por los pelos gracias al amor de sus abuelos; más tarde, hizo algo habitual entre la gente como él, se alistó en el ejército y fue destinado a Irak. Luego, gracias a becas, fue a la universidad y se hizo abogado en una universidad de élite, Yale.
Vance reprochaba a su gente la manera en que vivía. Lo hacía con amor y compasión, pero también con impaciencia. ¿Por qué no era capaz de llevar una vida normal de clase media? ¿Por qué sus matrimonios eran caóticos y acababan casi siempre en divorcio? ¿Por qué no trabajaba más? Muchos progresistas cayeron rendidos ante la honestidad de su forma de ver el mundo. Barack Obama recomendó el libro, que además provocó un profundo debate sobre la desindustrialización, los blancos pobres y las regiones olvidadas. Muchos consideraron que era la explicación más profunda del triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016.
Las ideas de Vance han cambiado mucho. En el libro reconocía que no era creyente y escéptico, ahora es un católico devoto
En los años que han transcurrido desde entonces, Vance se ha hecho rico —además de vender más de dos millones de ejemplares, el libro se adaptó al cine—, ha invertido en empresas de tecnología con financiación de gente como Peter Thiel —uno de los fundadores de PayPal, el primer inversor externo de Facebook y uno de los ideólogos de la nueva derecha estadounidense— y decidió convertirse en político. Consiguió ganar por los pelos las elecciones a senador por su Estado, Ohio. Y hoy, es el segundo de Trump.
En este proceso, las ideas de Vance han cambiado mucho. Si en el libro reconocía que no era creyente y se mostraba escéptico con la religiosidad, ahora es un católico devoto. Si en él mostraba que nadie podía esperar que el Estado solvente los problemas de los individuos, ahora cree que este debe tener un papel activo en la sociedad para proteger a los padres de familia blancos y subvencionar a las empresas industriales que les dan trabajo. Ya no dice que su gente lo pasa mal a causa de sus malas decisiones, sino debido a que los inmigrantes mexicanos les han robado el trabajo y los progresistas les han robado la dignidad. Hoy Vance habla de esos hillbillies como a veces lo hacen los portavoces de algunas minorías empobrecidas: como si fueran un grupo oprimido por la maldad y el egoísmo de los demás. Cree que es aceptable forzar la propia Constitución para protegerles de amenazas reales o imaginarias.
En parte, esto es consecuencia del difícil paso de ser escritor —un oficio en el que tu objetivo debe consistir en decir la verdad— a ser político —lo que requiere cortejar a los votantes y darles la razón—. Pero la mezcla de victimismo y revanchismo del Vance actual dice mucho de cómo ha cambiado la derecha en nuestro tiempo.
Hoy, buena parte de ella pone mucho más énfasis en la batalla cultural y el odio a las élites progresistas que en la compasión o la creencia de que los mercados son económicamente más eficaces que los Estados. En la transformación de Vance hay mucho de oportunismo: en el libro ya se percibía una fuerte aversión a las élites del país y, al mismo tiempo, un fuerte deseo de formar parte de ellas. Pero su acomodo al trumpismo no solo parece genuino, sino que incluso puede que sea excesivamente entusiasta y radical. Hoy, incluso el Partido Republicano piensa que sus opiniones recientes sobre el aborto —llegó a decir que el Gobierno no debería permitir que las mujeres viajen para abortar en Estados donde está permitido hacerlo— o sobre las mujeres sin hijos —a las que llamó "locas que viven con gatos"— pueden perjudicar a su candidatura. Se dice que Trump ha investigado si puede deshacerse de él para fichar a otro potencial vicepresidente que le ayude a remontar unas encuestas cada vez más adversas.
Tengo un extraño afecto por Vance; a fin de cuentas, durante meses pasé muchas horas frente a sus palabras, tratando de traducirlas lo mejor posible a nuestro idioma. Su mirada compasiva sobre el sufrimiento, y su amor por gente muy imperfecta, me hizo pensar. Sin embargo, su transformación, como la de buena parte del conservadurismo, ha supuesto sacrificar sus mejores rasgos. Este ha acabado convirtiéndose en una fuerza revolucionaria que pretende purificar la sociedad mediante el fuego y poner el Estado al servicio del nacionalismo y de unas élites que afirman que, a diferencia de las otras, ellas representan de verdad al pueblo y forman parte de él.
Los hillbillies son conocidos por su escepticismo y su mala leche; uno de verdad se moriría de risa ante una afirmación como esa.
En 2017, la editorial Deusto me propuso traducir el libro de J. D. Vance sobre su infancia y juventud en una desestructurada familia de hillbillies, blancos de clase trabajadora procedentes de los Apalaches, en el este de Estados Unidos. Conocía los debates que había suscitado en Estados Unidos y acepté enseguida. Comparar lo que Vance decía entonces y lo que afirma hoy, como candidato a vicepresidente de Estados Unidos, es una muestra inmejorable de lo mucho que ha cambiado la derecha estadounidense, y con ella toda la derecha occidental, en estos siete años.
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