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Tribuna Internacional
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"La Riviera de Oriente Medio" es el plan más siniestro de Trump
Pero ayer, en una de las ruedas de prensa más sorprendentes de la historia reciente de las relaciones internacionales, Trump anunció que había cambiado de parecer
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Podía ser una buena o una mala idea, pero era una idea clara. Donald Trump quería que Estados Unidos se alejara del conflicto de Oriente Medio. Llegó al poder en 2016 afirmando, con razón, que las guerras en Afganistán e Irak habían generado unos costes económicos y humanos inasumibles para su país. Durante su primer mandato, le pareció que la guerra civil en Siria no era asunto suyo. Su objetivo era establecer una fuerte alianza con Arabia Saudí para presionar a Irán y darle a Israel el dinero, las armas y el visto bueno para que hiciera lo que quisiera. Nada más.
Eso, pensamos, seguiría así en este segundo mandato. De ese modo, Estados Unidos podría centrarse en sus dos prioridades. La primera era la Guerra Fría con China. Después, como supimos una vez ya había sido reelegido, estaría el viejo sueño imperialista de controlar todo el “hemisferio americano” con la anexión de Groenlandia, el acoso a Canadá, la recuperación del Canal de Panamá, las amenazas de invasión a México y la conversión de otros países en destino de sus deportados o, en el caso de El Salvador, sus delincuentes.
Pero ayer, en una de las ruedas de prensa más sorprendentes de la historia reciente de las relaciones internacionales, Trump anunció que había cambiado de parecer. Afirmó que Estados Unidos asumiría el control de Gaza, se encargaría de mandar a los dos millones de palestinos que viven en ella a países como Egipto y Jordania, limpiaría la zona de ruinas y explosivos —“será nuestra y nosotros seremos los responsables”, dijo— e iniciaría un plan de construcción y rehabilitación para convertirla en un polo de atracción de turismo y empleo. Se convertiría, dijo, en una de las expresiones más asombrosas que he oído en mucho tiempo, en “la Riviera de Oriente Medio”.
¿Pensaba que algún palestino podía oponerse a su plan? No, respondió, más bien estarían encantados, porque Gaza es un infierno
¿Pensaba que algún palestino podía oponerse a su plan? No, respondió, más bien estarían encantados, porque al fin y al cabo Gaza es un infierno, y todo el mundo debe estar de acuerdo en convertir un infierno en un resort turístico. A su lado, Benjamin Netanyahu, que durante el último año y medio ha llevado a cabo una sistemática destrucción de ese territorio, que ha ido mucho más allá de su legítimo objetivo de acabar con Hamás, sonreía. “Tú vas al grano”, le dijo a Trump. “Ves lo que otros se niegan a ver. Dices las cosas que los demás se niegan a decir y después de quedarse boquiabierta, la gente se rasca la cabeza y dice: “caray, es que tiene razón”. Fue toda una escena.
Sin detalles, con enorme oposición
Trump no dio ningún detalle, quizá fue una improvisación que cogió por sorpresa al propio Netanyahu y es posible que en el momento de publicar esta columna ya haya empezado a matizar su plan. Pero, por lo pronto, este resulta literalmente increíble, la parodia siniestra de un verdadero plan de paz. Obviamente, los palestinos no quieren abandonar su hogar, por destruido que esté. Obviamente, la ley internacional no permite el desplazamiento forzoso de una población entera. Obviamente, ni Egipto ni Jordania quieren recibir en sus países a cientos de miles de personas sin casa ni recursos entre las que podría haber un buen número de miembros de Hamás.
Obviamente, incluso en caso de que todo esto sucediera, requeriría un inmenso despliegue del ejército estadounidense que muy probablemente se encontraría con resistencia y debería llevar a cabo un trabajo atroz. Obviamente, se produciría una funesta reacción terrorista que podría afectar a Estados Unidos, Europa y el propio Israel. Obviamente, los conflictos de Oriente Medio, que parecían encontrar un cauce de pacificación, aunque no fuera una pacificación justa para los palestinos, volverían a estallar y a generar mucha más inestabilidad global.
En ocasiones, Trump demuestra que sigue pensando como el promotor inmobiliario que es. Para construir en algunos lugares, sabe bien, uno en ocasiones tiene que arremangarse y solventar líos legales o de cualquier otra clase con las herramientas de las que disponga. Pero con el tiempo puede acabar contemplando la belleza de los nuevos edificios y la sonrisa de sus moradores y clientes. Parece creer que como presidente puede obrar igual, aunque ahora ya no deba forzar una ley urbanística, convencer a un regidor reacio o expulsar a un puñado de inquilinos incómodos, sino amenazar con desestabilizar economías enteras, tomar por la fuerza territorios de naciones soberanas o generar aún más miseria entre un pueblo entero. Pero, ¿acaso no quedarían preciosos los cuarenta kilómetros de beachfront de Gaza, no ganarían dinero con ello unos cuantos emprendedores y no se generarían unos muy necesarios puestos de trabajo?
Muchos creen que la manera de hacer política de Trump consiste en una legítima dialéctica entre el escándalo y el pragmatismo. Amenaza con desatar el caos pero, en cuanto la otra parte acepta negociar, rebaja sus expectativas y se conforma con un triunfo realista. Es, quizá, lo que ha pasado con los aranceles a las importaciones de Canadá y México. Se trata de una estrategia que convierte la inestabilidad en el estado permanente de las cosas. Pero, en ocasiones, es algo más que eso. Es una irresponsabilidad tan grande que uno, como decía Netanyahu, se queda boquiabierto y se rasca la cabeza, pero no encuentra la manera de entender cómo diablos podría tener razón.
Podía ser una buena o una mala idea, pero era una idea clara. Donald Trump quería que Estados Unidos se alejara del conflicto de Oriente Medio. Llegó al poder en 2016 afirmando, con razón, que las guerras en Afganistán e Irak habían generado unos costes económicos y humanos inasumibles para su país. Durante su primer mandato, le pareció que la guerra civil en Siria no era asunto suyo. Su objetivo era establecer una fuerte alianza con Arabia Saudí para presionar a Irán y darle a Israel el dinero, las armas y el visto bueno para que hiciera lo que quisiera. Nada más.