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Tribuna Internacional
Por
Sánchez dice que Putin no llegará a los Pirineos, pero no necesita hacerlo para someter a Europa
La creencia generalizada en gran parte de Europa de que el Gobierno de Vladímir Putin no representa una amenaza militar directa para sus países y sociedades merece ser revisada
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Recientemente, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, afirmó con confianza que Rusia no llegaría a los Pirineos. Una afirmación que refleja la creencia generalizada en gran parte de Europa de que el Gobierno de Vladímir Putin no representa una amenaza militar directa para sus países y sociedades. Fuera de Polonia, los Estados bálticos y nórdicos, muchas naciones europeas consideran que Moscú es incapaz de plantear un desafío militar significativo. Como bromeó un alto funcionario alemán: "¿Cómo pueden amenazar Berlín si ni siquiera pudieron tomar Kiev?".
Sin embargo, este enfoque en las amenazas militares convencionales ignora el peligro mucho más insidioso que Rusia representa para los países bálticos, pero también para toda Europa. La verdadera amenaza no es únicamente militar, sino política, y tiene el potencial de desgarrar el tejido institucional que ha mantenido a la UE próspera, segura e integrada.
El ámbito político
Imaginemos este escenario en 2030 o 2035. Rusia controla amplias zonas del este o el sur de Ucrania, incluyendo una parte significativa de sus recursos estratégicos, como la mano de obra, la producción de cereales, las centrales nucleares y la capacidad de fabricación militar, incluidos drones aéreos y marítimos. Al percibir división y vacilación en el seno de la UE, Rusia decide poner a prueba su determinación con una acción militar limitada contra territorio de la UE. Aunque hoy pueda parecer improbable, hace apenas cuatro años pocos habrían imaginado que Europa presenciaría la mayor guerra en su suelo desde la Segunda Guerra Mundial. Confiar la planificación futura al mejor de los escenarios posibles no solo sería ingenuo, sino una irresponsabilidad mayúscula.
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Para entonces, el artículo 5 de la OTAN se habría visto debilitado por la constante deslegitimación de quien sea que suceda a Donald Trump. Mientras tanto, la UE cuenta con su propia cláusula de defensa mutua, el artículo 42.7, que obliga a los Estados miembros a prestar ayuda y asistencia a cualquier país de la UE que sufra un ataque armado. Sin embargo, la eficacia de esta cláusula nunca ha sido realmente puesta a prueba y su aplicación práctica depende casi por completo de la confianza en la infraestructura y planificación de la OTAN.
Si Rusia lanzara una provocación de este tipo, la respuesta de la UE tendría que ser decisiva. La más mínima vacilación militar o política, el no reaccionar con total unanimidad para defender cada centímetro del territorio del bloque, podría tener consecuencias catastróficas mucho más allá de la situación militar inmediata. Las consecuencias políticas de una respuesta débil podrían llevar al desmoronamiento de todo el proyecto europeo tal como lo conocemos.
El efecto dominó
Imaginemos un país de la UE envuelto en un conflicto militar con Rusia mientras la respuesta de sus socios europeos es ambigua o dubitativa. ¿Cómo podría esperarse que esa nación siguiera participando en los debates sobre subvenciones agrícolas, marcos financieros plurianuales o presupuestos Erasmus? ¿Seguirían siendo estables las ya frágiles relaciones entre Turquía, Grecia y Chipre? ¿Cuál sería el destino de Schengen o del euro? Los cimientos mismos de la cooperación y la solidaridad de la UE se tambalearían hasta la médula a la menor vacilación sobre la defensa mutua colectiva.
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Este escenario presenta un peligro claro y presente para todos los miembros de la UE, incluidos aquellos como España, Portugal o Irlanda que pueden sentirse geográficamente alejados de aquellas amenazas militares rusas más inmediatas. La destrucción de la UE como entidad política dejaría a los países pequeños y medianos del continente a merced de las potencias mundiales, alterando fundamentalmente el panorama geopolítico de Europa.
De ahí a un escenario en el que Europa se fragmente en un mosaico de pequeños y medianos Estados, cada uno buscando alinearse y someterse a los intereses de Rusia, China, Turquía o unos Estados Unidos hostiles, hay solo un paso. Todo ello en un contexto de desmoronamiento del mercado único, el espacio Schengen, las subvenciones estructurales o agrícolas de la UE, y el fin de la solidaridad más básica.
¿Hasta qué punto es probable?
La probabilidad de que este escenario se materialice depende de la perspectiva y del grado de conocimiento que se tenga sobre los asuntos de Europa del Este. Sin embargo, más que la probabilidad en sí, lo realmente crucial son las posibles consecuencias. No se puede descartar por completo un desenlace de este tipo, por improbable que parezca. A lo largo de la historia, demasiados acontecimientos dramáticos han sido considerados improbables antes de hacerse realidad, como la anexión de Crimea por parte de Rusia o la invasión a gran escala de Ucrania.
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Por lo tanto, cualquier planificación seria de futuro —incluida la necesidad de reforzar las capacidades militares disuasorias, no solo en Finlandia, sino también en España— resulta fundamental para evitar cualquier intento de desestabilizar políticamente la Unión Europea. Esta cuestión es tan relevante para España y Portugal como lo es para Finlandia y Estonia.
La amenaza que Rusia representa para la UE no radica principalmente en tanques cruzando fronteras o misiles impactando en ciudades, sino en su capacidad para sembrar la discordia, alimentar la incertidumbre y, en última instancia, fracturar la voluntad política que mantiene unida a la Unión. Desde la costa báltica hasta las orillas del Mediterráneo, todos los Estados miembros de la UE tienen un interés común en evitar este desenlace.
Mientras los europeos atraviesan estos tiempos de incertidumbre, sus líderes tienen el deber de ir más allá de los cálculos militares inmediatos y comprender que incluso las acciones militares más nimias pueden desencadenar consecuencias de gran alcance para toda Europa. La única manera de evitarlo es contar con una capacidad de disuasión lo suficientemente sólida como para impedir que cualquier adversario contemple siquiera la posibilidad de poner a prueba la estabilidad del continente.
* Nicu Popescu es miembro distinguido del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) y ex Viceprimer Ministro y Ministro de Asuntos Exteriores de Moldavia.
Recientemente, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, afirmó con confianza que Rusia no llegaría a los Pirineos. Una afirmación que refleja la creencia generalizada en gran parte de Europa de que el Gobierno de Vladímir Putin no representa una amenaza militar directa para sus países y sociedades. Fuera de Polonia, los Estados bálticos y nórdicos, muchas naciones europeas consideran que Moscú es incapaz de plantear un desafío militar significativo. Como bromeó un alto funcionario alemán: "¿Cómo pueden amenazar Berlín si ni siquiera pudieron tomar Kiev?".