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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Por otras veinte mil de Alcántara

El periodismo le debe mucho a los borrachos. Los que largaron información delicada o secreta a un gacetillero estaban, habitualmente, borrachos, y más de un cronista

Foto: El veterano columnista y poeta malagueño Manuel Alcántara (3i) (Efe)
El veterano columnista y poeta malagueño Manuel Alcántara (3i) (Efe)

El periodismo le debe mucho a los borrachos. Los que largaron información delicada o secreta a un gacetillero estaban, habitualmente, borrachos, y más de un cronista legendario admite haber escrito un buen artículo con el vaso de whisky junto al teclado. Últimamente se ha montado un escándalo por los precios de la cafetería del Congreso. Yo pienso: qué mejor servicio puede prestar la política al periodismo, a la transparencia, que gin-tonics a 3,5 en los pasillos de la Cámara. Con unas cuantas copas surgen las declaraciones históricas.

Pero de todos los textos del periódico, la columna es la que más le debe a los barmans. La redacción de una columna boga entre el frenesí y la resaca. Se escribe entre el ayer, polvoriento de pasillos municipales y espesura de leyes orgánicas, y el mañana. Este es el tiempo que Dios entregó a los borrachos del mundo y a los columnistas. Quizás sea una coincidencia. Gerardo Diego definió al columnista como un salvador de instantes y un cantor de lo cotidiano. Y yo soy un mindundi, un advenedizo, pero ayer conseguí ponerme a los pies de un maestro. Estuve en Málaga, y usted dirá:

– Y qué pasa en Málaga.

Pues que se homenajeaba a Manuel Alcántara, decano de la columna diaria. Debajo de su bigotillo de dandy finisecular hay una boca que tumba a cualquier plumilla que se atreva a un round de trescientos caracteres. Voy a compartir con ustedes parte de su discurso y así habré escrito una buena columna:

– Buenas tardes. He tenido una buena salud, que dura hasta que se rompe. ¡Quién tuviera esos ochenta y tres años!

Porque Manuel Alcántara cumple ochenta y seis.

– La edad, a partir de los ochenta, coge carrerilla. Mi único mérito pertenece a los calendarios. El hígado me ha salido bien, tengo que confesarlo. Tuve un arrechucho. Arrechucho tiene cierto nombre de ave tropical. El caso es que no me fio un pelo de mí. Lo que tenga que pasar, puede pasar en cualquier momento.

Lo que me impresionó más de Manuel Alcántara fue esto que dijo: 'Tengo capacidad de admiración. Admiro a mucha gente. No hace falta que sean famosos. Ahora en España hay un déficit de admiración

En la voz de Alcántara se encasquetan muchas voces: ochenta y seis años dan para conocer a mucha gente. De Francisco Umbral dice que estaba medio loco, como Dios manda. A Larra no llegó a conocerlo, porque es viejo, ironiza, pero no tanto. A Camba, sí. A González Ruano también. Ha comido con Pablo Neruda, con Jorge Luis Borges y ha merendado con Azorín, que no comía.

– Los volubles dioses me impidieron conocer a Chaves Nogales. Y qué pena, porque era el más grande. Hace falta tener talento para que en España te quisieran fusilar los dos bandos.

A mí lo que me impresionó más fue esto que dijo:

– Tengo capacidad de admiración. Admiro a mucha gente. No hace falta que sean famosos para que yo les admire. Ahora en España hay un déficit de admiración.

Me dan ganas de levantarme y hacer el saludo militar o dar saltos o morder la cabeza de quien tengo al lado, que no sé si es Agustín Rivera o Antonio Lucas. Emociona mucho oír a un anciano hablando de admiración. Parece que la vida vaya erosionando la capacidad para admirarse, lo hemos visto en muchos sabios, y es cierto que hay un tufo cínico, una defensa contra la abierta admiración. Pero mientras pienso esto, Manuel Alcántara ha llegado al mar:

– Me he pasado muchas horas frente al mar. Soy plusmarquista en contar gaviotas, me asombra siempre qué bien aparcan las gaviotas. Ninguna le abolla un ala a otra, ninguna le pide a otra el número de la compañía de seguros. Yo creo que la madre naturaleza tiene gustos contranatura aunque sí que existe un cierto orden. Pero el azar tiene unas leyes que no conoce ni la ruleta. Proust, cuando ve a un amigo muerto, siente extrañeza. El tiempo ha huido del muerto. El tiempo es extrañeza. Aprovechemos que nos queda alguna tarde libre.

Alcántara se ha ganado el pan y la ginebra haciendo lo que más le gusta, que es llenarse la cabeza y contarlo. Medio siglo escribiendo artículos. Más de veinte mil textos, una vida secuestrada por el hoy

David Gistau, que estaba en la mesa, fue el único que quiso rebelarse contra esta especie de despedida. A Gistau le veo algo de niño en la mirada que nunca encontré en sus columnas. Le pidió a Manuel Alcántara que se quitase de encima la nostalgia. Pero era una melancolía de ochenta y seis años, bien anclada. Desde la melancolía habló Alcántara sobre la felicidad:

– La felicidad es una ráfaga, como si alguien se hubiera dejado abierta la puerta del paraíso. La felicidad es una aproximación, pero quien haya sido feliz siempre, aproximadamente es un gilipollas. La felicidad es una ocasión.

Antonio Machado puso dos condiciones a la felicidad: la buena salud y la cabeza vacía. Según el axioma, el robusto Alcántara sólo ha sido medio feliz. Se ha ganado el pan y la ginebra haciendo lo que más le gusta, que es llenarse la cabeza y contarlo. Medio siglo escribiendo artículos. Más de veinte mil textos, una vida secuestrada por el hoy, que es tan raro como el chino. Y cuando me pregunto cómo es posible mantener los ojos abiertos tanto tiempo, Alcántara lo está explicando:

– Siempre me ha impresionado un ciego sonriendo. Cómo puede sonreír una persona que no ha visto el mundo. Me impresiona esa voluntad de pasarlo bien, de intentarlo. No quiero aludir a cosas tenebrosas, pero yo he visto lo oscuro.

Las últimas palabras las comparto para extender una bendición:

– A todos os quiero mucho.

Se aplaudió mucho. En la mesa, además de Gistau, estaban José Luis Garci, Juan Cruz, Ignacio Camacho y Teodoro León Gross. Hablaron y se aplaudió más, y luego, fieles a la tradición, fuimos corriendo a brindar por otras veinte mil de Alcántara.

El periodismo le debe mucho a los borrachos. Los que largaron información delicada o secreta a un gacetillero estaban, habitualmente, borrachos, y más de un cronista legendario admite haber escrito un buen artículo con el vaso de whisky junto al teclado. Últimamente se ha montado un escándalo por los precios de la cafetería del Congreso. Yo pienso: qué mejor servicio puede prestar la política al periodismo, a la transparencia, que gin-tonics a 3,5 en los pasillos de la Cámara. Con unas cuantas copas surgen las declaraciones históricas.

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