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Mensaje de los viejóvenes que nacimos en los ochenta
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Mensaje de los viejóvenes que nacimos en los ochenta

Dicen que pertenezco a una generación perdida, pero creo que lo correcto sería decir generación descolgada. La lista habitual de problemas generacionales incluye exilio económico, alopecia

Foto: (Cristóbal Fortúnez)
(Cristóbal Fortúnez)

Dicen que pertenezco a una generación perdida, pero creo que lo correcto sería decir generación descolgada. La lista habitual de problemas generacionales incluye exilio económico, alopecia prematura, falta crónica de oportunidades, discotecas que se llenan de yogurines... pero todo eso es menos grave que la gran estafa de rango superior.

Porque, más importante que encontrar un trabajo digno es tener unas aspiraciones acordes a los nuevos tiempos; haber construido una imagen de nosotros mismos que nos permita prosperar. Y eso, amigos, sí que nos lo han arrebatado por completo. Somos estanques, vías muertas, unos nostálgicos de poca monta.

Los nacidos en el cogollo de los ochenta adquirimos unas aspiraciones equivocadas durante la niñez. Teníamos sueños anacrónicos. Cuando vi las noticias del pequeño Nicolás confirmé lo que suponía: la generación siguiente, los nacidos en los noventa, viene pisando muy fuerte y por la pista de despegue correcta para el siglo XXI. Se han hecho con las herramientas adecuadas para convertirse en personas de éxito en estos tiempos tan extraños y, así, no nos sorprende que un chaval abra un canal de YouTube y a los 18 ya esté facturando miles de euros a base de clics. Los ochenteros agitamos nuestras hélices y vemos cómo despegan en la pista contigua estos maravillosos chavales a reacción.

Construimos proyectos vitales en una época que se extinguía. Nos preguntaban qué queríamos ser de mayores. Pedrito quería ser médico y acabó haciendo guardias de 30 horas sin contrato fijo y por un salario miserable. Andrea iba para profesora de Filosofía y hoy tiene suerte porque le permiten impartir clases particulares de inglés. Jacinto sería una estrella del rock y se lanzó a una industria que se desplomaba. Manuela aseguraba que se haría arquitecta y la línea más sólida que ha dibujado es de la cola del INEM.

La crisis económica sólo ha acelerado la transformación. El nuevo modelo del éxito tiene mucho que ver con los reflejos y la capacidad de reacción, pero los de los ochenta hemos salido vagos, diletantes, románticos y reflexivos. Después de criarnos entre algodones, nos lanzaron a una época depredadora y ya éramos demasiado talludos como para encajar la daga entre los dientes.

Por eso miramos con nostalgia a la niñez. Jugábamos al Super Mario o al Sonic y nuestra madre nos decía que hiciéramos algo de provecho. Algo de provecho como, ¡ojo!, leer un libro. Pobres madres. En el futuro no habría industria más pujante que la de los videojuegos y ellas creían que mirar una pantalla era perder el tiempo. En esa mentira nos educaron y, cuando Marty McFly llegó al año 2015 en su DeLorean, los más preparados de entre nosotros, los más leídos, éramos ya unos viejos prematuros. Ahora miramos con arrogancia cualquier éxito ajeno y musitamos: Paul Bowles eres, y en polvo te convertirás.

Naturalmente, no todo son condenas. Leí que nuestra generación es la que más ha follado y se ha drogado en la historia moderna. Recogimos el testigo de la Ruta del Bakalao y lo convertimos en afters y fiestas apoteósicas en nuestros pisos de estudiantes. Bien, perfecto, ¡otra paletada de nostalgia! Porque la consecuencia de aquella juerga ha sido una resaca monumental.

Nuestros padres ya se divorciaban, pero el cine y la televisión nos informaron de que tu media naranja está ahí fuera, en alguna parte. Miro a algunos amigos y amigas y los compadezco: han tenido decenas de relaciones a las que han sucedido otras relaciones y ahora, metidos en lo hondo de la treintena, viven a la manera de las plantas carnívoras, con el Tinder abierto a la espera de que se pose un insecto al que llamar amor mío, antes de que la rueda del cambio de pareja vuelva a girar.

A fuerza de amar y admirar cosas destinadas a la desaparición, la droga más popular entre los de mi generación es la nostalgia. Tampoco sale bien parada la generación anterior: uno de los libros más vendidos del momento se llama Yo fui a la EGB y es un álbum de melancolías: los juegos de mesa como el Simón, los vasitos de natillas, el Scalextrix y otras formas de chatarra encuentran entre sus páginas un nicho en que resucitar. Si pienso en el año de nacimiento de Pablo Iglesias, veo su rabia de otra forma: se abraza al futuro con sus brazos de pasado y proclama que trae lo nuevo mientras los viejos tiran de él para meterlo en el ataúd.

Ah, la política... Nosotros, que nos deformamos la columna cargando los dominicales del periódico, que leímos las columnas rectas de Marías o de Umbral, nos tragamos eso de que el periodismo era un pilar capital de las sociedades democráticas. ¿Cómo adivinar un futuro tan cínico, tan descreído como este?

Miradme vosotros, los siguientes. El mundo es vuestro, así que miradme si tenéis un rato disponible, si vuestra mente ágil ha sido capaz de recorrer la carrera de fondo hasta llegar aquí. Miradme los que nacisteis hace quince o veinte años. ¿Qué será de mí, qué será de los que tienen mi edad? He estado pensando mucho cómo podríamos contribuir a vuestro mundo trepidante, cómo convertir nuestras aspiraciones acartonadas en algo que podáis utilizar.

Empleadnos como combustible.

En una buena estufa, nuestra grasa corporal calentará vuestros apartamentos de 20 metros cuadrados durante el tiempo que tardáis en olvidar que habéis leído esto.

Dicen que pertenezco a una generación perdida, pero creo que lo correcto sería decir generación descolgada. La lista habitual de problemas generacionales incluye exilio económico, alopecia prematura, falta crónica de oportunidades, discotecas que se llenan de yogurines... pero todo eso es menos grave que la gran estafa de rango superior.

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