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No me digas imputado, dime chorizo
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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No me digas imputado, dime chorizo

La idea de sustituir una palabra por otra puede parecer peregrina a quien no recuerde cómo les preocupó de pronto el lenguaje a estos iletrados cuando Zapatero legalizó el matrimonio gay

Al Gobierno le dio en la cara un aire raro en cuanto salió de las urnas. Pensábamos que se nos resfriaban, pero no: se pusieron a flotar y se hincharon como un globo de helio. Lo vimos todos, los complacientes y los estupefactos. Mariano Rajoy se asomó a la cesta del aerostático, creíamos que saludaba a la multitud pero vimos que tenía unas tijeras en la mano.

- Ya va empezar con los recortes -dijo una señora que escondía su bolsito entre las manos.

- No lo apriete tan fuerte, como lo exprima vendrá Montoro a por el zumo -murmuró un señor junto a ella.

Se equivocaban el hombre y la señora, y toda la multitud. Por supuesto habría tiempo para los recortes, pero el Gobierno tenía una prioridad mucho más urgente. Mariano agitó las tijeras en el aire y a continuación soltó las amarras del globo. Fue así como el Gobierno se empezó a alejar del país que gobernaba antes de tomar ninguna otra decisión. Oíamos gritar de júbilo a los ministros y las ministras, a toda su corte flotadora. Nos preguntábamos si no tendrían vértigo tan arriba.

Lo que vino luego es conocido por todos. A veces creo que hay una nube pasajera, pero pongo la radio y descubro que el Gobierno está planteando una nueva medida para este país que le pilla tan lejano. Me asomo a la ventana y veo el vehículo celeste haciendo eclipse delante del sol. Como nos aseguran que velan por nosotros desde allí arriba, saludo con el sombrero y trato de mostrarles expresión crítica y desconfiada. Pero nadie corresponde al saludo, y si lo hacen yo no puedo verlos desde aquí.

Por desgracia, nosotros sí les oímos a ellos. Los ministros se arraciman en la cesta y dejan caer sobre el pueblo sus mensajes. Sus caras han adquirido un tinte azul claro que tiene que ver más con la lejanía que con la tintura ideológica. Es el color, en todo caso, de la élite.

Y qué cosas tienen las élites. Hoy nos dicen que prefieren que no usemos la palabra “imputado” y nos lanzan una más del gusto de los seres australes, “investigado”, para referirnos a lo que en las llanuras del pueblo sigue llamándose “chorizo”. Queda claro que lo que no hay allí arriba son espejos.

Seguiremos hablando de chorizos hasta que caiga a peso el globo, y los seres celestes descubran que volaron demasiado cerca del sol

Usando la escala cromática que separa esas tres palabras puede medirse con precisión la altura que han alcanzado nuestros dirigentes. Los astrónomos han determinado que se encuentran en algún punto entre la estrella de Oriente y la verdosa Osa Mayor, la que fue absorbida por Bankia. Desgraciadamente, según las encuestas, aún están lejos del País de Nunca Jamás.

La idea de sustituir una palabra por otra puede parecer peregrina a quien no recuerde cómo les preocupó de pronto el lenguaje a estos iletrados cuando Zapatero, que también estaba en las nubes, legalizó el matrimonio gay. En aquel momento, una legión de diputados sulfúricos se lanzó sobre la ley y mandó a desfilar por Madrid a las legiones de Kiko Argüello.

Nos pedían que no lo llamásemos matrimonio antes de aclarar que ellos también tenían amigos gays, y decían esto último con tal convencimiento que algún parroquiano de La Cueva del Oso empezó a fantasear con un asedio a Génova por ver si pescaba novio adinerado.

Lo sorprendente era entonces, como hoy, la cruzada por el correcto castellano de un puñado de seres sin el más mínimo cuidado a la hora de usar el lenguaje en cada una de sus declaraciones. Desde los tiempos de la vieja Roma, se ha ido agrandando la distancia entre el lenguaje y el poder. En realidad es una cuestión de perspectiva. No significa lo mismo la palabra euro para usted que para el presidente del Banco Bilbao Vizcaya, y los esquimales y los cocainómanos tienen cientos de matices para referirse a la nieve.

- Ahora se trata de combatir la corrupción no con la justicia, sino con la semántica -dice Rubén Amón, que también vuela alto subido al pajarete de Twitter, pero la cosa va mucho más allá.

Ahora se trata de combatir la corrupción no con la justicia sino con la semántica

La palabra imputado, han dicho, está demasiado contaminada semánticamente. Aprendamos a escuchar a nuestros líderes. Así es como ven desde su globo el problema de la corrupción, que para ellos está demasiado lejos hasta cuando les salpica. Es aquí, al nivel del mar, donde el barro radiactivo que cae del globo se convierte en oleadas de verdadera mierda con las que tenemos que lidiar.

Desde allí arriba ven un país circuncidado a base de rotondas, pero las marcas de la burbuja inmobiliaria adquieren una belleza geométrica, casi como los pájaros de Nazca. Azules y celestiales, ya han olvidado que esas rotondas son los círculos que hace la justicia alrededor de sus nombres. Por eso, cuando nos oyen decir que un político está imputado, se miran unos a otros en la cesta del globo y un instante después están hablando de otra cosa, de los abejarucos, los cuervos y los verderones musicales.

Ya sabemos que cuando un juez trata de trepar hasta su globo tiene todas las de perder. Los jueces están sujetos al imperio de la ley y aquellos semidioses no aceptan ni la de la gravedad. Mientras pinchan las manos de los jueces para que suelten la cesta y caigan al vacío, reflexionan sobre el sonido desagradable de ciertos términos bien precisos.

Tienen razón en que no estamos preparados para entender la totalidad, así que seguiremos hablando de chorizos. Es la palabra que emplearemos hasta que caiga a peso el globo, y los seres celestes descubran que volaron demasiado cerca del sol.

Al Gobierno le dio en la cara un aire raro en cuanto salió de las urnas. Pensábamos que se nos resfriaban, pero no: se pusieron a flotar y se hincharon como un globo de helio. Lo vimos todos, los complacientes y los estupefactos. Mariano Rajoy se asomó a la cesta del aerostático, creíamos que saludaba a la multitud pero vimos que tenía unas tijeras en la mano.

Mariano Rajoy