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Juan Soto Ivars

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Maneras de aprovechar los minutos de silencio

Sé que no está de moda callarse, pero era una bonita costumbre de nuestros mayores. Dejen para más tarde sus opiniones de expertos, ya tendrán tiempo para demostrar lo inteligentes que son

Foto: El minuto de silencio en el Congreso de los Diputados por la víctimas del A320. (Efe)
El minuto de silencio en el Congreso de los Diputados por la víctimas del A320. (Efe)

Una tragedia de la magnitud de un accidente de aviación debería sumirnos en el silencio. Silencio debido a la pena, silencio a los muertos debido, silencio natural en el caso de los más sensibles ante la desgracia ajena; o silencio pudoroso para cualquier otro Paco que se considere civilizado.

Los minutos de silencio tienen dos virtudes: de un lado son una muestra de respeto con las víctimas; del otro, son una gran oportunidad para los gilipollas habituales. El minuto de silencio les permite callarse la boca y pasar por personas delicadas.

Pedro Reyes, que en gloria esté, decía que el hombre es mitad normal, mitad gilipollas, pero que muchos sólo son normales la mitad que pasan dormidos.

Tras una tragedia como esta las declaraciones de los políticos son apremiantes, pero pueden permitirse la concisión. Una palabra de consuelo a las familias de los muertos, la promesa de buena y pronta gestión, y esa clase de trabajo invisible que no da votos pero es tan valioso y fundamental: esclarecimiento, ayuda, empatía insonora.

Pero algunos, ni con todas las facilidades del protocolo son capaces de no meter la pata. Ellos tienen que poner su puntilla, tienen que hacerse notar, encuentran en el silencio funerario una buena oportunidad para dejarse ver, que es, al fin y al cabo, lo único que les preocupa. Como el cuñao que aprovecha el velatorio para contar el chiste que ha oído por la radio. Igualito.

Entre la fauna ibérica, hay diversas especies. Tenemos al mamón que cacarea de inmediato desde su cuenta de Twitter para hacer bromitas sobre sobre la muerte de catalanes y alemanes. Tenemos también a la horda justiciera que se lanza sobre el gamberro, sedienta de justicia. Gracias a unos y otros, en pocos minutos, la catástrofe queda reducida a mera polémica. Que es de mal gusto hacer ciertas bromas es evidente, pero yo no atribuyo el gesto a la maldad o la psicopatía, sino a un temperamento infantil y una sensibilidad atocinada. Dos características que comparten, sin duda, los tuiteros justicieros que se lanzan sobre el troll. Que la catástrofe no les quite sus ganas de insultar a alguien.

También están los que se quejan porque la información del accidente aparta de antena Mujeres, Hombre y Viceversa, su programa favorito. Son, también, seres infantiles, esterilizados a la calamidad, intoxicados por la gran cantidad de horrores que diariamente llegan por el cable de fibra de vidrio. Sin duda, personas incapaces de encontrar ya poso de realidad en algo tan real y perentorio como la muerte.

A unos y otros les brindaría yo el perdón implícito en el desprecio. Con no hacerles caso desaparecen, y allá cada cual con su sensibilidad.

Pero transcurridas las veinticuatro primeras horas de luto, empiezan a gotear las declaraciones de políticos y personalidades, y nuestra sorpresa desencaja mandíbulas y saca ojos de las órbitas. Son ellos, políticos y personalidades, los que nos obligan a sentarnos ante el ordenador para teclear sobre un tema que debería quedar fuera de las secciones de opinión de los periódicos.

Pero es que son incapaces, madre, de cerrar la boquita.

Artur Mas ha aprovechado para imaginarles a los muertos un DNI a la medida de sus quimeras de independencia y ha declarado que algunos eran más catalanes que españoles, pese al apellido. Por lo demás, intachable. Pero estos deslices resultan enojosos, insensibles, la política ha de aparcarse cuando vamos a penetrar en la doliente humanidad.

Después está Beatriz Talegón, verso libre del PSOE, quien en su justísima cruzada a favor de los enfermos de hepatitis C ha tenido la falta de delicadeza suficiente como para criticar al gobierno, que según ella separa a los muertos en primera y segunda clase... como una aerolínea.

Bien, ambos merecen el perdón, que no se les tenga en cuenta. Vivimos en una época extraña, demasiada información que deja sin lágrimas. Mi periódico informa a grandes pantallas y con suma seriedad sobre todos los interrogantes de la catástrofe, poco más hace falta. Los aviones caen de vez en cuando y muere la gente que viajaba en ellos. Si el error fue humano, mecánico o político, habrá tiempo para esclarecerlo. Quedan en tierra familias desconsoladas, y a ellas sólo les debemos una cosa:

Silencio.

Así que este artículo apresurado no es más que eso: una llamada al silencio. Sé que no está de moda callarse, pero era una bonita costumbre de nuestros mayores. Dejen para más tarde sus opiniones de expertos, sus debates, sus apreciaciones, ya tendrán tiempo para demostrar lo graciosos, justos, inteligentes o insensibles que son, a cada cual lo suyo. Cállense ya, lo digo sin maldad, no molesten a los vivos. Dejen, como decía Pedro Reyes, su lado gilipollas para cuando estén dormidos.

Una tragedia de la magnitud de un accidente de aviación debería sumirnos en el silencio. Silencio debido a la pena, silencio a los muertos debido, silencio natural en el caso de los más sensibles ante la desgracia ajena; o silencio pudoroso para cualquier otro Paco que se considere civilizado.