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¿Y si el ala gay del PP muestra sus plumas?
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Juan Soto Ivars

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¿Y si el ala gay del PP muestra sus plumas?

Es hora de que nos solidaricemos con los populares y lo admitamos: una boda puede ser un coñazo insufrible

Foto: El presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy (d), la secretaria general, María Dolores Cospedal y los vicesecretarios de Comunicación, Pablo Casado (i); y Sectorial, Javier Maroto (2i). (EFE)
El presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy (d), la secretaria general, María Dolores Cospedal y los vicesecretarios de Comunicación, Pablo Casado (i); y Sectorial, Javier Maroto (2i). (EFE)

Es terrible que te inviten a una boda a la que no tienes ganas de ir, pero parientes lejanos y amigos de tercera se te casan encima, pasa cada cierto tiempo que pretenden embadurnarte de amor hortera; son los mismos que te dicen tonterías cuando estás leyendo y te apartan sin cuidado de tus obligaciones. En el fondo son niños diciendo a su madre que los mire saltar en la colchoneta. Molestias, petardos, egocéntricos que no han superado la fase anal.

Yo me imagino a Rajoy el día que recibió la invitación para la boda gay de Maroto, exalcalde de Vitoria, como si lo viera. Le llega un sobre de color rosa y sabe perfectamente lo que contiene. Habrá dejado el sobre en una mesa apartada de la Moncloa como si fuera una citación judicial, y lo habrá hecho con el mismo gesto con que arrinconamos las cartas de Unión Fenosa hasta que nuestra mujer nos dice semanas más tarde:

-¿La abro o la tiro?

Tírala, mejor, porque total, ya nos han sableado la pasta de la cuenta, para qué ver el desglose, para qué mirarnos en ese espejo deformante y teñirnos de esperpento la mañana. Así con las bodas indeseables, que son numerosas en las filas populares. Si todavía se habla de la boda de la hija de Aznar, si hasta trae quebraderos de cabeza el confeti de una comunión, es hora de que nos solidaricemos con los populares y lo admitamos: una boda puede ser un coñazo insufrible.

Un poco más de pluma y se les encana la extrema derecha, ya molesta con que sigan abortando las mujeres y con la excarcelación de los etarras

Yo me he visto endomingado entre extraños, he padecido la subida del alcohol en la sangre y el ascenso de mi corbata a la frente sudorosa, y me he preguntado: ¿qué hostias hago aquí? ¿Por qué esa tiparraca soltera ha pasado de ser un callo a volverse tan deseable? ¿Por qué la saco a bailar? ¡¿Por qué?! Una vez me escapé de un convite en medio del campo y tuve que llegar caminando hasta la ciudad. Me vieron pasar endomingado y borracho los cardos y las bolsas mugrientas atrapadas en sus espinas.

Mejor no haber venido, si lo sé no me levanto esta mañana, por qué no inventé una excusa convincente... Pensamientos que llegan tarde a un cerebro como el mío, abierto a la improvisación y sin responsabilidades de gobierno. Nada que ver con lo que pasa estos días en los cerebros de la sede genovesa, que los hay aunque a veces no lo parezca.

Y es que para el PP, como dice mi querido Antonio Lucas, la boda de Maroto desplaza de la agenda asuntos secundarios como Cataluña o la crisis de los refugiados. Si a Rajoy le preguntan por las elecciones catalanas dirá enseguida que no son plebiscitarias, pero tendrá dudas si además le inquieren por la fecha. Estará pensando en seleccionar un refugiado de barba canosa, teñirle el pelo con Just for men, plantarle unas gafas de alambre y mandarlo trajeado para la boda de Maroto en su lugar.

Dar lustre ahora al ala gay del PP podría resultar catastrófico para un electorado capaz de apartar a sus propios hijos de la mesa si se vuelven maricones

El evento del 18 de septiembre se ha convertido en un ingrediente crucial para el potaje ideológico de los populares, que tienen un verdadero problema con lo que algún dirigente cutre llamó en su día “epidemia homosexual”. No es un secreto que el lobby judeo-masónico de los gays es una tendencia al alza entre las nuevas generaciones populares. Llega hasta tal extremo de que varios alcaldes han salido discretamente del armario y los rumores vuelan en la junta. En este momento la situación es grave: un poco más de pluma y se les encana la extrema derecha, ya molesta con que sigan abortando las mujeres, con la excarcelación de los etarras y con que Mas no haya ido al trullo con la primera declaración seudogolpista.

Dar lustre ahora al ala gay del PP podría resultar catastrófico para un electorado capaz de apartar a sus propios hijos de la mesa si se vuelven maricones. Es difícil ser coherente con el conservadurismo en una época tan dinámica y tan libre. Yo pienso que Rajoy habría sido perfectamente capaz de hacerse el longuis. Habría asistido a la boda y diría hacia el final, con expresión sorprendida, que la novia de Maroto tiene demasiado bigote. Pero el debate interno ha llegado a la prensa, es tarde para soluciones de conciliación.

Por este motivo fueron secretas las reuniones de Aznar con los etarras. Ciertos asuntos problemáticos conviene despacharlos en secreto. Ir o no ir, esa es la cuestión. Si no va quedará como un carca, si asiste se le cabrearán los carcas. Lo peor de todo es que una complicación siempre es el preludio de otra, y tengo una mala noticia para nuestro presidente. Vaya o no vaya, tendrá que hacerle a Maroto un regalo. Eso sí que me gustaría verlo, porque las cavilaciones de Rajoy para elegir regalos son un misterio que se escapa al mismísimo Antón Losada.

Es terrible que te inviten a una boda a la que no tienes ganas de ir, pero parientes lejanos y amigos de tercera se te casan encima, pasa cada cierto tiempo que pretenden embadurnarte de amor hortera; son los mismos que te dicen tonterías cuando estás leyendo y te apartan sin cuidado de tus obligaciones. En el fondo son niños diciendo a su madre que los mire saltar en la colchoneta. Molestias, petardos, egocéntricos que no han superado la fase anal.

Javier Maroto Mariano Rajoy