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Andrés Pajares ha muerto
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Andrés Pajares ha muerto

Nadie podía imaginar esta repetición de bulos y mentiras, esta justificación de lo injustificable, este gusto por la injuria y la calumnia que encontramos cada día en ciertas tertulias o en las portadas

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Un tuitero, seguramente muy simpático y muy gracioso, quiso hacer la típica broma del siglo XXI: dijo que un famoso ha muerto, a ver si se corría la voz. Eligió a Andrés Pajares y a mí, que soy pajarista recalcitrante, me pegó el susto de la semana. Ya me habían matado a Lina Morgan tantas veces que tardé una semana en creerme su fallecimiento, y se atrevieron incluso con Bruce Willis, que se ha salvado de todos los peligros en sus películas pero no ha podido librarse de las balas de internet.

La muerte fingida es más interesante que la real, tan grave y definitiva. John Sonehouse, miembro del gobierno británico, fingió que palmaba para encontrarse en Australia con la secretaria que se estaba zumbando. John Darwin murió por lucro: la canoa en que navegaba apareció rota y él resucitó en Panamá en cuanto su mujer cobró el seguro de vida. Erenildes Aguiar, viéndose amenazada por un sicario contratado por la mujer de su amante, fingió que éste la había matado ya. Todos lo creyeron menos el sicario, claro, que finalmente dio con ella y la ayudó a fingir de nuevo la muerte de manera que nadie pudiera dudar.

¿La asesinó? No. Se casó con ella.

Traigo estos casos para demostrar que, si la mentira siempre es beneficiosa, las mentiras de muerte son nectar imperial. Nosotros nos ejercitábamos en la mentira de muerte ya en el colegio. En 1993 organizamos un bulo legendario. Dijimos que el actor que interpretaba a Steve Urkel en Cosas de casa había muerto. Propagamos la trola por toda España como una disentería mucho antes de que los ordenadores tuvieran conexión directa con la mentira. ¿Cómo lo logramos? No vino uno de esos reporteros televisivos de los noventa para hablar muy serio a cámara con nosotros por detrás haciendo gestos de pajas y saludando a mamá. Nada de:

-Nos encontramos en el patio del colegio Nuestra Señora de la Salud de Alcantarilla, Murcia, donde un grupo de escolares trae una información de primera mano. Anuncian que el actor que hace de Steve Urkel ha fallecido.

Cuando el trolero se traga su propia trola, la fuerza de la mentira se multiplica. Es el Efecto Molino de Viento que publicistas llaman Bola de Nieve y yo Efecto Rajoy

Nadie venía nunca a vernos a Alcantarilla, porque Alcantarilla es el típico sitio donde, si tienes familia, acabarás teniendo parientes lejanos. Tampoco se acercaron los periodistas de El País, que todavía sentaba cátedra entre la izquierda socialista, burguesa y biempensante. No hubo un editorial tecleado por las manos reflectantes de Polanco, nada de “muere el actor afroamericano protagonista de Cosas de casa, un hombre que nos hizo reír mientras desintegraba tópicos y mostraba a la población de color integrada en izquierda socialista, burguesa y biempensante de los EEUU”.

Nosotros solos, sin ayuda de Prats o Polanco, convencimos de la muerte de Steve Urkell a nuestros maestros, luego a nuestros padres, y al final nos acabamos convenciendo a nosotros mismos. Claro, en ese momento, el mal estaba hecho. Cuando el trolero se traga su propia trola, la fuerza de la mentira se multiplica. Es el Efecto Molino de Viento que los publicistas llaman Bola de Nieve y que yo bautizaré como Efecto Rajoy, porque cuando el presidente logró tragarse que no sabía nada de la financiación fraudulenta de su partido, se lo creyeron también sus votantes.

Rastreo mi pobre biblioteca y sólo encuentro un abogado que defienda esta causa: Oscar Wilde, quien dijo que la mentira es siempre preferible a la verdad. Nosotros, aunque no leíamos, compartíamos el adagio wildeano y nos habríamos partido la cara por el oscarguai. Una vez saboreado el poder de la mentira estábamos ávidos de más, así que dirigimos nuestra malevolencia contra 'Sorpresa Sorpresa'. Dijimos que Isabel Gemio había escondido a Ricky Martin en el armario de una adolescente para darle una sorpresa, y que la chica se había empapuzado la entrepierna de mermelada para que viniera a lamérsela su perro.

El cunilingus canino viajó, como la muerte de Steve Urkel, por un canal previo a la aparición del Gran Canal de Internet. Poco tiempo después, nadie se extrañaba de que Ricky Martin hubiera permanecido encerrado en un armario mientras un perro lamía las partes pudendas a una chica. No sólo eso: si alguien osaba decir “eso es mentira”, era inmediatamente apartado de la comunidad, exiliado, proscrito y enviado al páramo de los aguafiestas.

Aparecieron personas que decían haber visto el programa. Traían nuevos datos que enriquecían el morbo de la situación. Padres de familia burgueses y respetables improvisaban los chillidos que había proferido la criatura en el momento del clímax orgásmico. Vi a adultos tan convencidos de ello, que sé que hubieran jurado en la Santa Sede que el perro se llamaba FruFrú. Cuando oí a mi propia madre comentar el cunilingus con mi tía, la Mentira me mostró su poder insuperable, los flecos de su manto negro me rozaron el rostro, y ese día, hace ya mucho tiempo, decidí que el periodismo político sería una grata profesión.

Pienso que fui un pionero. Por aquel entonces, nadie podía imaginar esta repetición de bulos y mentiras, esta justificación de lo injustificable, este gusto por la injuria y la calumnia que encontramos cada día en ciertas tertulias de la tele o en las portadas de La Razón.

Un tuitero, seguramente muy simpático y muy gracioso, quiso hacer la típica broma del siglo XXI: dijo que un famoso ha muerto, a ver si se corría la voz. Eligió a Andrés Pajares y a mí, que soy pajarista recalcitrante, me pegó el susto de la semana. Ya me habían matado a Lina Morgan tantas veces que tardé una semana en creerme su fallecimiento, y se atrevieron incluso con Bruce Willis, que se ha salvado de todos los peligros en sus películas pero no ha podido librarse de las balas de internet.

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