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Me daba miedo pillar el sida por escuchar a Freddie Mercury
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Juan Soto Ivars

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Me daba miedo pillar el sida por escuchar a Freddie Mercury

Durante muchos años, el sida anidó en la fuerza con la que cantaba Freddie Mercury. Pero ahora sabemos que esa fuerza no lo mató, sino que lo hizo eterno

Foto: El cantante Freddie Mercury.
El cantante Freddie Mercury.

Queen es lo más importante del mundo. No sé cómo hemos podido rebajar a este grupo en los estadios cuando suena 'We are de champiñones' y cómo hemos permitido que mancillen a esta banda con el anuncio de cerveza donde suena 'Frens vuelve frens'. Queen es una banda vital y maravillosa y aquí no entendemos una palabra de sus letras. Tampoco es que las letras de Queen sean el mester de clerecía: Mercury siempre dijo que no era poeta y que los versos eran su excusa para cantar. Y nosotros cantamos beodos y luego nos agarramos por los hombros más borrachos todavía y estamos muy contentos gracias a las canciones de Queen. Luego, en la resaca, pondremos las que sirven para relajarse, y escucharemos esa voz masculina pero llena de mujeres. Pero sobre Queen siempre pesa la nube trágica, y acerca de ese drama tengo que escribir hoy.

Poco después de escuchar a Queen por primera vez, con el corazón abierto todavía, oí la palabra sida. La primera cinta que tuve en mi vida era el 'Grandes Éxitos II de Queen', editado en las postimetrías de la muerte del solista. Corría el año 92 y en Barcelona iba a celebrarse la primera Olimpiada de la historia donde cantaría un muerto.

La música de Queen tiene algo que no se ha vuelto a repetir. Con cuatro voces hacían montaban una coral, la guitarra de Brian May sonaba a dulzaina y zanfoña, Roger Taylor tenía una sístole en la mano izquierda y una diástole en la derecha, y en cuanto a John Deacon, el bajista, podemos decir que parecía un excursionista buscando sus pantalones alrededor de la hoguera. Componían el cuadro de una banda eterna: hace unos años, en el pueblo, vi un grupo de adolescentes dejándose los cojones en el escenario. El esquema era el mismo: bajista pagafantas, guitarrista enigmático, solista entusiasta y batería… son un misterio los baterías, replegados al fondo como bárbaros esperando una señal.

Pero para mí hizo de Queen una cosa irrepetible el sida de Freddie Mercury. Pregunté a mis padres por el hombre que cantaba y me dijeron que acababa de morirse. Yo tenía siete años y ellos me explicaron que se lo había llevado una enfermedad nueva. Una enfermedad nueva, capaz de convertir la vitalidad de Mercury en sábanas sucias y un ataúd, tenía que ser una enfermedad muy espantosa. Cuando eres un niño y te dicen que hay una enfermedad más joven que tú, piensas que de esa enfermedad te vas a morir tú. Acostumbrado al antibiótico de las anginas y al jarabe de la tos, te enteras de que hay un mal para el que no existen medicamentos y te conviertes en pequeño hipocondríaco. Fue mi caso.

Me daba pánico escuchar a Queen porque temía contagiarme de sida. Me habían explicado que la enfermedad se contagiaba por amor

En las fotos del libreto de la cinta del 'Grandes Éxitos II' se veía a Mercury a lo largo de los discos y los éxitos. Cada vez salía menos grande. Recuerdo la foto promocional de 'Radio Ga Ga', donde aparecía fornido y vestido de espantajo, y la siguiente foto, con Mercury ya desmejorado, poco más que una sombra amarillenta y flacucha de lo que había sido.

Así que me daba pánico escuchar a Queen porque temía contagiarme de sida. Me habían explicado que la enfermedad se contagiaba por amor. Yo amaba a Queen y amaba a Freddie Mercury. Me gustaba tanto que incluso cuando no sonaba la cinta yo seguía escuchándolos en mi cabeza. Eso era amor. Amor es escuchar la voz de la amada cuando no te habla y ver su cara cuando ella está muy lejos. Yo era un niño que amaba a Queen, y el sida se transmitía por amor.

Ponía la cinta muerto de miedo. Escuchaba la cinta entera mirando las fotos donde Freddie Mercury estaba cada vez más enfermo, temiendo que me fuera a pasar a mí. Como medida profiláctica, decidí no escuchar la cinta más de una vez cada día, pero bastaba eso para que me fuera a dormir convencido de que a la mañana siguiente despertaría enfermo.

Más adelante fui enterándome de que el sida no se transmite por amor, sino por follar a pelo, y desde entonces he vivido mucho más tranquilo. Pero cada vez que escucho a Queen sigo pensando que es así como suena el sida, la enfermedad que creímos que se transmitía por culpa de nuestra intensidad, de nuestro gusto por el placer, de nuestra locura juvenil. Durante años, el sida anidó en la fuerza con la que cantaba Freddie Mercury. Pero ahora sabemos que esa fuerza no lo mató, sino que lo hizo eterno.

Queen es lo más importante del mundo. No sé cómo hemos podido rebajar a este grupo en los estadios cuando suena 'We are de champiñones' y cómo hemos permitido que mancillen a esta banda con el anuncio de cerveza donde suena 'Frens vuelve frens'. Queen es una banda vital y maravillosa y aquí no entendemos una palabra de sus letras. Tampoco es que las letras de Queen sean el mester de clerecía: Mercury siempre dijo que no era poeta y que los versos eran su excusa para cantar. Y nosotros cantamos beodos y luego nos agarramos por los hombros más borrachos todavía y estamos muy contentos gracias a las canciones de Queen. Luego, en la resaca, pondremos las que sirven para relajarse, y escucharemos esa voz masculina pero llena de mujeres. Pero sobre Queen siempre pesa la nube trágica, y acerca de ese drama tengo que escribir hoy.

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